Apuntes para una historia de los besos



 “Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca”

Gabriela Mistral


Por GerardoCadierno. Según la Real Academia Española de la Lengua -nada menos-, la palabra beso, cuyo día internacional se celebra el 13 de abril en homenaje a una proeza de la factoría Guinness llevada a cabo por unos tailandeses que se besaron durante 56 horas, proviene del latín basĭum, una voz de origen celta que define la “acción y efecto de besar”, entre otras acepciones.

A su vez, besar , proviene de la locución latina basiāre y significa: “tocar u oprimir con un movimiento de labios a alguien o algo como expresión de amor, deseo o reverencia, o como saludo”.

De alguna manera sabemos que los homínidos practican el beso hace más de dos millones de años y, según la bióloga alemana Gisele Dahl, éste compromete los tres sentidos más relacionados con el deseo sexual: gusto, tacto y olfato.

Cuando Charles Darwin observó que los malayos y polinesios frotaban sus narices para olfatear la piel del otro, lo consideró como la raíz común del beso que se remonta a los primeros homínidos: un reconocimiento de pertenencia a un grupo mediante el olfato.

Desde la biología nos enseñan que los labios son un espacio donde concurren terminales nerviosas para constituir un foco sensitivo en los organismos animales y que funcionan como auxiliares en la identificación del entorno, en la emisión sonora y como herramientas de succión. 

Sin embargo, del beso apenas nos dice que cumple en algunas especies una función en el proceso de cortejo y que podría asimilarse a la alimentación de la pareja como regalo nupcial, práctica de apareamiento o resabio de la premasticación del alimento en las especies cuyas crías son incapaces de consumir sólidos y dependen de la previa destrucción materna. 

En los chimpancés la conjunción labial es un medio de comunicación, identificación y signo del orden social, y algunos primates, como el bonobo, suelen besarse frecuententemente.

También perros y gatos tienen un comportamiento similar al lamerse cuando están juntos al igual que  las víboras y algunos insectos que tienen un juego parecido con sus antenas, que aunque no es en sí mismo un beso, cumple la función de olfateo y comunicación que refuerza el vínculo con el otro.

Para Sigmund Freud el beso es el non plus ultra del placer oral, y, según el antropólogo británico John Naper, es posible que cuando el australopithecus abandonó la cuadripedia y se irguió es probable que encontrara más satisfactorio copular cara a cara con su pareja ante el desarrollo de rasgos femeninos que se acentuaban al perder su vellosidad corporal -hace unos 40.000 años- como las glándulas mamarias femeninas que pasaron a conformar parte del dispositivo erótico.

Otros teorizan relacionando el beso con la succión del bebé de la teta materna o, incluso, aventuran ciertas rémoras de una época caníbal. 


Hacia un prehistoria de los besos
Si bien es imposible saber si el beso en los labios como caricia era practicada por especies anteriores al Homo Sapiens, en 2017, una antropóloga de la Universidad Estatal de Pensilvania, Laura Weyrich, descubrió la marca fantasmal de un parásito de 48.000 años atrás aferrado a un diente: la Methanobrevibacter oralis, que aún se encuentra en nuestra boca.

Pudo haber sucedido una vez pero luego de alguna manera se propagó mágicamente, si el grupo de personas infectadas tuvo éxito. Pero también podría ser algo que ocurriera con más regularidad, indicó sobre la chance de tener en sus manos la datación del beso más antiguo de la historia.

La especulación basada en transferencia de microbios llega al punto de preguntarse si los neandertales pudieron besarse con nuestros antepasados hace 100.000 años. 

Por su parte dos científicos de las universidades de Copenhague y Oxford, el experto en Mesopotamia Troels Pank Arbøll y la bióloga Sophie Lund Rasmussen, aseguran en un trabajo publicado en la revista Science que hay muchas tablillas de las tierras de los dos ríos de escritura cuneiforme donde se registra al beso como muestra de afecto romántico más antiguas de lo que se pensaba. 

“En estudios anteriores se sugirió que los testimonios más antiguos era de el Indostán, y la idea era que los besos se difundieron desde la India. Ahora con esta evidencia de Mesopotamia y Egipto, no se puede hablar de un único punto como origen del beso, especulan.

En una entrevista, Lund Rasmussen, sugirió que la práctica de besar es un comportamiento fundamental en los humanos, y eso explicaría por qué se puede encontrar en todas las culturas”. 

Y agregó: “Los antropólogos evolutivos han sugerido que los besos romántico-sexuales evolucionaron con el fin de evaluar aspectos de la idoneidad de una posible pareja a través de señales químicas comunicadas por la saliva o el aliento, y facilitar sentimientos de apego, la unión de pareja y facilitar la excitación sexual”. 

“Que los besos sexualmente románticos también se vean en nuestros parientes vivos más cercanos propone que este comportamiento sería incluso mucho más antiguo que nuestra documentación más antigua”, concluye. La divergencia entre estos grandes simios se produjo hace cinco millones de años.

Sin embargo, prudente, la catedrática de Oxford  relativiza: Por supuesto, todo esto sigue siendo hipotético. Del mismo modo, puede haber algunas estatuillas y figurillas prehistóricas que representen a una pareja besándose, pero tampoco están claras. Con todo, apunta a que el beso tiene una historia más larga, subraya Arbøll.

“Sospecho que nuestra especie se ha estado besando desde que estamos en la Tierra”, corona la frase.

Otro estudio, a cargo de Sheril Kirshenbaum, autora de The science of kissing, añade: “Dado que vemos tantos comportamientos similares en todo el reino animal, sospecho que nuestra especie se ha estado besando desde que estamos en la Tierra”. 

“Besarse entre dos personas fomenta sentimientos de conexión, deseo, seguridad y amor, todo dependiendo del contexto del beso. Promueve una sinfonía de señales químicas como la oxitocina y la dopamina que influyen en cómo pensamos, sentimos y actuamos”, indica.


Besos y números de la anatomía
También nos cuentan que la pronunciación del fonema beso moviliza doce músculos faciales, tantos como los que pone en acción el beso mismo. Pero si el beso se pone caliente e invitamos a la lengua se suman otros diecisiete músculos.

Los médicos dicen que un beso puede quemar de dos a tres calorías por minuto, que si se trata de un beso apasionado los latidos por minuto pasan de 70 a 150  y que la endorfina liberada tiene un efecto que a la acción de la morfina en materia de bajar el estrés y dar sensación de bienestar. 

También aumenta la  autoestima, tonifica los músculos faciales, libera los anestésicos de la saliva, disminuye el colesterol y mejora las funciones metabólicas.​ 

Aunque, sin embargo. advierten acerca de la transmisión de patógenos, virus y otros microrganismos que podrían derivar en gripe, mononucleosis infecciosa y herpes. 

Sin contar que si se padece de una lesión bucal es una puerta abierta a las infecciones de transmisión sexual.

Estudios incomprobables sostienen que quienes besan a su pareja antes de ir a trabajar enferman menos y rinden más, que tienen menos accidentes de tránsito que ganar en promedio un 25 por ciento más y que prolongan su existencia en este planeta por un lustro.


El beso se hace letra
Sin embargo, nada de esto explica por qué el beso significa tanto para nosotros y, tampoco es que llevamos tanto tiempo besándonos. 

De hecho, hasta hace poco la primera referencia que teníamos del beso, tal como lo conocemos y anhelamos, es de la India -más precisamente del Decán- y de hace unos 35 siglos cuando la acción de juntar los labios como signo de amor fue  esculpida en las paredes de los templos de Khajuraho. 

Estas referencias iniciales en textos sagrados del hinduismo, como el Atharvaveda, no tienen una palabra específica para el beso. 

En pasajes del Atharvaveda se apela a la expresión “oler con los labios”, mientras que otro verso del poema se puede traducir como que “un joven señor de la casa lame repetidamente a la joven”. 

Aquí, apunta Sheryl Kirshenbaum, que “lamer puede referirse a una especie de beso o caricia”. 

El beso también aparece en el año 1.000 AC en el poema épico Mahabharata.

Ya en el siglo III de nuestra era, será el mítico libro sagrado de Vatsyayana, el Kama Sutra,  el que habla del beso como práctica sexual en un marco de divinidad natural. 

Allí se describen tres formas de besar: nominal, en el que los labios apenas se tocan; palpitante, en el que se mueve el labio inferior, pero no el superior; y el de tocamiento, en que participan labios y lengua.

Los sumerios, ¿los inventores de todo?
La India precedía, así a los relatos mesopotámicos como el creacionista babilónico Enûma Elish, donde el beso aparece socializado como una práctica vinculada al saludo, la súplica y el arrepentimiento, pero no habla de amor ni deseo.

Sin embargo, desde la Senda del Ámbar siempre sostuvimos que los sumerios protagonizaron la epopeya de crear el mundo.

De ese modo, Arbøll, pone de relieve que “la primera evidencia textual que menciona los besos romántico-sexuales parece surgir en la antigua Mesopotamia alrededor del año 2500 antes de Cristo”, por lo que la misma civilización que medró entre el Tigris y el Éufrates e inventó la escritura hace unos 5.200 años, nos legó textos sumerios y acadios en tablillas de arcilla, donde usaron “la escritura cuneiforme, vigente, al menos, hasta 80 años después de Cristo

Tenemos muchas fuentes disponibles hoy de ese lapso de tiempo. Sin embargo, cuando se inventó, la escritura en el antiguo Irak, se utilizó en principio para la administración, lo que supone que otros tipos de textos solo aparecen gradualmente”, añadió.

Habría que esperar 700 años a los textos que hablan de besarse.

“Las primeras referencias a los besos ocurren en narraciones mitológicas sobre el comportamiento y las acciones de los dioses. Solo un poco más tarde (especialmente a principios del segundo milenio a. C.) encontramos referencias claras a los besos en documentos privados”, redondea el danés. 

Arbøll ubica la primera mención al beso, una mención intensa e inequívoca, en el Cilindro de Barton, un texto mitológico sumerio de entre 4.350 y 4.500 años de antigüedad


Allí, en las columnas 1, líneas 1 a 14 y la columna 2, líneas 4 a 10, del cilindro se puede leer :

“Aquellos días son ciertamente días lejanos. Aquellas noches son en verdad noches lejanas. Aquellos años son ciertamente años lejanos. La tormenta rugió, los relámpagos destellaron. En la zona sagrada de la ciudad de Nippur, la tormenta rugía, los relámpagos centelleaban. El Cielo habló con la Tierra. La Tierra habló con el Cielo. Con la diosa Gran-Buena-Señora-del-Cielo, la hermana mayor del dios Enlil, con Ninhursag, con la Gran-Buena-Señora-del-Cielo, la hermana mayor de Enlil, con Ninhursag, tuvo relaciones sexuales. Él la besó. El semen de siete mellizos él embarazó en su vientre”, cuenta el texto digno de la pluma de Robin Wood y su imprescindible Nippur de Lagash.


Este texto sumerio es un milenio anterior a los poemas sagrados hindúes que hablaban de juntar los labios. 

Además, en tablillas posteriores se narran todos los tipos de besos imaginables. 

Mientras que en los textos sumerios, se habla del beso como acto posterior al coito, las tablillas acadias, al norte de Súmer, se cuenta sobre besos en los pies y en el suelo que han pisado como muestra de respeto o sumisión a los padres o sacerdotes, pero, en otros, también se lee sobre el beso como indicador del deseo sexual.

Arbøll sigue a Lund Rasmussen al postular que en alguno de los textos médicos antiguos de Mesopotamia mencionan al bu'shanu una enfermedad cuyo nombre deriva de un verbo que significa apestar y cuyos síntomas son similares a los causados por las infecciones por herpes simple.

La enfermedad de bu'shanu se suele localizar en o alrededor de la boca y la garganta, y los síntomas incluían vesículas, que es uno de los signos dominantes de infección por herpes que se contagia a través del beso, recuerda.  

Demasiado poco para tantas historias
Las investigaciones más modernas apuntan también a Egipto, donde, sostienen que la evidencia es más ambigua. 

En el caso de los testimonios más antiguos, las traducciones no acuerdan si los términos referían a besar o a oler. 

En los que aparecen en fuentes  posteriores hay acuerdo en que se habla del beso.

Si yo te doy un   beso y tus labios se   abren, entonces me   siento embriagado   sin haber bebido”, se lee en un fragmento de un poema de amor del Imperio Nuevo citado por el historiador belga Jacques Pirenne.

Fue precisamente el Imperio Nuevo el que generó la poética amorosa del Egipto de los faraones y donde aparecen tanto la voz masculina como la femenina.

Esos versos demuestran no sólo el anhelo de estar con la persona amada, sino, también, la obsesión, el deseo, la pasión, la alegría, la emoción, los celos todo en un marco que rompe el molde de la poesía cortesana para exhibir los sentimientos.

Allí que en los antiguos murales los besos solían representarse por medio de parejas románticas que se presionaban las caras para lamerse o inhalar el aroma del otro.

En este punto, los gestos de afecto y las actitudes amorosas de las parejas se transforman en un tema recurrente en la iconografía: parejas que se toman de la mano, se abrazan, se besan y se presentan juntas ante su destino eterno. 


De Palestina a Roma
La metampsicosis junto a la  creencia de que el alma se expresa a través del aliento vital llevó a sostener que un beso en la boca promueve la comunión de dos almas lo cual sacralizó al beso. 

La tradición judeo cristiana abunda en ejemplos de esa sacralidad y ya en el Génesis, Jacob besará a Raquel, Jacob sellará la paz con Esaú con un beso y otro beso indicará el perdón de José a sus once hermanos.


También el sensual y devocional Cantar de los cantares de Salomón habla del beso: “¡Que me bese con los besos de su boca! Porque mejores son tus amores que el vino.” y “¡Ah, si tú fueras como mi hermano, amamantado a los pechos de mi madre! Si te encontrara afuera, te besaría, y no me despreciarían.”

El concepto de comunión ligado al beso está presente en la Primera epístola de Pedro: “Saludaos unos a otros con un beso de amor fraternal. La paz sea con todos vosotros, los que estáis en Cristo.”

Pero el beso bíblico por excelencia es el que da Judas Iscariote a Jesús de Nazaret en el huerto de Getsemaní para consumar su entrega a los romanos. 

Si bien desde las representaciones canónicas surgidas en Bizancio se lo ve a Judas besando la mejilla de Jesús, en realidad, debió haber sido en la mano tal como se besaba a los rabís. 

Sin embargo, tanto en los evangelios de Mateo y Marcos se usa el verbo griego kataphilein, que no significa otra cosa que ‘besar tiernamente, intensamente, firmemente, apasionadamente’. El mismo verbo que utilizó Plutarco al referirse al beso que Alexandros dio a su eunuco y amante Bagoas.


Será en Grecia y Roma cuando el beso como expresión de amor empiece a expandirse al compás de las trirremes y al paso redoblado de falanges y legiones. 

En la tradición literaria griega el beso aparece en la Odisea y la historia de Pigmalión y Galatea. Hay quienes sostienen que la adopción del beso como práctica sexual llegó a Europa gracias a los pies de los hoplitas macedonios que arribaron al Indo siguiendo el sueño dionisíaco de Alexandros 350 años antes de nuestra era. 

Además, Heródoto, ya en el siglo V a.C., revelaba que los persas saludaban a los hombres de su mismo rango con un beso en la boca y a los de condición inferior les daban un beso en la mejilla.

Hasta la segunda mitad del siglo IV a.C., los griegos sólo permitían besos en la boca entre padres e hijos, hermanos o amigos muy próximos. Para el resto, besos en la cabeza, los ojos o las manos. 

En sus Idilios, Teócrito, se queja de su amado diciendo: “Ya no quiero a Alcipe: le llevé una paloma y no me agarró las orejas al besarme”. Por su parte, Platón declaraba “sentir gozo al besar”.


Vino y besos un maridaje con el mito
Hay quienes sostienen que el beso en la boca se viralizó a causa de una ley impuesta ocho siglos antes de Cristo por Rómulo, primer rey y fundador mítico de Roma, por la cual se prohibía a las mujeres beber el vino puro conocido como temetum, al punto tal que siquiera podían tener las llaves de las bodegas. 

Todo sea para que mantuvieran “una perfecta y pudorosa conducta”.

A raíz de esta norma, y según narran Plutarco y Valerio Máximo, para saber si alguna mujer había violado la ley, el marido debía sentir su aliento. 

Sabe Baco por qué la ley se hizo aún más rígida y obligó a los hombres a que, en privado, rozaran con sus labios los de su cónyuge para garantizar la abstinencia etílica de la matrona tras lo cual alguien hizo de la necesidad virtud y fingiendo rigor legal procedió a constatar profundamente para lo cual apeló a introducir su lengua en la boca de la fémina. 

El resto lo podemos imaginar. 

No por nada maridamos vino y beso.

En la antigua Roma el beso como saludo era una práctica habitual de la conducta social que debía ser cuidada. El retórico Marco Fabio Quintiliano se quejaba de los novios se besaban “como si fueran marido y mujer”, pues eso equivalía a la consumación del matrimonio.

Tal como nos cuenta Donato, los romanos distinguían tres clases de besos: “Oscula officiorum sunt, basia pudicorum afectuum, suavia libidinum vel amorum” (Oscula para asuntos de trabajo, basia para el pudoroso afecto y suavia para el amor libidinal).


Latinos al fin, los romanos solían besar su propia mano para luego extenderla a la persona o estatua a la que honraba o saludaba. También saludaban así los artistas, aurigas y gladiadores. 

Si dos romanos se encontraban se besaban en la frente y en la boca, al igual que los parientes aunque fueran de distinto sexo lo que dio pie a Propercio para quejarse del excesivo número de parientes varones de sus amigas.

El más grande de los poetas romanos, Catulo, habla del beso en su quinto epigrama:
Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.
Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber el total de nuestros besos.



Los romanos besaban a los niños y a sus amigos estirándoles los lóbulos de las orejas de una forma similar a la que se tomaban las asas de una vasija, una forma de asegurar memoria del encuentro y veracidad de los dichos tal como cuentan Teócrito, Plauto, Plutarco y Clemente de Alejandría.

El beso fue también un signo usado ante testigos para formalizar contratos como, por ejemplo, una unión matrimonial, es decir un proto “puede besar a la novia” y también se apelaba al beso sobre un acta o contrato como símbolo de conformidad una práctica que se prolongó hasta entrada la Edad Media.​

Tampoco está de más recordar que en la lejana y céltica Irlanda mientras los bárbaros atravesaban el Rin, un esclavo galés romanizado llamado Patricio besaba la tetilla de un pirata para sellar el contrato del viaje que lo llevaría a las Galias donde se consagraría obispo para luego santificarse en su isla verde.

Edad Media y Renacimiento
En el Medioevo, el beso recupera centralidad a la hora de manifestar admiración y respeto tal como hacen los musulmanes cuando besaban un hombro según describe el Cantar de Mio Cid en el encuentro del moro Abengalbón con Álvar Fáñez. 

Una costumbre que aún está vigente en el Islam para reconocer y honrar a personajes como, por ejemplo, las familias reales de Arabia.

Mientras tanto, los primeros cristianos se saludaban con un beso y los santos Pedro y Pablo hacen referencia a los besos en sus textos lo que hará del beso el rango de saludo de respeto que se dará en  mano, pies, cordones del hábito o en las joyas cuya portación denotaban posición. 

El beso en la mano era señal de reconocimiento de vasallaje feudal y en el rostro era señal de paz, una costumbre tan arraigada que se incorporó a la liturgia y aún perdura.

El hecho de besar una X en un documento implicaba un compromiso legal ante Cristo pues la X simbolizaba la letra griega Ji a la que los romanos trasliteraron con el dígrafo ch en una palabra que determinaría la Edad Media: Christus y en cuyo nombre se anuló la práctica del beso como herramienta erótica.

En la Inglaterra céltico anglo normanda, al llegar a una casa, el visitante besaba al anfitrión, a su mujer, los hijos y hasta perros y gatos.

En Escocia, el padre de la novia besaba sus labios al final de la ceremonia, y existía una tradición de la que dependía nada menos que la felicidad conyugal: al acabar la fiesta, la novia debía besar a todos los hombres en la boca, quienes, a cambio, le daban una moneda.

Hubo que esperar al Renacimiento donde resurge, pero como componente de una expresión artística clásica relacionada con un romanticismo que actúa como fuente de poderes mágicos, tal como se refleja en las obras de William Shakespeare y las pinturas de Hans Baldung, que solían asociarlo a la divinidad, la brujería y el pecado.

En el siglo XV, mientras en Francia los nobles podían besar a cualquier mujer que quisiesen, en Italia si un hombre besaba a una doncella en público, estaba obligado a casarse con ella inmediatamente. Por su parte, en Rusia, una de las mas altas formas de reconocimiento oficial era un beso del zar.

Tras las corrientes del barroco, surge el rococó con una impronta más cortesana y en el que la subjetividad autoral tendrá preponderancia, Refinado, exótico, erótico y sensual hasta la  sexualidad, el beso pasa a ser protagonista como demuestran las pinturas de Jean-Honoré Fragonard.​


Y así, mientras, el absolutismo cortesano tambalea y la revolución industrial pide paso, el beso pasa a ser el ícono de la cortesía al tiempo que  recupera su rol como símbolo del amor entre dos personas y como herramienta de estimulación sexual. 

Eso sí, nada de escándalos públicos. El beso estaba reservado a la más íntima intimidad y encorsetado en estrictas normas de etiqueta y convivencia.​

Será de la mano del romanticismo, en que el beso deja de ser una práctica privada y adquiera importancia estética. 

Habrá que ver qué relación podremos establecer entre este resurgir del beso y las tisis y tuberculosis de sus devotos como Frédéric Chopin, José de Espronceda y Gustavo Adolfo Becquer, entre otros. 

Por suerte, el alemán Robert Koch descubrió el bacilo que lleva su nombre y comenzó a espantar esa desagradable relación causal.

En ese tiempo, prudentes, fisiólogos suecos probaron que para dos personas sanas besarse en la boca durante diez segundos implicaba compartir 350 bacterias una cifra que se multiplicaba por diez si alguno de los protagonistas padecía caries, anginas o bronquitis.

También, y de la mano del redescubrimiento de las tradiciones populares que impulsó el romanticismo, se produce un retorno al beso como elemento mágico y sanador tal como plasmarán en sus obras los hermanos teutones Johann Friedrich Carl  y Frédéric-Melchior Grimm o el danés Hans Christian Andersen y se observa con claridad en La bella durmiente o en Blancanieves, obras en las que el beso es la llave que rompe esa metáfora de la muerte que es el hechizo del sueño eterno.​

En la pintura y la escultura el sentimiento de amor consagrado en el beso está presente en obras como el Romeo y Julieta de Frank Dicksee y El beso de Francesco Hayez.  


En la escultura las palmas se las llevan las obras de Auguste Rodin conocidas como
El beso una de las cuales, Francesca di Rimini, evoca a un personaje de La Comedia de Dante condenada al infierno junto a su amante -a pesar de haber sido asesinados por el marido de ella- y que forma parte de la colección de nuestro Museo Nacional de Bellas Artes. 

Contemporánea a esta escultura de 1882 es Eros y Psique, de Antonio Canova, y que se exhibe en el Louvre.

Para el arte romántico el beso trasciende lo erótico para convertirse en representamen de una instancia divina, mágica e inigualable que simboliza el amor puro y perfecto, ése que funciona como trama en los ciclos medievales artúricos o en las Cántigas alfonsinas. 

En ese marco, el beso será aceptado como ideal pero no practicado en los sectores decentes, aunque, sin embargo, la brecha que abre el romanticismo será la herramienta gracias a la cual será aceptado como un elemento dramático de carácter erótico a través de dos canales: el teatro de variedades de finisecular y la literatura de folletín. 

Mientras la gente de orden lo idealizará con lejanía, el pueblo llano comenzará a ejercerlo a porfía.


Siglo XX, las masas y los besos
El beso llegó al siglo XX para quedarse, lo que nadie sabrá -aún- es la revolución que traerá con él y que será transmitida por medio de un artificio ensamblado en Francia por dos hermanos de apellido Lumière: el cine. 

El siglo pasado tuvo tres marcas: el inicio de la globalización, las masacres y la imposición de la cultura de masas heredera de las variedades y del folletín, una cultura mosaicoen términos de Abraham Moles, que tendrá entre sus componentes a un beso que ya no será sólo el beso mágico del romanticismo sino que será, también,  erótico, carnal y lascivo.

Con la llegada del cine, en un contexto informal y carente de regulaciones, el erotismo, la sexualidad explícita, y los besos profundos y deseables comenzaron a llegar a un gran público que ya no se conformaría con menos y esa demanda comenzó a trasladarse a todos los formatos y soportes.

Esa naturalización del consumo del beso demolió su anterior concepto que lo colocaba en una esfera de apropiada intimidad y que era el sello de calidad de cualquier historia de amor. 

De ese modo,  será el recién nacido biógrafo quien genere los formatos canónicos, desde The Kiss en 1896 hasta los besos con los que Greta Garbo conmoverá la metamorfosis del cine mudo al sonoro.

La Segunda Guerra marcará las transiciones que irán desde los besos esperanzados que se reflejaban en la prensa a la hora de la partida de los soldados que iban a liberar Europa, hasta los eufóricos que marcaron el retorno triunfal de quienes lograron volver como sintetiza la fotografía The Kiss en la que Alfred Eisenstadt retrató a un marinero besando a una joven mujer vestida de blanco durante la celebración del Día de la Victoria sobre Japón en Times Square en 1945 y que fuera masificada por la revista Life. 

A partir de los 60, y en el marco de las primeras revoluciones femeninas, el beso rompe finalmente la cuarta pared y sale de las pantallas al adquirir su práctica un carácter público para dejar atrás la contravención moral y transformarse en hábito.

1968 será el año en el que el primer beso interracial llegue a la TV cuando en la serie Viaje a las estrellas el capitán James T. Kirk (William Shatner) y la teniente Nyota Upende Uhura (Nichelle Nichols) se besen. 


Sin ficción pero con menos sentimiento fue el beso en la boca con el que se saludaron el premier soviético, Leonidas Brézhnev, y el  presidente de la República Democrática Alemana, Erich Honecker, en 1979 y a la que siguió una saga de arte pop y street art a fuerza de esténcil.


Si hubo un beso de despedida fue el John Lennon y Yoko Ono registrado el 8 de diciembre de 1980 en su departamento neoyorquino por la fotógrafa Anne Leibovitz. 

Al rato, Marc Chapman, asesinó al músico de un balazo. 

Ese beso fue tapa de la revista Rolling Stone

Así llegamos al siglo XXI donde la cultura popular se apropió de una sexualización transmediática y en la que el beso no deja de tener otra significación que ser una puerta de entrada a otro tipo de escenas. 

El beso ya no condensa la energía libidinal sino que pasa a ser parte de un esquema que puede ir de lo lúdico hasta una forma de protesta como las que encarnan algunos colectivos LGBT para adquirir visibilización a la hora de denunciar segregación por su condición.

Precisamente lo lúdico intervendrá en tomar al beso como desafío: en 1998 Mark y Roberta Griswold se besaron durante 29 horas; en 2010, la pareja gay estadounidense Matty Daley y Bobby Canciello protestaron besándose por 33 horas y estableciendo un récord que fue quebrado al año siguiente por la pareja heterosexual tailandesa conformada por Ekkachai y Laksana Tiranarat que se besaron durante más de dos días. 

Al año siguiente, en 2012, la pareja homosexual tailandesa integrada por Nontawat Jaroengsornsinpose y Thanakorn Sittiamthong, estableció un  nuevo récord: 50 horas.


En 2013, Ekkachai y Laksana volvieron y se besaron durante 58 horas, 35 minutos y 58 segundos y volvieron a quedarse con el récord mundial al romper su propia marca de 46 horas consecutivas. 

Intervalo poético I

Besos, Gabriela Mistral

Hay besos que pronuncian por sí solos
la sentencia de amor condenatoria,
hay besos que se dan con la mirada
hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles
hay besos enigmáticos, sinceros
hay besos que se dan sólo las almas
hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren,
hay besos que arrebatan los sentidos,
hay besos misteriosos que han dejado
mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran
una clave que nadie ha descifrado,
hay besos que engendran la tragedia
cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios
que palpitan en íntimos anhelos,
hay besos que en los labios dejan huellas
como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas
por sublimes, ingenuos y por puros,
hay besos traicioneros y cobardes,
hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa
en su rostro de Dios, la felonía,
mientras la Magdalena con sus besos
fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita
el amor, la traición y los dolores,
en las bodas humanas se parecen
a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos
de amorosa pasión ardiente y loca,
tú los conoces bien son besos míos
inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso
llevan los surcos de un amor vedado,
besos de tempestad, salvajes besos
que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero...? Indefinible;
cubrió tu faz de cárdenos sonrojos
y en los espasmos de emoción terrible,
llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso
te vi celoso imaginando agravios,
te suspendí en mis brazos... vibró un beso,
y qué viste después...? Sangre en mis labios.

Yo te enseñé a besar: los besos fríos
son de impasible corazón de roca,
yo te enseñé a besar con besos míos
inventados por mí, para tu boca.



Un beso, todos los besos
El beso, en su significado cultural, es polisémico porque tiene múltiples significaciones según la expresión y la función que cada construcción histórica le asigne.

El beso podría ser, entonces, una expresión tanto de amor, como de aprecio, afecto o respeto. 

También puede constituirse en un indicador de aceptación y pertenencia, en un componente del ritual de cortejo o en un contrato de lealtad y subordinación.

No sólo el cuándo y el por qué sino que el dónde también importa. No será lo mismo un beso en la boca que uno francés o en la mano. También hay besos en la mejilla o en los pies, y podemos hablar del necking,  del making out, del pico, del smack y del smooch.  

Eso sin contar el tabú beso negro o el escandaloso beso blanco.

En su libro El arte de besar, el profesor de lenguas del Boston College William Cane clasifica a los besos en una treintena de categorías entre los que detalla los furtivos o robados, húmedos, eléctricos, deslizantes, y a la francesa cada uno de los cuales conlleva una técnica específica explicada por el autor.

Ninguna ciencia le es ajena a Cane quien apela a la física para explicar el beso eléctrico, ese en el que uno de los integrantes de la pareja se descalzará y frotará sus pies sobre una alfombra para cargarse de electricidad estática para, luego, dirigirse al otro y hacer saltar chispas con sólo rozar sus labios. 

También recalca que los besos largos son subyugantes y más difíciles de resistir y, aunque advierte no intentarlo resfriado, recomienda practicar la respiración por la nariz para gozar de las sensación de asfixia a la que califica como “estremecedoramente placentera.”

Aunque para descripción de beso, preferimos esta de Julio Cortázar en RayuelaToco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


La vuelta al beso en 80 mundos
Prácticamente existen tantas variedades como formas de interpretar al beso según la cultura. 

En las islas Salomón, en el Pacífico sur,  los varones inician su cortejo con un beso y tras olfatearse mutuamente, comienzan a morderse hasta dejar heridas en labios y lenguas para, luego, intercambiar la saliva ensangrentada de boca a boca mientras se tiran del cabello hasta arrancarse mechones. Este ritual termina mordiéndose pestañas y párpados.

Mientras tanto, sus vecinos de la Melanesia celebran que los enamorados se despiojen el uno al otro para, así, acumular una pasión que crece hasta que se arrancan los pelos mientras se besan.

En gran parte de Filipinas, se besan acercando la nariz a la cara y oliendo, aunque en su capital, Manila, también emplean también los labios. Es habitual que prentendan seducirse arrugando la nariz como si quisieran olfatear, un recuerdo de que ese sentido fue el más importante a la hora del cortejo.

Una práctica olfativa que se encuentra también entre los malayos quienes se excitan más acariciando con la nariz que con los labios, mientras que los chinos cortejan a su amante tocándole la mano, la mejilla o la frente con la nariz, olfateándola, para concluir la operación con un chasquido de labios.

En innuit, la palabra para besar es la misma que sirve para decir cariño, lo que explica que el ‘beso esquimal’ consista en frotarse mutuamente las narices de modo cariñoso. 

Por su parte, los japoneses no tienen una palabra para significar un beso entre dos personas. La falta del significante beso también alcanza a ciertas tribus somalíes y de Nueva Zelanda.

Sin bien los besos tienen una más de dos millones de años sólo en el último medio siglo se integraron al circuito capitalista en sí mismos y se puede decir que esta situación se inicia cuando el fotógrafo francés Robert Doisneau captó en 1950 captó un intenso beso por parte de una pareja en las calles de París, una foto que fue subastada en 2005 a 239 mil dólares cuando ya llevaba vendidas más de un millón de copias en diversos soportes.

El tema es que esa foto espontánea fue prolijamente producida por Doisneau quien descubrió en un café a dos estudiantes de arte dramático: Françoise Bornet y su novio de entonces, Jacques Carteaud, a quienes contrató para posen ante la sede de la alcaldía de París y transformarlos en postal icónica del amor romántico, un amor que hoy es cuestionado.


Intervalo poético II

Un beso, Vinicius de Moraes

Un minuto nuestro beso,
un minuto. Entretanto,
en un minuto de beso,
¡cuántos segundos de espanto!

Esposas y madres locas
por el drama de un momento,
¡cuántos millares de bocas
aullando de sufrimiento!

Cuántas criaturas naciendo
para morir enseguida,
¡cuanta carne destrozándose
cuánta muerte por la vida!

Cuántos adioses efímeros
vueltos el último adiós,
¡Cuántas tibias, cuántos fémures
cuánta locura de Dios!

Qué mundo de malamadas
sus esperanzas perdidas,
¡qué cardumen de ahogadas,
qué vendimia de suicidas!

Qué mar de entrañas corriendo,
de cuerpos desfallecidos,
choques de trenes horrendos,
¡cuánto muerto, cuánto herido!

Qué cataclismo de enfermos
recibiendo extremaunción
¡Cuánta sangre derramada
dentro de mi corazón!

En las mesas de la morgue
cuánta muerte sin cariño.
¡Cuánto cadáver a solas
simples fúnebres avisos!

Qué plantel de prisioneros
con las uñas arrancadas.
¡Cuántos muertos por las calles.
Cuánto beso postrímero!

Qué zafra de uxoricidas,
a bala, a puñal, a mano.
¡Cuántas mujeres golpeadas
cuántos dientes destrozados!

Qué montañas de nonatos
tirados en los baldíos.
¡Cuánto feto en la basura,
cuánta placenta en los ríos!

Cuánto matado de frente,
cuánto matado a traición.
¡Cuánto muerto de repente.
Cuánto muerto sin razón!

Cuánto cáncer subrepticio
-mañana será muy tarde-
¡Cuánta tara, cuánto vicio,
cuánto miedo, cuánto llanto,
cuánta pasión, cuánto luto!

Todo eso por la gloria
de ese beso en un minuto,
pero que engendra, en su vuelo
de un minuto, eternidad.

Y vida de tanto duelo.


Los besos que hicieron historia (del cine)

Si hubo un vector de viralización del beso romántico, fue el biógrafo. 

Hasta donde sabemos, los primeros besos llegaron a la pantalla de plata en 1895 gracias a once metros de celuloide en los que durante 47 precisos segundos la contundente bailarina del Ziegfeld Follies Mary Erwin ofrecía sus recatados labios a los del bigotudo John Rice.  

Llamada, obviamente, The Kiss, su realizador no fue otro que el multinventor Thomas Alva Edison quien casi llegó a la incandescencia gracias a la críticas de los diarios neoyorquinos que lo acusaron de lascivo y depravado.

Después de The Kiss, los besos comenzaron a aparecer con cierta regularidad en algunas películas. En 1898 se filmó el primer beso afroamericano en Something good, Negro. Sería el último hasta 1945. 


En 1926, Don Juan retrataría un total de 191 besos en pantalla. 

Lo cierto es que los besos establecieron una relación de mutuo interés con la venta de entradas por parte de un público ávido de labios y pieles que formaron parejas míticas cuya promesa no era otra que un intenso primer plano de sus bocas unidas. Rodolfo Valentino y Theda Bara; John Barrymore y Greta Garbo; Clark Gable y Vivien Leigh, y Cary Grant e Ingrid Bergman fueron iconos de esa voracidad labial que llegó al Guinness de los récords en 1940.

Ese año, Regis Toomey y Jane Wyman se besaron durante tres minutos con cinco segundos en una escena de You´re in the army now y lograron así, facturar el beso más largo de la historia del del cine.

También en 1940 y bajo la dirección de Víctor Fleming, Clark Gable y Vivian Leigh se besaron a porfía hasta que en la escena final ella pregunta: “¿Qué será de mí?” y para que él la demuela: “Francamente, querida… ¡me importa un carajo!”

La película era Lo que el viento se llevó.

Trece años más tarde, cuando el blanco y negro empezaba a ralear, Fred Zinnemann convocó a Burt Lancaster y Deborah Kerr para protagonizar De aquí a la eternidad, la historia de un sargento irresistible y enamorado de la abandonada mujer de su capitán y, entre ellos, Frank Sinatra, un soldado raso. 

Una tarde en Hawaii, se funden entre olas y besos a pesar del anillo de la Kerr: ganó el Oscar a la mejor película.


Un año después, el trío Gene Kelly, Debbie Reynolds - la madre de Carrie Fischer a la que acompañó a la Fuerza en menos de un día- y Donald O'Connor dan sentido a la mejor película musical de todos los tiempos: Cantando bajo la lluvia y la escena final en la que Gene revela que la voz que enamora con su canto es la de Debbie. 

Final con justicia poética y con un beso demorado pero que llega para lograr que él cante al compás de las gotas que caen. 

Es que todos nos creemos merecedores del beso que nos haga cantar bajo la lluvia.

Un párrafo aparte para quienes tal vez no cumplan con la definición canónica del beso, pero quién no sintió la atracción de la oscuridad cada vez que Bela Lugosi,  Christopher Lee, Klaus Kinski o Gary Oldman se dejaban poseer por Nosferatu para seducir a vírgenes y aldeanas recorriendo sus cuellos en busca de la vida en la muerte.

Y el beso seguía escalando. 

1956. Brigitte Bardot y Jean-Louis Trintignant en Y Dios creó a la mujer, marcaron -tras sortear o padecer todo tipo de censuras- el parámetro del beso a la francesa, un estándar que debería esperar hasta 1995 para ser superado por Kim Basinger y Mickey Rourke en Nueve semanas y media, eso sí, ya nadie rezongaba moralidad.

Y así, cada trienio implica una suba del beso. En 1959 llega la canción de hielo y fuego en la que Federico Fellini confronta a Marcello Mastroianni con Anita Ekberg a los que amalgama en la Fontana di Trevi para hacer que el corazón de Roma acompase sus latidos con la intensidad de la pareja protagónica.


De ese modo, en 1963 y en la que fue hasta ese momento la película más cara de la historia, Richard Burton y Elizabeth Taylor vivieron en los estudios de la Universal un amor tan intenso como imaginamos el que deben haber protagonizado los verdaderos Marco Antonio y Cleopatra.

Viajamos a la Francia de 1972 cuando Marlon Brando y María Schneider bajo la mirada de Bernardo Bertolucci y al compás del Último tango en París consumaron la mayor provocación del cine hasta ese momento, y cuando el erotismo lograba romper el límite del beso.

Ese mismo año, el beso también dejará de tener el amor como significado exclusivo cuando Francis Ford Coppola haga en El Padrino II que Al Pacino en el rol de Michael Corleone descubra que su hermano Freddo -interpretado por John Cazale- traicionó a la familia. 

Desolado y enfurecido, besa al traidor en una reescritura de el Iscariote y el Hijo del Hombre y le grita: “¡Me rompiste el corazón!” Tras el beso y la confesión, un día, no tan lejano, Freddo no volverá de una excursión de pesca.


Más acá, y aunque el beso ya no protagonice no deja de tener relevancia; fue así que el beso francés inspiró en 1995 la realización de una comedia homónima dirigida por Lawrence Kasdan y con la actuación de Meg Ryan, Kevin Kline, Timothy Hutton y Jean Reno. 

Dos años después, en 1997, James Cameron nos cuenta la tragedia del Titanic desde la mirada del amor imposible y redentor que surgirá entre  Rose y Jack, es decir Kate Winslet y Leonardo di Caprio, que protagonizarán dos de los besos más recordados de la historia del cine: el primero en la proa del crucero con el viento alimentando, salado, su deseo y acariciado sus pieles y el otro, el trágico, con ellos naufragando gélidos; ella aferrada a una tabla y él casi cadáver. 

Se besarán por última vez, él descenderá a las profundidades de la mar y ella se elevará a la memoria del amor a fuerza de vivir vida.

Y ya entrando en este siglo, en 2001, hay un beso que si bien no lo es, lo es por tres. En Amélie cuando ella, Audrey Tautou, recibe a Nino, Mathieu Kassovitz, no con el beso cinematográfico sino con sus labios en la voz, la sangre y la mirada. Es decir, la comisura de los labios, el cuello y el párpado pincelando un beso tan personal como íntimo.


Intervalo poético III
Cuando una boca suave boca dormida besa… 
Idea Vilariño

Cuando una boca suave boca dormida besa
como muriendo entonces,
a veces, cuando llega más allá de los labios
y los párpados caen colmados de deseo
tan silenciosamente como consiente el aire,
la piel con su sedosa tibieza pide noches
y la boca besada
en su inefable goce pide noches, también.

Ah, noches silenciosas, de oscuras lunas suaves,
noches largas, suntuosas, cruzadas de palomas,
en un aire hecho manos, amor, ternura dada,
noches como navíos…

Es entonces, en la alta pasión, cuando el que besa
sabe ah, demasiado, sin tregua, y ve que ahora
el mundo le deviene un milagro lejano,
que le abren los labios aún hondos estíos,
que su conciencia abdica,
que está por fin él mismo olvidado en el beso
y un viento apasionado le desnuda las sienes,
es entonces, al beso, que descienden los párpados,
y se estremece el aire con un dejo de vida,
y se estremece aún
lo que no es aire, el haz ardiente del cabello,
el terciopelo ahora de la voz, y, a veces,
la ilusión ya poblada de muertes en suspenso.


Besos diversos, pero premiados 
1914 no fue sólo el año en que el mundo conoció el horror de las guerras mundiales sino que, también, se estrenó A Florida Enchantment, una película muda estadounidense dirigida y protagonizada por Sidney Drew. 

Su argumento era sencillo: la protagonista, gracias a unas semillas mágicas, se convierte en hombre tras lo cual besa a una mujer. Pese a las trampas, es considerado el primer beso lésbico que llegó al celuloide. Y no sólo eso, el prometido de la convertida Lilian Travers también ingiere las semillas que lo transforman en una suerte de andrógino. Lesbianismo y bisexualidad de la mano en una misma película.


En 1927, William Wellman dirigirá Wings, una historia ambientada en la Primera Guerra Mundial sobre dos jóvenes pilotos estadounidenses que combatían en los cielos de Francia.

Con un presupuesto de más de dos millones de dólares, el concurso de 300 pilotos y más de 3500 soldados marcó el canon de las películas sobre los ‘caballeros del aire’ y una de las primeras en mostrar desnudos, como, por ejemplo los de reclutas durante sus exámenes médicos y los pechos de Clara Bow, la estrella del momento, durante un cambio de ropa.

Pero lo que nos interesa es que Wings fue, tal vez,  una de las primeras películas en mostrar hombres besándose. Los besos ceremoniales en el cuello por parte de un general francés cuando los condecora y el prolongado beso entre los protagonistas: Charles Buddy Rogers, interpretado por Jack Powell, y Richard Arlen, encarnado por David Armstrong. 

Si bien no fue un beso estrictamente romántico o deseante, revelaba la desesperación entre dos amigos a punto de separarse a causa de la muerte.


Wings fue la primera producción en ganar el Oscar a la Mejor película y en ella hizo su primer aparición un tal Gary Cooper.

El premio de la Academia de Hollywood siempre le fue esquivo a Marlene Dietrich quien sólo obtuvo una nominación. La película fue Marruecos y el año 1930. Dirigida por Josef von Sternberg y con Gary Cooper, Marlene Dietrich y Adolphe Menjou cuenta la relación triangular durante las guerras en el Maghreb entre Cooper, un legionario francés; Dietrich, una artista de burlesque y Menjou, su mecenas.

Durante la historia, Marlene Dietrich aparece en una actuación vestida de frac durante su actuación, besa con descaro a una mujer del público y arroja desafiante una flor a Cooper, quien, sumiso, adorna su oreja con ella.


De retorno a nuestros tiempos, 2005 fue el año del estreno de Secreto en la montaña donde Ennis del Mar (Heath Ledger) y Jake Twist (Jake Gyllenhaal) son dos recios cowboys que se dedican a besarse con pasión en un historia tan intensa como sin futuro.

No podemos dejar esta recorrida por los besos diversos si  mentar al clásico francés de 2013: La vida de Adèle una realización de Abdellatif Kechiche protagonizada por Adèle Exarchopoulos y Léa Seydoux que cuenta la historia de una adolescente en cuyo camino se cruza una pintora de pelo azul entra en su vida. 

La película recorrerá la vida de ambas desde esos años de incertidumbre hasta la aparentemente responsable madurez en una trama regada de momentos de pasión, ternura y lujuria.


Una escena de besos sin beso 
Tal vez estas letras se vuelven innecesarias si podemos ver la sucesión de besos que propone la maravillosa escena final de Cinema Paradiso una película de 1988 dirigida por Giuseppe Tornatori.
Allí, un desolado Salvatore encarnado por Jacques Perrin recupera la magia del cine y la vida gracias a los besos que a veinte cuadros por segundo le lega su amigo Alfredo interpretado por Philippe Noiret.
Besos censurados, recortados y recuperados en nombre de la amistad. 

Es que todos sabemos que esos besos que en la pantalla de plata conmueven y estremecen, en la vida terrestre sanan y elevan.



Serie de cuatro notas publicadas en InfoRegión en 2019

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