Los otros de mayo
Por Gerardo Cadierno. La Revolución de Mayo es la culminación de un proceso y el inicio de otro. Tas asumir la junta de gobierno patrio en nombre de los derechos del ausente rey Fernando VII nos queda esa foto escolar de nueve patriotas representativos de militares, doctores, comerciantes y clérigos posando para la inmortalidad y en una imagen que pareciera un eslabón más en espera de esa otra que llegará en 1816: la de otros patriotas independizando estas tierras del mismo rey cuyos derechos decían custodiar.
Ya vimos qué fue del primer presidente, Cornelio Saavedra, y también podemos decir que, a grandes e interesadas pinceladas, conocemos los destinos trágicos del triángulo de nuestros románticos jacobinos: Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano.
Pero, ¿qué fue de la vida de los otros integrantes de la junta que hoy son nombres de calles o localidades pero de cuyos destinos los manuales de historia no nos hablan y parecieran haber pasado por la vida pública sólo para posar en esa lámina de Anteojito o Billiken?
De eso va esta nota.
Manuel Alberti
El sacerdote Manuel Máximiliano Alberti será el primero al que llame la parca. Murió el 31 de enero de 1811 en Buenos Aires, la misma ciudad donde nació un 28 de mayo de 1763.
Tras doctorarse en Teología y Cánones por la Universidad de Córdoba fue ordenado sacerdote y destinado a Concepción del Uruguay, de allí pasó a la Magdalena y luego dirigió la Casa de Ejercicios de Buenos Aires.
Las invasiones inglesas lo sorprenden como párroco en la oriental Maldonado donde fue encarcelado por los británicos acusado de mantener contacto con las tropas españolas. De regreso a Buenos Aires, asumió la parroquia de San Benito de Palermo que en ese entonces estaba en los confines de la ciudad.
Si bien siempre se lo vinculó a Saavedra, apoyó muchas iniciativas de Mariano Moreno, aunque -como sacerdote- votó en contra de fusilar a Santiago de Liniers. También fue redactor de la Gazeta de Buenos Ayres y votó a favor de la incorporación de los diputados del interior, lo que marcó el fin de la Primera junta y dio origen a la Junta Grande.
Tenía 47 años cuando falleció de un síncope. Su cuerpo fue enterrado en la iglesia de San Nicolás, que fue demolida en 1936 para construir la Avenida 9 de Julio y el Obelisco. Nada se sabe de sus restos.
La Primera Junta, óleo de Juan Manuel Blanes |
Domingo Matheu
Casi veinte años tuvieron que pasar para que se vaya de este mundo otro de los desconocidos de la Junta: Domingo Bartolomé Francisco Matheu quien falleció el 28 de marzo de 1831 en Buenos Aires.
Matheu había nacido en la catalana Mataró el 4 de agosto de 1765 y estudió en Barcelona, donde se graduó de piloto naval y logró la dispensa real para comerciar con las Indias. Tras varios viajes decidió radicarse en Buenos Aires para abrir una tienda que llegó a ser de las más importantes de la ciudad lo que no le impidió alistarse en el cuerpo de Miñones y luchar durante las invasiones inglesas.
Afiliado a la logia masónica Independencia, estuvo ligado a los movimientos revolucionarios desde sus inicios. Vocal de la Primera Junta y presidente de la Junta Grande, cuando Cornelio Saavedra viajó al norte, fue uno de los financistas del gobierno patrio y de las expediciones militares al Alto Perú y Paraguay. Matheu tuvo a su cargo la fábrica de armas y fusiles, y la confección de uniformes militares.
Retirado de los asuntos públicos en 1817, murió a los 66 años. Sus restos yacen en un panteón en la Recoleta.
Juan José Paso
Nacido como Juan José Esteban del Passo en Buenos Aires el 2 de enero de 1758, será el próximo juntero en dejar esta tierra: el 10 de septiembre de 1833, Era hijo de Domingo del Passo, un panadero coruñés que hizo una regular fortuna, lo que le permitió a su hijo a estudiar en el cordobés colegio Monserrat y doctorarse en leyes para, luego, dedicarse a la enseñanza de filosofía, materia que también dictó en el porteño Real Colegio de San Carlos.
Agente Fiscal de la Real Hacienda, fue uno de los fundadores del pueblo de San José de Flores. Las invasiones inglesas lo encontraron en Lima ejerciendo de abogado y fracasando en algunos negocios. De regreso a Buenos Aires, coincidió con Belgrano y Castelli en buscar la independencia a través de la coronación de princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII de España y esposa de Juan VI de Portugal.
Con un rol preponderante en el Cabildo Abierto del 22 de mayo, fue designado como secretario de la Primera junta y junto con Moreno fue el único que se opuso a la incorporación de los diputados del interior y, aunque permaneció en ella, eso no le impidió formar parte de la conspiración que la derrocó para reemplazarla por el Primer Triunvirato del cual formó parte.
Al poco tiempo, renunció para pasar a la oposición que, con la ayuda de los tres regimientos, dirigidos por José de San Martín, ocuparon el centro de la ciudad y forzaron la renuncia del gobierno que sería reemplazado por el Segundo Triunvirato que estaba integrado – nuevamente- por nuestro ubicuo profesor de filosofía hasta que fue desplazado de éste por la Logia Lautaro.
Enviado a Chile para traer a Cornelio de Saavedra de quien se sospechaba que estuviera conspirando debió regresar a Buenos Aires tras el desastre de Rancagua. En la capital participó de la caída de Carlos María de Alvear y fue designado Auditor General de Guerra del Ejército.
Buenos Aires lo eligió como diputado para sumarse al Congreso de Tucumán, del que fue electo secretario y, como tal, fue el lector del Acta de la Independencia, el 9 de julio de 1816. Posteriormente se mostrará a favor de la monarquía constitucional, participó en la redacción del Estatuto Provisional de Gobierno de 1817 y de la Constitución unitaria de 1819.
Siempre cercano al poder, asesoró al Director Supremo José Rondeau donde influyó para que el almirante Guillermo Brown fuera exonerado en un juicio por deserción.
Tras un breve período de cárcel acusado de conspirador durante el gobierno de Manuel de Sarratea, fue diputado provincial y presidente de la legislatura. Electo diputado por Buenos Aires al Congreso de 1824 avaló la nominación de Rivadavia como primer Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata y votó la Constitución de 1826 lo que no le impidió asesorar a los gobiernos federales de Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas.
La muerte lo encontró en el por entonces pueblo de San José de Flores que él había fundado. Tenía 74 años. Sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta.
El Cabildo Abierto del 22 de mayo, óleo de Juan Manuel Blanes |
Miguel de Azcuénaga
El siguiente juntero en pagar el tributo a Caronte fue Miguel Ignacio de Azcuénaga quien cruzó el Estigia el 19 de diciembre de 1833 a los 79 años.
Nacido el 4 de junio de 1754 en Buenos Aires, era hijo de vasco y de una descendiente del conquistador de Asunción, Domingo Martínez de Irala y una guaraní hija de cacique llamada Leonor. Casado con su prima Rufina de Basavilbaso, estudió en Málaga y Sevilla para regresar a Buenos Aires donde se incorporó al ejército como subteniente de artillería y peleó en la Banda Oriental contra los protugueses.
Nombrado regidor del Cabildo de Buenos Aires, alcanzó el grado de coronel y designado comandante del Batallón de Voluntarios de Infantería de Buenos Aires lo cual lo hizo protagonista de la reconquista y defensa de la ciudad ante las tropas británicas.
Electo vocal de la Primera Junta estuvo a cargo de la leva de los “vagos y mal entretenidos” que formarían las expediciones auxiliares al Alto Perú y el Paraguay. Morenista, tras la asonada del 5 y 6 de abril de 1811 fue desterrado a San Juan.
De regreso a Buenos Aires, el Primer Triunvirato lo nombró por Gobernador intendente de Buenos Aires. Nombrado Jefe de Estado Mayor en 1818, al año siguiente participó en el Congreso de Tucumán, que sancionó la Constitución unitaria que no llegó a regir.
En 1828 representó a la Argentina en las negociaciones que siguieron a la Guerra contra el Imperio del Brasil. Tras la invasión de Juan Lavalle fue extrañado por segunda vez de la provincia a causa de su simpatía por Manuel Dorrego. Al año siguiente fue expulsado de Buenos Aires por orden de Lavalle.
Cuando la muerte vino por él, se desempeñaba como legislador en Buenos Aires. Descansa en el cementerio de la Recoleta.
Azcuénaga tuvo una quinta en Olivos cuya construcción encargó a Pridiliano Pueyrredón. La finca, fue heredada por Carlos Villate Olaguer, quien la donó con la condición de que se convirtiese en residencia presidencial. Hoy es la Quinta presidencial de Olivos.
Las láminas escolares, las constructoras del mito |
Juan Larrea
El último en partir fue el catalán Juan Larrea quien murió un 20 de junio de 1847 en Buenos Aires. Al igual que Matheu, Larrea nació en Mataró pero un 24 de julio de 1782.
Larrea había estudiado matemáticas y navegación en Barcelona y se instaló en el Río de la Plata en 1793 tras la muerte de su padre para comerciar cueros, vinos y azúcar con lo que amasó una sólida fortuna lo cual lo vinculó con Martín de Álzaga y lo hizo síndico del Consulado de Comercio de Buenos Aires.
Durante las invasiones inglesas fue capitán del Tercio de Miñones de Cataluña, cuerpo del que fue uno de sus fundadores.
Fue uno de los candidatos a vocales de la junta de gobierno propuesta por el motín de Álzaga en 1809 y en 1810 fue nombrado vocal de la Primera Junta en representación de los comerciantes un grupo hegemonizado por Álzaga y que encontró afinidad en el morenismo lo cual hizo que fuera uno de los ‘extrañados’ a San Juan tras el fracaso de la asonada del 5 y 6 de abril de 1811.
Retornado a Buenos Aires, integra la Asamblea del Año XIII como inverosímil diputado por Córdoba y puso su firma en los decretos de extinción de los títulos nobiliarios, prohibición de la tortura; creación de un instituto de formación militar; el acta que declaró al himno de López y Planes y Parera como canción patria, y la ley de Aduanas que liberó de derechos a las máquinas, libros, imprentas y artículos de guerra.
Tras unirse a la Logia Lautaro, dirigida por Carlos María de Alvear, integró el Segundo Triunvirato y, un año más tarde, fue designado ministro de hacienda por el el Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Gervasio Antonio de Posadas, un cargo desde el que impulsó la creación de la escuadra naval que puso al mando de Guillermo Brown quien borró de las aguas del Plata a la flota realista y aseguró la caída de Montevideo.
Sus obligaciones de gobierno hicieron que confiase sus asuntos particulares al norteamericano Guillermo Pío White quien lo desfalcó. Eso no impidió que financiase un batallón de caballería y a la fábrica de armamentos.
La caída de Alvear lo devuelve al exilio y sus bienes fueron confiscados. Establecido en Montevideo, viajó a Burdeos, ciudad en la que ejerció como cónsul de las Provincias Unidas nombrado por el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
De regreso en Montevideo, medró bajo el dominio portugués en esa ciudad hasta 1822 cuando volvió a Buenos Aires para dedicarse al negocio del saladero hasta 1828, año en que retornó a Burdeos donde se desempeñó como cónsul nombrado por el gobernador Manuel Dorrego.
De regreso en la Trinidad, intentó varias empresas que fracasaron y se sumó a la oposición al gobierno de Juan Manuel de Rosas por lo que emigró a Montevideo.
Agobiado por las deudas, volvió a Buenos Aires donde se suicidó con una navaja de afeitar .
Enterrado en la Recoleta, su cuerpo desapareció y se halla perdido hasta hoy.
Fue el último sobreviviente de la fotografía que guarda nuestra niñez de los nueve de la Primera Junta quienes durante unos años estuvieron reunidos en forma de un monumento en La Plata.
El único monumento a la Junta. Estaba el La Plata. Un siglo sin él |
Nota publicada originalmente en InfoRegión
Comentarios
Publicar un comentario
¿Te interesó? ¿Querés aportar algo? Este es el espacio para construir sentidos.