Argentina - Uruguay: El partido donde se inventó el fútbol
Por Gerardo Cadierno. 2 de octubre de 1924. Prestemos atención a esa fecha. Juegan Argentina y Uruguay en cancha de Sportivo Barracas. Ese día debería ocupar un lugar de honor en la historia del fútbol mundial. Ese día se inventó casi todo.
Cesáreo Onzari fue un wing izquierdo que nació en 1903 y empezó a patear el cuero en los clubes de barrio Sportivo Boedo y Mitre. Sus condiciones hicieron que Huracán lo fichase y lo hiciera saltar al campo en 1921. En su debut ante Del Plata, el Globo, ganó 3 a 0 con un gol suyo y contribuyó al primer campeonato del equipo de Parque de los Patricios, al año siguiente Huracán volvería a coronarse campeón.
No pasó mucho tiempo sin que fuera convocado al seleccionado argentino donde debutó en 1922 con un triunfo por 2 a 0 en un amistoso frente Chile. El 28 de octubre de 1923 debutó ante Paraguay por la Copa Sudamericana que se disputaba en Montevideo.
“Servido el tiro de esquina correspondiente por el mismo Onzari, la precisión que lo había caracterizado en tiros anteriores del mismo sitio, puso en vigilancia a toda la defensa paraguaya”, señaló, visionario, el diario La Vanguardia tras la victoria argentina por 4 a 3.
Ése pudo ser el último partido de Onzari. Una coz guaraní le dislocó el tobillo pero su compañero, el volante de Argentinos Juniors Luis Vaccaro, “tomándole con fuerza el pie lo volvió a su lugar. El jugador continuó en su puesto y en todo el segundo tiempo actuó cojo. Era tal el dolor que sentía que, al final del match, se desmayó”, recalca La Razón.
La segunda jornada se disputó el 18 de noviembre, y Argentina batió por 2 a 1 a Brasil con goles de Onzari y del delantero de Sportivo Barracas Blas Saruppo. El triunfo ante la canarinha puso a los argentino en la final ante los locales, una final que definiría el ticket a los Olímpicos del 24. El 2 de diciembre, los orientales ganaron 2 a 0, viajaron a París y, allí, se coronaron por primera vez campeones olímpicos.
La historia, a veces, se escribe en renglones torcidos.
El primer olímpico
El gran momento de Onzari llegó el 2 de octubre cuando se convirtió en el primer player en conseguir un gol legal tras lanzamiento directo desde el banderín de córner sin que el balón toque o se desvíe en otro jugador.
El escenario fue el Stadium de Sportivo Barracas donde 30.000 espectadores fueron testigos de cómo en el minuto 15 del primer tiempo del amistoso entre Argentina y Uruguay Onzari humillaba al arquero oriental con ese gol inédito.
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Gol olímpico de Onzari, el primero reconocido legalmente.
“Me salió porque tenía que salir. Quizá el arquero se levantó mal ese día porque nunca más emboqué otro gol olímpico. Lo cierto es que cuando vi la pelota adentro, no podía creerlo”, recordaba Onzari quien calificó a esa conquista como la mejor de su carrera “sobre todo por la repercusión que tuvo y por el asombro de tanta gente”.
“Los uruguayos se quedaron mudos. Cuando consiguieron hablar, protestaron. Según ellos, el arquero Mazzali había sido empujado mientras la pelota venía en el aire. El árbitro no les hizo caso. Y entonces mascullaron que Onzari no había tenido la intención de tirar a puerta, y que el gol había sido cosa del viento. Por homenaje o ironía, aquella rareza se llamó gol olímpico. Y todavía se llama así, las pocas veces que ocurre. Onzari pasó todo el resto de su vida jurando que no había sido casualidad. Y aunque han transcurrido muchos años, la desconfianza continúa: cada vez que un tiro de esquina sacude la red sin intermediarios, el público celebra el gol con una ovación, pero no se lo cree”, describe con maestría el oriental Eduardo Galeano en El fútbol a sol y sombra.
El árbitro uruguayo Ricardo Villarino no dudó en darlo por válido, incluso aunque la notificación de la International Board recién había llegado a estas tierras.
“Tengo la seguridad de haber actuado a conciencia. En ningún momento dejé de cumplir mi misión en la forma en que entendía que debía hacerlo. Prueba de ello, los goles que sancioné, el primero de los cuales directamente de un corner, aun cuando esa nueva disposición del reglamento oficial no nos ha sido comunicada a los jueces de la Asociación Uruguaya de Fútbol”, explicó el hombre de negro.
Una historia inglesa
El gol subió al marcador gracias a un cambio de la regla 11 realizado el 14 de junio de ese mismo año por la International Board que dejó de considerar al tiro desde la esquina como lanzamiento indirecto, una jugada que requería la participación de al menos otro jugador.
Los ingleses, ufanos en su rol de inventores del balompié, durante un tiempo pretendieron que el el primer gol directo de córner fue obra del escocés Billy Alston en un partido disputado el 21 de agosto por el torneo de segunda división del país del whisky en el que se enfrentaron su equipo, el Saint Bernard´s, contra el Albion Rovers .
Sin embargo, Jorge Gallego, del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol demostró con la ayuda del genealogista Robert Leiser que el gol fue gracias a un certero testazo tal como testimonian el Coatbridge Express, Coatdridge Leader y The Scotsman, tres diarios escoceses de la época.
El segundo gol olímpico llegaría nueve días después: el 11 de octubre, cuando William Henry Smith marcó uno en la victoria del primer tricampeón inglés, el Huddersfield Town F.C, por cuatro goles a cero frente al Arsenal. Su autor fue William Henry Smith.
El olímpico: argentino y bolivariano
El gol olímpico es una rareza. Ni dos exquisitos como Diego Armando Maradona o Lionel Messi han logrado marcar uno. Entre los especialistas se destacan Juan Ernesto Cococho Alvarez, un volante surgido en Estudiantes y con paso por Colón y Huracán que logró nueve olímpicos, ocho de ellos en el colombiano Deportivo Cali de mediados de los 70.
“Nos quedábamos tras la práctica con el colombiano (Ángel María) Ñato Torres pateando tiros de esquina a ver quién metía más. En 1979 hicimos dos goles olímpicos en un partido, a Quilmes por la Libertadores, pero uno cada uno. No sé cuántos equipos pueden decir que lograron algo así”, narraba el mediocampista recientemente fallecido. Cococho tiene otro récord en la materia: convirtió él solo dos goles olímpicos en un mismo partido. Fue frente al Deportivo Cúcuta en agosto del 76.
Bautizado Míster Olímpico marcó en total 11; 9 en Cali, uno en Emelec y el último en Colón en la temporada de su retiro cuando los sabaleros disputaban el torneo de Primera B 1984.Estos goles fueron certificados por la Federación Internacional del Fútbol Asociado para rebatir la pretensión del uruguayo Álvaro Recoba de portar el cetro en esta materia tras convertir ‘apenas’ seis goles olímpicos.
“Con Carlos Bilardo (técnico del Cali a fines de los 70) practicábamos mucho los olímpicos. Él nos ponía a patear con los perfiles cambiados. Cococho pateaba los de la derecha y yo los de la izquierda, y de diez tiros metíamos nueve. El truco era darle efecto al balón con el borde interno, con el juanete”, explicaba, profano, el Ñato Torres.
Por su parte, Francisco Aníbal Cibeyra, un delantero nacido en Boca y que pasó, además, por River, Unión y Atlanta, tuvo su romance por los goles desde la esquina. Con la camiseta azul del ecuatoriano Emelec, marcó en tres partidos consecutivos contra el Barcelona de Guayaquil, el rival desde el fondo de los tiempos.
A Cibeyra lo apodaban el Loco, es que hay que estar un poco loco para desafiar a la trigonometría.
Algo habrán tenido los 70. En los albores del Nacional del 73 el delantero de Rosario Central Daniel Vicente Aricó marcó tres goles olímpicos en el lapso del 5 al 21 de octubre: en la victoria por 4 a 0 ante Belgrano de Córdoba, en el empate a uno frente a Atlético Tucumán y en la victoria 2 a 1 frente a Chaco For Ever.
Dirigido por Carlos Timoteo Griguol, Aricó que compartía delantera con Roberto Cabral y Ramón Bóveda se consagró campeón.
Las tierras liberadas por Bolívar tienen algo con este tipo de goles, al punto que el único futbolista que marcó un olímpico durante un mundial fue un nativo de la colombiana Barranquilla, Marcos Coll. Fue el 3 de junio de 1962 en la salina Arica durante el certamen disputado en Chile y la víctima no fue otra que la mítica Araña Negra soviética: Lev Yashin. El partido terminó 4 a 4.
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Sin embargo, dicen que no hay peor cuña que la del mismo palo y a Onzari le salió un competidor argentino que reclama la primogenitura del gol olímpico. Más precisamente un riocuartense.
Según el historiador local Omar Isaguirre ese privilegio sería para Benjamín Maestro Toledo un jugador de Estudiantes de esa ciudad quien lo convirtió el 20 de julio de 1924 durante un amistoso en el que el combinado de la Federación de Foot-Ball de Río Cuarto batió 2 a 1 al Lito de Uruguay y que funcionó como preliminar del cotejo central que sería protagonizado por el combinado argentino frente al club inglés Plymouth Argyle.
Esa no sería ni la primera ni la única novedad que dejaría esa edición del clásico rioplatense. Es que en ese partido, se inventó todo.
Argentina - Uruguay: hermanados en la rivalidad
El primer registro que tenemos de un Argentina – Uruguay es de 1901. Una visita a Montevideo que terminó 3 a 2 a favor de los albicelestes. A partir de ahí, y hasta 1923, el balance indicaba que tras 83 ocasiones: los charrúas mandaban con 34 triunfos contra 32 argentinos y 17 empates. Pero a la hora de hablar de títulos la ventaja oriental era enorme: tres sudamericanas contra una de esta banda del río. Para colmo, en los olímpicos del 24 la dorada quedó en pechos uruguayos.
Tras la coronación olímpica, se pactó un amistoso a dos bandas. El 21 de septiembre se jugaría un encuentro entre ambos combinados en Montevideo con revancha, una semana después, en Buenos Aires.
El partido en Montevideo terminó con un empate 1 a 1. “Nos permitimos recalcar el punto aquel de que entre argentinos y uruguayos, sean o no campeones de tal o cual concurso, subsistirá siempre la igualdad de fuerzas que desde hace quince años viene constatándose en las luchas internacionales. Mañana, nosotros podremos ser campeones olímpicos y perder frente a los uruguayos (…) Se esperaba una superioridad manifiesta de los uruguayos. No ocurrió así sin embargo”, evaluó El Gráfico.
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El saludo de Onzari junto al equipo en 1924 |
“¿Cuándo nos hemos considerado tan poco, que un empate con los uruguayos constituya una victoria argentina?”, declamaba la misma revista ante los conformistas de esta orilla.
La argentinidad, al palo
El domingo 28 de septiembre de 1924, era la fecha prevista para la revancha en el estadio de Sportivo Barracas que por ese entonces era el mayor coliseo futbolístico de Argentina. Recién en 1928, su vecino Independiente de Avellaneda inauguraría el primer estadio americano íntegramente construido en hormigón.
La construcción del Stadium comenzó en 1919 en un predio contiguo al viejo Club Olores del Riachuelo, con el que se había fusionado en 1913, y que estaba comprendido entre las calles Iriarte, Luzuriaga, Río Cuarto y Perdriel.
Originalmente, el campo de juego estaba delimitado por una cadena sujetada en postes, mientras que entre las tribunas y el campo de juego se construyó una balaustrada perimetral de casi un metro de altura.
El estadio contaba con una importante tribuna techada paralela a la calle Luzuriaga, dos terrazas en los codos norte y sur del campo de juego a ambos lados del palco oficial; y dos modernos vestuarios construidos debajo de la terraza norte en la esquina de Iriarte y Luzuriaga.
Además, a medida que aumentaba la demanda del público se fueron levantando tribunas de madera a los costados de la tribuna y en el coronamiento de los terraplenes de Iriarte y de Perdriel, mientras que el de Río Cuarto no tuvo gradas.
Tras estas ampliaciones, el Stadium alcanzó la capacidad de albergar a 37.000 espectadores, una multitud para la época.
Sin embargo, para el partido contra el archirrival no fue suficiente. El público desbordó todos los controles y llegó a invadir el campo.Si bien estamos en el 28 de septiembre, hablamos del mismo encuentro de las múltiples invenciones. Fue en esa caótica previa en la que apareció una figura que haría historia en nuestro deporte. Por primera vez las crónicas señalan la presencia de algunos “avivados” que “voceaban populares a cinco pesos”. Sí, el revendor, una entidad que pasó de ser un busca solitario a formar parte de un engranaje de un submundo podrido regenteado por los CEO del paravalanchas.
“Mentiríamos si dijésemos que nos ha sorprendido lo que ocurrió. Aún más, nos animamos a afirmar que cada uno de los asistentes al salir de su respectivo domicilio para encaminarse a la cancha preveía los acontecimientos. Se culpa a más de una autoridad el desborde de público. Hay quienes acusan a las autoridades de la Asociación de vender un número excesivo de localidades dando rienda suelta al deseo de lucrar. Otros atribuyen a la policía falta de vigilancia en la tarea de contener al público ubicado en las proximidades del estadio y que, en un momento dado, atropelló las puertas y escaló las paredes”, se indignaba El Gráfico.
La calle se transformó en un campo de batalla, lleno de escaramuzas a piedrazos que dejaron varios heridos. Adentro, el público había desbordado las tribunas e invadía el límite del campo de juego que fue trabajosamente despejado por la policía para permitir el ingreso de los jugadores e iniciar al partido que fue suspendido a los pocos minutos por el árbitro uruguayo Ricardo Vallarino ante la imposibilidad de contener a los espectadores que ocupaban el perímetro del terreno de juego.
El partido se reprogramó para el jueves 2 de octubre.
El día del partido
Con la lección aprendida se tomaron varias medidas para evitar el bochorno. La primera de ellas -y una de las que explican esta nota- fue el cercado del field con una malla de alambre de un metro y medio de altura para evitar intromisiones. Había nacido el ‘alambrado olímpico’.
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Incidentes y corridas luego del partido Argentina – Uruguay de 1924 |
Por otra parte, se limitó la cantidad de entradas disponibles y, de paso, duplicaron sus precios. Emitieron 15 mil populares que pasaron de uno a dos pesos y 5.000 platea que aumentaron de tres a cinco pesos. Sin embargo, se estima que entraron 30 mil personas.
Obviamente, los tickets del 28 quedaron fuera de juego. Otros tiempos.
Con la reventa y el alambrado olímpico en la previa como novedades, el salto al campo de juego trajo consigo un invento más: los jugadores uruguayos dieron una vuelta alrededor del campo de juego para recibir el reconocimiento del público argentino por la obtención de la dorada en París 1924. Había nacido la vuelta olímpica.
Con el uruguayo Ricardo Vallarino como referee, los team presentaron las siguientes alineaciones:
Argentina formó con Américo Tesorieri de Boca Juniors en el arco; dos rosarinos en la defensa: Adolfo Celli y Florindo Bearzotti, de Newell’s y del Belgrano rosarino. El medio para dos boquenses: Segundo Médici y Mario Fortunato, acompañados por Emilio Solari, de Nueva Chicago. Los cinco forwards eran el boquense Domingo Tarasconi, Ernesto Celli de Newell’s, Gabino Sosa, de Central Córdoba de Rosario, Mario Seoane, que militaba en El Porvenir y Cesáreo Onzari de Huracán.
Mazzali; Nasazzi y Uriarte; Andrade, Zibecchi y Zingone; Urdinarán, Scarone, Petrone, Cea y Romano, fueron los once charrúas.
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Onzari en la vuelta olímpica |
Todas estas previsiones no alcanzaron para evitar la ausencia de un linesman que marcara el ataque argentino, inconveniente que fue solucionado gracias a que Pedro Bleo Fournol, el wing derecho de Boca conocido como Calumín o Calomino que inventó la bicicleta y jugaba con zapatillas o en medias por no soportar los botines, asumiera esa función ataviado con la camiseta albirroja de Alumni para evitar confusiones.
El puntapié inicial lo dio el por entonces ministro de Guerra del gobierno del presidente Marcelo Torcuato de Alvear, el general Agustín Pedro Justo, una de las primeras personalidades en percatarse de la importancia política del deporte y del balonpié.
Justo, sería con el curso de los años uno de los golpistas que en 1930 derrocaron a Hipólito Yrigoyen y en 1932 accedió -con el radicalismo proscripto y gracias al Fraude patriótico– a la primera magistratura del Estado desde donde contribuyó a consolidar lo que Arturo Jauretche llamó el “estatuto legal del coloniaje”.
De personalidad sibilina, sinuosa y siniestra, cuentan que cuando aún era ministro notó que Alvear tenía desatados los cordones de sus zapatos y se arrojó a los pies del presidente para atarlos, un hecho de alcahuetería que desagradó al mandatario quien lo empujó. Justo no olvidó y una vez en la Rosada, acusó de terrorista y conspirador a su ex jefe, a quien metió preso primero y mandó al exilio, después. Una actitud que el historiador Félix Luna definió con un magistral adjetivo que hoy no pasaría el formulario de la corrección política pero que es de una salacidad lorquiana irreductible: “femenil”.
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Cobertura del partido en el diario La Nación |
Tras el pase inicial de Justo a Gabino Sosa debieron pasar 15 minutos para que el argentino Cesáreo Onzari convierta de tiro directo desde el córner el primer gol olímpico de la historia en el arco de la calle Río Cuarto.
Tras el gol de Onzari, no pasaron quince minutos para que Pedro Cea marcara el empate para el elenco celeste, pero Argentina puso cifras definitivas a los 8 minutos del segundo tiempo tras un gol de Domingo Tarasconi que selló el 2 a1.
Como buen clásico rioplatense, el match fue de hacha y tiza. Los orientales se dedicaron a administrar patadas y coces que se cobraron como víctima al leproso Adolfo Celli, a quien le rompieron la tibia y el peroné. Como en esa época no estaban reglamentados los cambios, la cortesía de los cirujanos visitantes permitió que Celli -quien, además, fue uno de los fundadores de Colón de Santa Fe- fuera reemplazado por el back boquense Ludovico Bidoglio.
La dudosa urbanidad de los uruguayos fue respondida con fervor desde las gradas cuando comenzaron a llover con intensidad creciente, piedras y botellas, una lluvia que provocó que, al minuto 86 los visitantes decidieran abandonar el campo de juego.
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Puntapié inicial del partido de 1924 |
“Pocas veces hemos experimentado en un campo de juego la impresión dolorosa, de desconcierto, que sufrimos ante el epílogo que tuvo el encuentro. Las escenas de guerrillas entre los campeones olímpicos y el público, aquella otra de Scarone luchando a brazo partido con los agentes de policía, procurando impedirle que abandonase el field, no tienen precedente en las luchas internacionales rioplatenses. De cómo se pudo llegar a esa exaltación y falta de buen tino, es lo que no nos explicamos, y si buscamos su origen debemos decir en honor a la verdad, que lo encontraríamos por igual en la conducta de ambas partes. No de otra manera se explica el juego algo brusco de los visitantes cuando comprobaron el poder del team argentino, como tampoco se explican las botellas y piedras que por tal causa les fueron arrojadas, sobre todo aquellas primeras dirigidas al arquero Mazali, que ninguna participación tenía en las violentas intervenciones de sus compañeros. La nota máxima de la locura diéronla la casi totalidad de los campeones olímpicos dejando de jugar para entregarse a una verdadera batalla con el público. Cuando los uruguayos abandonaron la cancha, los hombres del team argentino fueron detrás de ellos a fin de pedirles que cambiaran de actitud. No habiendo obtenido resultado su intervención, volvieron para cumplir con el reglamento que obliga a permanecer en el field hasta expirado el tiempo de juego”, se lamentaba El Gráfico.
Ricardo Lorenzo Bocorotó, lo definirá como “el match más memorable en la historia del fútbol rioplatense”.
Una triste sombra pronto serás
Sportivo Barracas, el equipo arrabalero, no quiso o no supo sumarse al profesionalismo y en el 30 se quedó del lado de los amateurs para ir apagándose lentamente hasta que en 1937 abandonó la práctica del fútbol.
El Stadium aguantó un poco más y fue demolido en 1942 para dar lugar al parque Pereyra: “El palquito, las tribunas, todo se fue yendo en la vieja cancha de Sportivo Barracas, escenario de partidos inolvidables. Fueron cayendo los vestuarios, desmoronándose las apiladas de ladrillos, y entre el polvo de cal fueron emergiendo los recuerdos. ¿Te acordás? Aquí perdieron los olímpicos uruguayos en 1924”, escribirá Borocotó en este inusual obituario publicado en El Gráfico.
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La selección uruguaya en París – 1924 |
La leyenda que supo rivalizar con su vecino Boca Juniors y disputar supremacía con Independiente y Racing se despedía. Ya nada quedaba de ese estadio surgido que vio jugar como locales a los hermanos Felipe y Roberto Cherro, y Mario y Juan Evaristo, a Pedro Marassi, Carlos Peucelle, Mario Fortunato y tirar sus primeras diagonales a un tal Alfredo Di Stefano.
También fue el escenario para que Luis Ángel Firpo, el Toro de las Pampas, presente su primera pelea al aire libre o para que el maratonista Juan Carlos Zabala, el Ñandú Criollo, ofrezca su dorada en los olímpicos de Los Ángeles 1932.
Sportivo Barracas logró su único título en el campeonato de 1932 de la Asociación Argentina de Football. Un verdadero canto del cisne. Tras la desafiliación de 1937, el club se decidió a volver en 1967 para militar en la Primera D. Sin querencia, gerenciado a veces y, ahora, bajo el ala del sindicalista Víctor Santamaría, hoy disputa el torneo de Primera C.
Cesáreo Onzari, ese jugador “veloz, justo en el centro dirigido a la carrera, hábil para eludir la vigilancia del half implacable, certero en el shot al arco” como lo definiría La Razón, siguió en el Huracán que lo vio nacer hasta 1933 con la única excepción de la gira a Europa de Boca Juniors que lo contó como refuerzo para los xeneizes junto con Manuel Seoane de El Porvenir, Luis Vaccaro de Argentinos Juniors, Octavio Díaz de Rosario Central y Roberto Cochrane de Tiro Federal de Rosario. Cinco de once...Onzari ganó cuatro campeonatos de primera y una Copa Argentina con Huracán donde jugó 212 partidos y convirtió 67 goles. Con la celeste y blanca jugó 14 partidos, marcó cinco goles y ganó la Sudamericana de 1925. Se murió el 7 de enero de 1964
“Era un deportista íntegro, puede ser considerado como uno de los prototipos del fútbol amateur. Winger izquierdo del famoso equipo de Huracán en la década del veinte, extremo de una línea completada con Loizo, Chiessa, Stábile y Spósito, fue una pieza importante hasta el punto de llegar a ser internacional, pero siempre se mantuvo en un nivel modesto. No fue estrella, no quiso serlo porque se lo impedía su carácter, su personalidad, pero el que quería verlo, el espectador que no se dejaba deslumbrar por malabarismos, encontró siempre en él al elemento capaz de jugar uno y cien partidos con la misma eficacia, con idéntico desinterés de lucirse, con el único afán de jugar”, lo despidió La Razón.
Un convenio entre Huracán y el gobierno porteño decidió que la calle que se abrirá bajo la platea Miravé para conectar las viviendas recientemente construidas con la estación Buenos Aires y el subte, llevará su nombre.
La llegada del broadcasting
El Argentina – Uruguay condensa varias de las invenciones que construyeron el fóbal tal como lo conocemos: desde la pútrida reventa, hasta el alambrado, la vuelta y el córner olímpico, y aún resta el quinto elemento: la transmisión radial, esa voz hertziana y artesanal que conformó la banda de sonido de muchas de nuestras historias y que nos acompañó en esos momentos de expectante incertidumbre.
“Señoras y señores, la Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival Sacro de Ricardo Wagner, ‘Parsifal’, con la actuación del tenor Maestri, el barítono Aldo Rossi Morelli y la soprano argentina Sara César, todos con la orquesta del teatro Costanzi de Roma, dirigida por el maestro Félix von Weingarten”, fueron las primeras palabras que Enrique Telémaco Susini pronunció frente a un micrófono radial instalado en la terraza del teatro Coliseo.
Eran las nueve de la noche del 27 de agosto de 1920. Pese a que el número de radioescuchas no llegaba al centenar, ese suceso cambiaría la vida cotidiana de los argentinos. Junto a Susini estaban César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, los locos de la azotea. No eran solemnes ingenieros ni técnicos sino cuatro jóvenes que se amalgamaron en el mundo de la medicina. Susini, de 25 años, era el único que detentaba título; los otros tres, eran estudiantes de la Universidad de Buenos Aires: Mujica un pibe de 18, y Guerrico y Romero Carranza de 22.
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Manuel Seoane y su receptor de radio |
El romance entre radio y deporte empezó el 11 de abril de 1921 cuando en el Motor Square Garden de Pittsburg se enfrentaron a diez rounds Johnny Dundee y Johnny Ray. Ese día Florent Gibson le puso relato al combate desde la emisora Westinghouse KDKA de esa ciudad.
El boxeo fue -también- protagonista en esta comarcas cuando el 14 de septiembre de 1923 la radio nos trajo el eco de la primer “pelea del siglo”, entre el campeón de todos los pesos, Jack Dempsey, y el retador, Luis Angel Firpo, el Toro salvaje de las Pampas.
El match tuvo lugar en el Polo Grounds de Manhattan, en la quimérica Nueva York. Eran tan pocas las radios a galena disponibles que el público se reunió en la puerta de los diarios desde donde justicieros altavoces retransmitían las voces eléctricas que narraban la primer victoria moral del deporte local.
La radio del match del siglo
Así llegamos a nuestro recurrente Argentina – Uruguay disputado el 4 de octubre de 1924 en el Stadium de los arrabaleros de Barracas.El arquitecto de esa transmisión en vivo y en directo fue el radioaficionado Horacio Martínez Seeber, quien improvisó una cabina en los techos de chapa del vestuario visitante desde la cual junto al jefe de Deportes del diario Crítica, Atilio Cassime, como comentarista inició una saga que hoy consideramos “tan eterna como el agua y el aire”.
El formato de la transmisión no se asemeja en nada al canon que hoy concebimos como inmutable. Siquiera se parece a los arcaísmos que detectamos en Luis Elías Sojit, Fioravanti o Bernardino Veiga. No, el formato de esa transmisión se nos hace tan inconcebible como un fin de semana sin fóbal.
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“Presencie el partido internacional entre argentinos y uruguayos sin ir a la cancha”, proponían las cartulinas.
El cotejo fue transmitido por Radio Prieto, una forma de llamar a LOR Radio Argentina, la primera emisora de habla hispana del mundo y que permaneció en el éter hasta 1983 cuando, por problemas financieros, debió devolver la licencia al Estado. De esa radio sólo queda en pie su antena transmisora en Lanús, una herrumbrosa torre romboidal de 127 metros de altura.
En esos tiempos, la radio era más un problema técnico que un desafío comunicacional, pero para Martínez Seeber la técnica no tenía secretos al punto que era poseedor de la primera licencia oficial de radioaficionado emitida: la preciada número 1.
Nuestro novel relator instaló tres micrófonos: uno para él, otro para Casime, su comentarista, y un tercero de ambiente para registrar el ambiente generado por el público. Junto a Martínez Seeber y Casime, estaban Alfredo Tonazzi, Oscar Péndola y el dueño de la emisora, Teodoro Prieto. Como refuerzo de lujo estaba Enrique Susini, uno de los locos de la azotea, listo para intervenir ante cualquier inconveniente.
El mito, incomprobable hasta el momento, cuenta que Carlos Gardel junto a su guitarrista Guillermo Barbieri se arrimaron a la improvisada cabina para deleitar al respetable con unas canciones con las que el Zorzal amenizó el entretiempo .Dicen que san Gabriel, el arcángel de la Anunciación es el patrono de la radio.
Pues ese día debió estar por el Stadium, un Argentina -Uruguay de ‘hacha y tiza’, con reventa, batahola, el famoso gol de córner de Cesáreo Onzari a los 15 minutos, el empate de Pedro Cea a los 29, el gol definitivo de Domingo Tarascone que desniveló a los 53; la fractura del back argentino Adolfo Celli, Calumín haciendo de linesman, las coces rioplatenses, los botellazos del público, el retiro de los orientales. El “match del siglo”, como lo bautizó Borocotó.
Polémica por el antes y por el después
Por su parte, los uruguayos reclaman para sí el mérito de la primera transmisión radial de un partido de fútbol. Los orientales alegan que fue en ocasión de la disputa del Sudamericano de Selecciones de Río de Janeiro, en 1922, aunque el método usado deja lugar a muchas dudas pues el dispositivo armado por Claudio Sapelli se basaba en la información que le llegaba desde la capital carioca a un equipo cablegráfico tras lo cual Sapelli, altavoz en mano, improvisaba una especie de relato al público que se congregaba ante la azotea del montevideano diario El Plata, ubicado en el ala derecha del Teatro Solís.
Esta suerte de pregón diferido fue el que el 23 de septiembre anunció el triunfo celeste ante Chile por 2 a 0. Con algunas variantes este método permitió que el 1 de octubre, los orientales pudieran seguir el empate a cero entre su combinado y los locales.
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Tito Martinez Delbox |
“Como relator deportivo, fui el primero de todos. En 1927 transmití para Radio Nacional el partido que jugaron Sportivo Barracas y Estudiantil Porteño, algo inolvidable. De micrófono, ni hablar. Apenas un teléfono candelero con el cual transmití todo el partido”, recordaba Martínez del Box al diario Crónica en 1978, una respuesta que difiere de la que seis años antes había dado al semanario Siete Días.
“Para Radio Belgrano, que era de Manuel Penelas -después la compró don Jaime Yankelevich, con quien seguí trabajando- hice la primera transmisión deportiva del país: Sportivo Barracas -mi cuadro- contra Huracán. Pero no teníamos micrófono; usábamos un teléfono, de esos de pie. Esto fue en 1926”, agregó.
Sea como sea, el éxito fue tal que Martínez empezar a transmitir boxeo, en especial las peleas del ídolo del momento: el Torito de Mataderos, Justo Suárez y de Vittorio Venturi.
Más allá de polémicas y discordancias, los cronistas coinciden en que el primer especialista en fútbol fue Roque Sillitti, quien comenzó a relatar para Radio Prieto en 1926 aportando “color, carácter y entusiasmo”, tal como anunciaban los reclames de la época.
No eran raras las fotos del popular relator junto a los novedosos alambrados olímpicos aunque el propio Sillitti admitió que “no siempre transmitía desde la cancha, a veces dibujaba los partidos desde los estudios”.El entusiasmo que ponía en sus relatos no era óbice para la reflexión, como la que ilustra esta nota en la que pide revisar y no confundir conceptos como patria, patrioterismo, pasión, pasionismo y fútbol, publicada en 1934 en la sección Radio Cocktail de la revista Caras y Caretas.
En 1930 Silliti tuvo a su cargo la cobertura del primer Mundial de Fútbol que tuvo como sede el Centenario de Montevideo. La saga que continuarían Luis Elías Sojit, Lalo Pelliciari, Joaquín Carballo Serantes. Fioravanti, José María Muñoz y Víctor Hugo Morales, sólo por nombrar a algunas voces de las broadcast porteñas.
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