Scalabrini Ortiz, sublevado y solo
Por Gerardo Cadierno. 14 de febrero de 1898. En San Juan de la Vera de las Siete Corrientes, nace un niño al que sus padres bautizarán con el interminable nombre de Raúl Ángel Toribio, extenso nombre al que agregarán los apellidos de sus progenitores.
Así llegó a la vida Raúl Scalabrini Ortíz, el hombre que siempre estuvo solo pero que nunca esperó.
Raúl fue el primer varón y tercer hijo, Matilde e Inés habían llegado antes, de Pedro Scalabrini, un naturalista italiano llegado en 1868 con apenas 20 años a la entrerriana Paraná, donde conoció, cortejó y se casó con Ernestina Ortiz, una descendiente de vascos que llegaron a estas tierras junto a Juan de Garay.
Como buen inmigrante, Pedro al principio sobrevivió como profesor de historia y filosofía en la capital entrerriana y su labor docente lo llevó a integrar el deliberante local y presidir la canónica sociedad italiana. Como naturalista dirigió el museo parenaense y colaboró con Florentino Ameghino en el estudio de los pisos geológicos mesopotámicos.
Cuando llegó Raúl, sus padres ya llevaban tres años en Corrientes donde desempeñaban tareas educativas, científicas y fundaron el museo provincial. Apodado por su padre como Marangatú, un día dejaron la mesopotamia para instalarse en el porteño Barrio Norte.
Se anotó para estudiar ingeniería en Exactas donde se recibió de agrimensor. Al tono de los tiempos cultivó cuerpo y espíritu, así que mientras cruzaba guantes bajo las reglas del marqués de Queensberry, leía a Anatole France, Oscar Wilde, y los rusos Máximo Gorki, Fiodor Dostoievski y Anton Chejov quienes fueron su puente de contacto con uno de los temas que más lo interesaban en ese momento: la revolución rusa.
La impresión que le causaron los sucesos de octubre lo arrimaron -en 1919- al grupo marxista Insurrexit desde donde pudo aprehender las herramientas teóricas que le permitieron poner de relieve la importancia de los factores económicos y sociales en el desarrollo histórico.
“Esa práctica del comunismo dejó en mí una huella tan honda que mi espíritu parece un par de brazos fraternales (…) El conocimiento de los autores de izquierda dejó grabada en mí la importancia que los sucesos económicos tienen en los procesos históricos…”, supo apuntar.
Mientras tanto, complementaba su formación ideológica con una gran cantidad de viajes por territorios y provincias argentinas como La Pampa, Entre Ríos y Catamarca a los que estaba obligado por su profesión de agrimensor.
En los cafés porteños solía conversar y debatir con estrellas de la constelación intelectual de la época como su inspirador Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Alfonsina Storni y Quinquela Martin.
En 1923 publicó La manga, un libro de cuentos y al año siguiente se vincula a Martín Fierro, una revista creada por jóvenes de entre 24 y 25 años que buscaba romper “la funeraria solemnidad del historiador y del catedrático”. Dirigida por Evar Méndez y Oliverio Girondo, la publicación de sólo cuatro páginas persistirá durante 45 números entre 1924-1927 en los que compartirá redacción con Macedonio, Borges, Conrado Nalé Roxlo, Raúl y Enrique González Tuñón, Luis Cané, Ricardo Güiraldes, Xul Solar, Norah Lange, Leopoldo Marechal, Jacobo Fijman, González Tuñón, y Ulises Petit de Murat.
La búsqueda en soledad
En 1924, con 26 años, emprende el litúrgico viaje a la capital del Plata: París, la Ciudad Luz, de donde regresa profundamente decepcionado.
“El tan soñado viaje a París fue la muerte de una ilusión (…) Me equivoqué. Di con técnicos. Técnicos de saborear, técnicos de la escritura, técnicos del querer (…) El labriego es el mejor labriego (…) Pero no sentí en ellos ese afán de determinar inhallables solicitudes que había sentido palpitar en la entraña joven de mi tierra (…) En Europa, se produjo el mágico trueque de escalafones; comprendí que nosotros éramos más fértiles y posibles, porque estábamos más cerca de lo elemental”, admitía con desazón.
Así fue que Scalabrini logró romper con la alienación europeizante de la gran mayoría de los intelectuales pero el precio fue la soledad.
“Mis días eran extrañamente ajenos los unos a los otros… Les faltaba sometimiento a una sorpresa más grande que ellos mismos. Les faltaba subordinación a una fe”, recuerda.
Para ese entonces, a sus mesas de café se sumarán historiadores como José Luis Torres, Ernesto Palacio y los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta, con quienes cultivará una gran amistad y una búsqueda en común que lo llevó a escribir en 1927: “Nuestra mayor tristeza proviene de no saber quienes somos. Hablamos en castellano, pensamos en inglés, gustamos en francés, amamos en ruso, nos apasionamos en italiano (…) vivimos de prestado abrumados por los preceptos de estéticas y éticas lejanas. Recién hemos dado en saber que la primavera nos llega en septiembre y no en abril”.
La crisis mundial de 1929 con la implosión del capitalismo y las enseñanzas de Macedonio Fernández acerca del altruismo y el beneficio colectivo, le hacen ver la peor cara de la fantasía centenaria argentina: desocupación, hambre, tuberculosis, delincuencia, suicidios y el inicio de la Década Infame.
Para ese tiempo Scalabrini renunció a su lugar como redactor de La Nación para observar “el puerto con sus tugurios de lata y cartón, cafishios en la calle Corrientes, milonguitas buscando clientes en la noche porteña, malandrines, cafés con rostros sombríos, colas de desocupados en las fábricas, ollas populares, mendigos suicidios”.“En 1930 yo había alcanzado el más alto título que un escritor puede lograr con su pluma: el de redactor de La Nación, cargó que renuncié para descender voluntariamente a la plebeya arena en que nos debatimos los defensores de los intereses generales del pueblo”, comentó casi tres décadas después.
En 1931 publicó El hombre que está solo y espera, su obra más afamada y con la que obtuvo reconocimiento de los círculos intelectuales y el Premio Municipal. En sus páginas se ensayan en una metapoética protosociología porteña la mirada de porteño de clase media al que dará vida como el Hombre de Corrientes y Esmeralda: “vórtice en que el torbellino de la argentinidad se precipita en su más sojuzgador frenesí espiritual”.
“El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ritmo de las vibraciones comunes, un magnetismo en que todo lo porteño se imana, una aspiración que sin pertenecer en dominio a nadie está en todos alguna vez. Lo importante es que todos sientan que hay mucho de ellos en él, y presientan que en condiciones favorables pueden ser enteramente análogos. El Hombre de Corrientes y Esmeralda es un ente ubicuo: el hombre de las muchedumbres”, apuntará en ese recorrido que intenta definir a eso “imposible de definir: un argentino”, como dirá en esos tiempos Jorge Luis Borges.
un mundo completo y ficticio en que
el mundo ya no es valedero.
los embates de la vida se mellan…
es un olvido del egoísmo humano”.
Parecía que la literatura argentina sumaba una nueva estrella a su firmamento. Pero, en un golpe de timón -o, tal vez, no- abandonó la metafísica para poner todo en la investigación socioeconómica e histórica nacional.
El Paso de los Libres y FORJA
En 1930, el golpe de José Félix Uriburu contra Hipólito Yrigoyen y la posterior reacción conservadora de la mano del fraude patriótico, lo acercan al radicalismo.
La anulación, en 1931, por parte de la dictadura de las elecciones para gobernador bonaerense donde había triunfado la fórmula de la UCR integrada por Honorio Pueyrredón y Mario Guido, había dado pie a la abstención de los radicales y al fraude escandaloso que impuso a la fórmula de la Concordancia integrada por el general Agustín P. Justo y Julio Argentino Roca (h).
En 1933, desde sus efímeros pasajes en Última Hora, Noticias Gráficas y Señales, denuncia el Tratado Roca-Runciman que aferra aún más a la Argentina al esquema de división internacional del trabajo en el cual la corona inglesa tiene un rol central.
Nada de esto era nuevo. En 1802 Manuel Belgrano asombró al Consulado cuando en su memoria indicó que “ningún país que exporte materias primas puede tener futuro, lo que hay que hacer es industrializarlas. De ese modo, trabajamos con la gente del país. Si exportamos la materia prima, van a trabajar los otros y nosotros vamos a comprar los productos manufacturados y no vamos a poder crecer”.
Por ejemplo en este artículo en Noticias Gráficas desde el que denuncia que: “Ya hemos entregado al capital extranjero las vías de comunicación terrestre y fluviales y el monopolio del comercio de granos y de la industria de la carne. Todo aquí está bajo el dominio extranjero. Extranjero es la mayoría del capital bancario, extranjeras las grandes empresas de recreaciones públicas, extranjera una parte abrumadora del capital invertido en hipotecas, extranjeros los tranvías y los medios urbanos de movilidad, extranjeros los poseedores de acciones de una increíble proporción de sociedades anónimas que embanderan sus edificios en los días patrios. Extranjeros son también los acreedores del Estado”.
“Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño.
Sólo requieren saber sumar y restar.
Cuando usted no entiende una cosa,
pregunte hasta que la entienda.
Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros”.
Su compromiso con el yrigoyenismo, lo llevó a formar parte de la revolución radical de enero de 1933, dirigida por el teniente coronel Gregorio Pomar, una patriada tan heroica como inútil, y vencida desde su génesis lo que no privó a los vencedores de degollar a una veintena de boinas blancas y que oficiales del ejército exhibiera orejas de los muertos.
La patriada fue versificada por Arturo Jauretche, en su Paso de los libres, una serie de estrofas “merecedoras de la amistad de las guitarras y los hombres”, según definió el autor de su prólogo: Jorge Luis Borges.
Tras la derrota, el 23 de febrero de 1934, un Scalabrini esposado y acompañado por un oficial celebra matrimonio con Mercedes Comaleras Ortiz con quien tuvo cinco hijos: Raúl Pedro, Jorge José, Juan Miguel, Pedro Alberto y Matilde Alicia.
Pocos días después embarcará rumbo al exilio.
Desterrado en Europa, en el ostracismo pudo conceptualizar con mayor claridad la dependencia de Argentina respecto a Londres, especialmente al tomar conciencia que la prensa europea consideraba al Río de la Plata como una pieza más del imperio británico. En Alemania comenzó a publicar sus primeros ensayos sobre estas temáticas en el Frankfurter Zeitung, uno de los pocos medios que aún no habían caído bajo el control nazi.
Fortalecido, el gobierno de Justo permitió a fines de 1934 el regreso de los exiliados lo cual lo trajo de regreso. Nuevamente en la patria, empieza a relacionarse con Arturo Jauretche, Manuel Ortiz Pereyra, Amable Gutiérrez Diez, Gabriel del Mazo, Luis Dellepiane, Homero Manzi y Darío Alessandro entre otros integrantes de FORJA, la Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina a la que se afiliará en 1940.
Los forjistas se acovachaban en un viejo sótano de la avenida Corrientes al 1200. Son apenas un par de centenares, provienen de los sectores medios y cuentan con más entusiasmo que recursos aunque lentamente arman una red nacional que les da cierta representación. “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”, proclaman en su manifiesto fundacional.
“Fuimos nazis, anarquistas, comunistas, agentes del oro yanqui, del oro alemán, del oro ruso, y hasta del oro inglés. Después nos cubrieron con el silencio y creyeron que esa era una mortaja suficiente y definitiva”, recuerda Scalabrini quien comenzaba a ser una fuente de consulta aún entre políticos con los que no comulgaba por completo como socialistas y demócratas progresistas quienes ante la abstención radical usufructuaban un puñado de bancas: “Colaboré anónimamente con todos los parlamentarios que me quisieron escuchar y utilizar mis conocimientos preferí hacer eso, a no hacer, proporcioné informes a varios legisladores opositores, y hasta escribí más de un alegato”, admitió.
Mientras Jauretche agita y rosquea apoyos para fortalecer la agrupación, Scalabrini pondrá su energía en la producción teórica, que marcará por décadas a un sector de la intelectualidad argentina a través de los legendarios 13 Cuadernos de FORJA que mostrarán una interpretación científica e inédita de la realidad de esta patria.
Desde el periódico Señales y FORJA exhibirán todos y cada uno de los capítulos de la entrega del patrimonio llevado adelante por la fraudulenta Concordancia. “A veces creí estar viviendo una horrenda pesadilla. El país se hundía en el fango y no había luz alguna en el horizonte”, recordará Scalabrini, de quien Jauretche dirá haberlo visto “más débil que el Quijote, pero las verdades que surgían de aquella vigilia lo robustecían”
“El alma de los pueblos brota de entre sus materialidades (…),[no] hay posibilidad de un espíritu nacional en una colectividad de hombres cuyos lazos económicos no están trenzados en un destino común. (…) Y así enfocada, la economía se confunde con la realidad misma”, sostenía al explicar por qué entró “al estudio de los constituyentes económicos”. Para Scalabrini “no es posible la existencia de un espíritu sin cuerpo y la economía es la técnica de la auscultación de los pueblos enfermos.”
En ese sentido, y con su detallismo de agrimensor, descubre el elemento clave de la estructuración económica argentina: “Las tarifas juegan un papel preponderante y hasta casi definitivo en la vida económica de un pueblo. Con ellas se pueden impedir industrias, crear zonas de privilegio, fomentar regiones, estimular cultivos especiales y hasta destruir florecientes ciudades. La tarifa ferroviaria es un arma artera, silenciosa.”
Scalabrini sistematizó a fuerza de datos la matriz de la economía argentina. Tal como recordaba Arturo Jauretche: “En nuestros años de estudiantes, nos pasábamos hablando mal del imperialismo (…) Fue Scalabrini quien nos explicó de qué manera el imperialismo inglés instrumentaba su dominación sobre la Argentina: cómo las vacas cimarronas que se extendían por nuestras tierras empezaron a ser mejoradas en función de los intereses de los productores ingleses; cómo el tendido del ferrocarril hacia el puerto de Buenos Aires, la construcción de los frigoríficos en las zonas portuarias, los seguros, las grandes casas comerciales, habían significado que el país se convirtiera en una semicolonia; cómo los bajos costos de producción, merced a la ventaja fundamental que tiene nuestro país por la fertilidad de sus tierras y el clima de la pampa, les permitían llevarse las carnes baratas. Él nos llevó de un antiimperialismo abstracto a un antimperialismo concreto.”
Con paciencia benedictina recopila y relaciona datos para concluir que “ferrocarriles, tranvías y teléfonos y por lo menos el 50 % del capital de los establecimientos industriales y comerciales es propiedad de extranjeros… Todo eso explica por qué en un pueblo exportador de materias alimenticias puede haber hambre: ha comenzado a haber hambre.
Es que ya al nacer el trigo y el ternero no son de quién los sembró o los crió, sino del acreedor hipotecario, del prestamista que adelantó los fondos, del banquero que dio un empréstito al Estado, del ferrocarril, del frigorífico, de las empresas navieras… de todos menos de él”.
Al llegar la Segunda Guerra Mundial y ante la presión de sectores aliadófilos para que Argentina se sume al conflicto y envíe tropas al frente, Scalabrini publica el diario Reconquista, desde donde defiende la neutralidad: “No os dejéis arrastrar a la catástrofe. Si os empujan, subleváos. Muramos por la libertad de la Patria y no al servicio de los patrones extranjeros”. Reconquista sobrevive apenas 41 días.
Mientras milita la neutralidad, continúa dando conferencias sobre la dependencia centradas en los ferrocarriles ingleses a los que define como “una inmensa tela de araña metálica donde está aprisionada la República”.
“El instrumento más poderoso de la hegemonía inglesa entre nosotros es el ferrocarril. El arma del ferrocarril es la tarifa… Con ella se pueden impedir industrias, crear zonas de privilegio, fomentar regiones, estimular cultivos especiales y hasta destruir ciudades florecientes. Es un arma artera, silenciosa y, con frecuencia, indiscernible hasta para el mismo que es víctima de ella”, predicaba.
Estos trabajos adelantados en los Cuadernos de FORJA adquieren forma de libros en Política británica en el Río de la Plata e Historia de los ferrocarriles argentinos.
Lejos de la consigna, explica con silogismos tarifarios: “Para impedir la simple industria de la molienda… una bolsa de harina remitida a Salta paga $ m/n 2.53 si se envía de Córdoba [862 km.] y solamente $ m/n 2.06 si se la remite desde Buenos Aires [1600 km.]. Es decir que la molienda es imposible en Córdoba y el salteño tiene forzosamente que alimentarse con harina molida en Buenos Aires…Para hacer 100 km. de recorrido, el trigo que va directo a Buenos Aires paga $ m/n 4.97. Con el mismo recorrido, el trigo que va a cualquier otra estación de la línea paga $ m/n 6.15… La harina que sale de Buenos Aires para cualquier estación paga con un recorrido de 100 km. $ m/n 5.95. Si sale de una estación del interior, por el mismo recorrido paga $ m/n 7.36”.
Las conclusiones llegan solas y las consecuencias, también.
El 13 de enero de 1942, el diario La Prensa publica: “‘Caballero argentino, casado de 44 años, con amplias relaciones, estudios universitarios, técnicos, una vasta cultura general, científica, literaria y filosófico, con experiencia general y profunda de nuestro ambiente económico y político, ex redactor de los principales diarios, autor de varios libros premiados y de investigaciones, aceptaría dirección, administración o consulta de empresa argentina, en planta o en proyecto, en los órdenes de la industria, comercial o agrario. Dirigirse a Raúl Scalabrini Ortiz, calle Vergara 1355, Vicente López”.
Como esos personajes de Pirandello que buscan un autor, el hombre está solo y espera.
El 1 de febrero de 1943, Scalabrini deja FORJA alegando discrepancias con su conducción política que cada vez se acercaba más al Grupo de Oficiales Unidos (GOU) una logia militar integrada por mandos medios que coincidían en la necesidad de mantener la neutralidad argentina y algunas vaguedades más.
Con la partida de Scalabrini, dejarán de publicarse los cuadernos y la agrupación se dedicará más al fragote y la agitación que a la creación teórica
El subsulo de la patria sublevada
El 4 de junio de 1943, el GOU da su golpe de Estado, depone al presidente conservador y fraudulento Ramón Castillo y tras una serie de rifirafes lleva al sillón de Rivadavia al general Edelmiro Farrel aunque todos saben que la estrella del norte de ese gobierno era un carismático coronel llamado Juan Domingo Perón que acumulaba los cargos de vicepresidente, ministro de Guerra y de una ignota y novel dependencia: la Secretaría de Trabajo y Previsión.
FORJA había sido de las pocas agrupaciones que apoyó la asonada bajo la consigna de “radicalizar la revolución y revolucionar el radicalismo” al que pretendía atraer.
Pese a la desconfianza casi instintiva que tenía a todo lo que oliera a verde oliva, Scalabrini Ortiz acompañó el nuevo proceso político.
La desconfianza duró hasta mediados de 1944, cuando Perón durante la inauguración de la la cátedra de Soberanía Nacional en la Universidad de La Plata donde expuso que un país soberano debe tener una flota, ferrocarriles, bancos y seguros propios.
En 1945, Scalabrini viajó al Chaco profundo tras uno de esos proyectos mitad aventura, mitad quimera que solía diseñar. Allí se encontró con un grupo de wichís, a los que antes conocía como matacos, a los que les preguntó cómo estaban: “Estando, indio trabajando, patrón pagando, estando un coronel Perón”.
Esa presencia en forma de gerundio en la selva profunda de un Estado que controlaba que se pague y no haya explotación lo indujo a pensar que, tal vez, algo estaba empezando a cambiar.
El 17 de octubre de 1945, Scalabrini Ortiz se sentirá -efímeramente- parte de “esos de nadie y sin nada”, del “subsuelo de la patria sublevada (…) que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original….”
“Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de la Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas. Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda o descendían de las Lomas de Zamora. Hermanados en el mismo grito y en la misma fe iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba, como asoman las épocas pretéritas de la tierra en la conmoción del terremoto. Era el substrato de nueva idiosincrasia y de nuestras posibilidades colectivas allí presente en su primordialidad sin reatos y sin disimulos. Era el de nadie y el sin nada en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices humanos, aglutinados por el mismo estremecimiento y el mismo impulso, sostenidos por una misma verdad que una sola palabra traducía: Perón.”
Scalabrini llegó a presentarle a Perón trabajos sobre la nacionalización del ferrocarril, aunque nunca aceptó cargos públicos y se mantuvo crítico de la praxis política del peronismo, una postura que hará que la burocracia del régimen lo ponga en la mira y que muchos de sus viejos amigos dejen de frecuentarlo.
En esos tiempos se retrae de la vida pública y se dedica a la plantación de álamos en las aluvionales costas del Paraná, mientras diseña los prototipos de locomotora de alta velocidad y perfil aerodinámico.
La soledad es fértil en sueños imposibles.
“Durante la época de Perón me tuvieron con la boca tapada. Ni un diario me abrió sus columnas. Ni una revista. Ni una tribuna. Sólo alcancé a dar tres conferencias en un centro obrero y Borlenghi lo hizo clausurar”, se lamentará más tarde.
Sin embargo, cuando le proponen participar en un golpe contra el gobierno, rechaza la invitación: “Hay muchos actos y no de los menos trascendentales de la política interna y externa del general Perón que no serían aprobados por el tribunal de ideas matrices que animaron a mi generación. […] En el dinamómetro de la política esas transigencias miden los grados de coacción de todo orden con que actúan las fuerzas extranjeras en el amparo de sus intereses y de sus conveniencias. […] No debemos olvidar en ningún momento ―cualesquiera sean las diferencias de apreciación― que las opciones que nos ofrece la vida política argentina son limitadas. No se trata de optar entre el general Perón y el arcángel San Miguel. Se trata de optar entre el general Perón y Federico Pinedo. Todo lo que socava a Perón fortifica a Pinedo, en cuanto él simboliza un régimen político y económico de oprobio y un modo de pensar ajeno y opuesto al pensamiento vivo del país.”
El derrocamiento de Perón en 1955 y la consolidación de la Revolución Libertadora, fueron para él una suerte de retorno de las oligarquías que se beneficiaban de la dependencia económica de la Argentina y combate ese proceso desde las páginas de El Líder, junto a otro que había conocido el ostracismo durante el gobierno depuesto: Arturo Jauretche.
La rebeldía duró poco. El 31 de diciembre El Líder fue clausurado. “Me quedé sin tener un solo lugar donde escribir. Ya no se oyen voces disonantes. La paz de los sepulcros reina sobre la Argentina”
Final solo y desesperado
Proscripto el peronismo, 1956 llega con la derrota del motín del general Juan José Valle y su seguidilla de fusilamientos y cárceles.
Pesimista, Scalabrini no ve luz y acepta la invitación de Jauretche para participar de la revista Qué, sucedió en siete días, una iniciativa de los ex comunistas Rogelio Frigerio y Baltazar Jaramillo de buena redacción. En ese entonces Qué apoyaba la candidatura de un radical intransigente que se había opuesto a las concesiones petrolíferas de Perón: Arturo Frondizi.
El 23 de febrero de 1958 la fórmula Frondizi – Guido recibe millones de votos del peronismo proscripto. Son los votos necesarios para ganar y que llegan gracias a un pacto que Rogelio Frigerio cerró con el presidente derrocado y cuyas cláusulas desconocidas el nuevo presidente se encargó de incumplir con plenitud.
Scalabrini entiende que Frondizi es el mal menor y acepta la dirección de Qué, pese a su viraje al oficialismo. No habían pasado tres meses cuando Frondizi se desdice de todo lo escrito en Política y petróleo y licita los yacimientos hidrocarburíferos, al tiempo que se prepara para mutilar los ferrocarriles.
En julio de 1958, tras publicar un artículo al que titula Aplicar al petróleo la experiencia ferroviaria, donde manifiesta su oposición a estas iniciativas, renuncia.
Tras esa separación, no volverá a actuar de forma pública. El ingreso del conservador Álvaro Alsogaray al gobierno como ministro de Economía y la escalada represiva lo sumen en una profunda tristeza.
Además, recibirá un nuevo golpe: el cáncer.
“Luchar es en cierta manera sinónimo de vivir.
Se lucha con la gleba para extraer un puñado de trigo. Se lucha con el mar para transportar de un extremo
a otro del planeta mercaderías y ansiedades.
Se lucha con la pluma.
Se lucha con la espada y el fusil.
El que no lucha se estanca, como el agua.
El que se estanca, se pudre”.
“Estoy desolado…Raúl es un capítulo de la historia argentina y yo tengo mucho que agradecerle…Se va a ir triste porque los triunfadores lo eclipsaron sin respetarlo en lo que valía como hombre y como símbolo, pero ya está en la historia del país, una historia secreta casi…pero que significará mucho con el transcurso del tiempo”, escribía Jauretche desde Europa.
En mayo de 1959, pocos días antes de morir, Raúl Scalabrini Ortiz le comenta a Juan Sábato: “Usted ve un animal grande, de cuatro patas, generalmente marrón, que tiene ubres de las que extraen leche los tamberos, cuyo excremento es de color verde y que hace muuu. Usted dice, obviamente, que es una vaca. Pues bien, Arturo Frondizi le demostrará que no, que es una locomotora diesel”.
Tras pasar un tiempo postrado, falleció el 30 de mayo de 1959.
“¿Raúl Scalabrini Ortiz …..Tú sabes que somos vencedores… vencedores en esta conciencia definitiva que los argentinos han tomado de lo argentino. Por eso hemos venido, más que a despedirte, a decirte: ¡Gracias, hermano!”, lo despidió Jauretche desde el cementerio.
El mismo Perón que corrió a los forjistas le escribirá a Mercedes Comaleras, viuda de Scalabrini: “Los que hemos luchado por los ideales que inspiraron la vida de Scalabrini Ortiz no podremos olvidarlo, como no lo olvidarán las generaciones de argentinos que escucharon sus enseñanzas y lucharán por hacerlas triunfar en el tiempo y en el espacio.”
“No tuvo prensa. Pero sus ideas prendieron en millares de argentinos y se amasaron con el pueblo. No cosechó aplausos. Pero hoy, ese pueblo —gigante colectivo como él lo llamó— lo sabe suyo y lo consagra con el nombre glorioso de patriota”, lo sintetizó Juan José Hernández Arregui.
Historia de Raul Scalabrini Ortiz
Bio.ar Scalabrini Ortiz
Canal Encuentro
José Pablo Feinmann - Filosofia aqui & ahora
Canal Encuentro - Raul Scalabrini Ortiz
Publicado en InfoRegión el 13 de febrero de 2021
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