Selfie sangrante


Por Gerardo Cadierno. La moda vinculada a cierta necesidad devocional a las selfies no estaría tan ligada al ego sino, más bien, a la soledad que es producto del vaciamiento del yo narcisista en un imposible intento de generar una producción de sí mismo que reemplace esa ausencia.

Paradojalmente, el resultado no sería otro que reproducir esa ausencia porque, ¿qué otra cosa acaba siendo esa selfie más que una mera imagen vacía del yo que cuanto más se reproduce más la incrementa y la hace más visible? 

La hace más intensa y, por ende, más dolorosa.

Esa vocación autoreferencial no sería otra cosa que una compleja y cuidada puesta en escena disfrazada de espontaneidad que no hace más que pretender ocultar la inseguridad y espeluzno ante la nada. 

En la pantalla de cristal no hay otra cosa que una nada que tiembla de náuseas en la íntima soledad.

De ser así, el celular sería otro de los dispositivos para huir del pavor que genera el vacío, ese al que la naturaleza aborrece. 

Sin embargo, hay otros, por ejemplo: el filo que corta.

Si la selfie es la producción cuidada hasta el detalle donde no hay lugar para el dolor, éste efecto tiene como condición su brevedad temporal. 

Su contracara serán el dolor de las heridas, la visión del manar de la sangre, el hedor macilento de los vómitos.

Esa agresión contra el yo vaciado actuaría como un intento -no exento de perversión- de reconstruir un yo activo y decidido. Una suerte de tratar de eliminar un pozo dinamitándolo para que se pierda entre los cráteres.

Entre el espanto y el dolor; entre la enfermedad y la locura se configuraría como una suerte de vórtice axial en el que convergen la agresión hacia un yo ausente y un otro sin registrar junto con la producción de la belleza de lo inmóvil con la vitalidad incontrolable de charcos de sangre y heces.

Como es sabido, los adolescentes varones, a diferencia de las adolescentes, dirigen su agresión hacia fuera, hacia otros.

El atentado suicida sería entonces una acción paradójica en la que coincidirían la autoagresión y la agresión al otro, por una lado con la autoproducción y la autodestrucción. 

Ese punto de convergencia y fuga acabaría funcionando como la última selfie posible en la cual el disparador de la cámara funciona al mismo tiempo como un botón rojo que romperá el estrecho límite de lo imaginario que resguarda de una realidad que no hace más que negar y poner en evidencia las faltas y ausencias.

Así, entre tripas y sangre, y entre producción y escenografía, un lívido cobarde dará su último salto.

En medio del terror, el espanto y la locura tendrá su único retrato auténtico hecho de temores, de nada y de vacío.

Gabo Ferro - Para caer
Espero que lo que exista allá abajo en el fondo
se encuentre desintegrado así como yo
es que mi corazón que has despreciando tanto
quiere buscar silencio donde nunca llegue el sol.

Y dejarse caer.




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