El ojo de Japón
Por Gerardo Cadierno. Felice Beato nació en 1833 o 1834 en Corfú, una isla que siempre fue griega pero supo enarbolar banderas de Venecia, de la Sublime Puerta, del Reino Unido e Italia.
En toda su vida compró una sola cámara. Tenía 17 años y no sabía que iniciaría un camino que seguirían millones.
Con su cámara anduvo por Constantinopla, Malta, Grecia, Jerusalém, cubrió la Guerra de Crimea, la rebelión de los cipayos que se negaban a untar sus cartuchos en grasa de vaca y la segunda guerra por la libertad de comerciar opio en China.
En 1863 arribó al puerto de Yokohama, Japón.
Allí fue profesor y fotógrafo costumbrista.
Tras asociarse con el Charles Wirgman durante unos años, abrió su negocio: Beato & Co. Photographers.
Beato coloreaba sus fotografías a mano. y retrató samurais, geishas, el arte del tatuaje japonés, a sus mujeres y la vida cotidiana.
Las limitaciones de la fotografía de entonces fueron su fortaleza.
El tiempo de exposición necesario lo transformaron en un artista del encuadre, la ubicación, el armado y la precisión.
No sólo logró costumbrismo pintoresquista, sino que -también- lo superó y capturó la expresión de los protagonistas.
Nadie sabe cómo pudo acceder a tantos lugares en esa época de transición entre el Edo feudal y el Meiji tan progresista, tan llena de tensiones, aunque, como siempre, siguieron mandando los mismos.
En el gran incendio de Yokohama perdió su estudio y gran parte de sus negativos y en 1896 vendió todo y se fue a Birmania.
Arruinado por deudas, dijeron.
No hay certeza de su nacimiento. Tampoco de su muerte.
Creemos que fue en Florencia y en 1909.
No se conservan fotos que nos muestren el rostro de Beato.
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