Alberdi, de Las Bases al mito



Por Gerardo Cadierno. 29 de agosto de 1810. En una casa frente a la plaza de San Miguel de Tucumán, Salvador Cayetano, un comerciante nacido en la guipuzcoana Guetaria espera ansioso las noticias. 

Tiene una ansiedad que no tuvo cuando comandó una de las cuatro compañías de Vizcaínos durante la defensa de Buenos Aires contra el invasor inglés. 

El próspero pulpero anhela saber qué sucede en esa habitación clausurada en la que la criolla Josefa Aráoz y Balderrama trabaja para parir a su tercer hijo.

Se escucha un llanto y un suspiro. El llanto es el de un niño que será bautizado como Juan Bautista, el suspiro es el de la madre que deja este mundo. 

Así llegó Juan Bautista Alberdi.

Pese al origen peninsular de Salvador, los Alberdi Aráoz apoyaron el proceso de mayo y la instauración de una junta en Buenos Aires, esa adhesión le permitió al comerciante vasco frecuentar al comandante del ejército patriota, Manuel Belgrano. 

Cuando el vasco patriota se murió, en 1822, los hermanos mayores -Felipe y Tránsita- se hicieron cargo de Juan Bautista​ al que mandaron a estudiar a Buenos Aires aprovechando una beca que esa provincia le había otorgado.

Ya en la ciudad del Plata, Juan Bautista comenzó a estudiar en el Colegio de Ciencias Morales. Duró poco y su rector, Miguel de Belgrano, destacó su “aversión sin límites a los estudios”. 

Tras dejar el colegio en 1824 decidió dedicar sus horas a la música. Compuso obras clásicas de piano, guitarra y flauta y en 1832 escribió su primer libro: El espíritu de la música, al que seguirá Ensayo sobre un método nuevo para aprender a tocar el piano con la mayor facilidad

“Joven de modales finos, de talento soberano, el Rossini tucumano”, lo describirá con exageración un obispo tucumano. 

Empleado en el comercio de Juan B. Moldes, un amigo de su padre, cuyo local estaba enfrente del colegio, la continua visión de sus compañeros lo decidió a volver a los libros y comenzó a cursar en el departamento de jurisprudencia en la Universidad de Buenos Aires, una carrera que continuaría en la Universidad de Córdoba donde logró el título de Bachiller en leyes que, si bien era mejor que nada, no lo habilitaba para ejercer la profesión. 

Aún debía cursar dos años en la Academia de Práctica Forense y rendir un examen ante la Cámara de Apelaciones. Alberdi seguiría sus estudios recién en 1840, durante su exilio en Montevideo, aunque recién lograría titularse como doctor en jurisprudencia durante su estadía en Chile.

El ensayo Las ruinas de Palmira, del conde de Volney fue su primer libro de cabecera. 

A partir de ahí, en los ratos libres que tenía en la tienda siempre se lo veía con un libro en la mano. Al punto que durante una dolencia una de sus tías le aconsejó dejar los libros, que tomase aire y que fuera a los salones de baile. “Ese fue el origen de mi vida frívola en Buenos Aires“, admitió.

En 1834 retornó a Tucumán en un viaje que aprovechó para rendir en Córdoba los exámenes para su título de bachiller en leyes. 

En su pago natal colaboró con el gobernador Alejandro Heredia, el Protector del Norte, quien le propuso incorporarlo a la legislatura provincial y habilitarlo por decreto para que ejerciera la profesión oferta que Alberdi declinó pues quería doctorarse en Buenos Aires. En agradecimiento, le dedicó un folleto: Memoria descriptiva de Tucumán

Mientras tanto, su hermano Felipe, estrecho colaborador de Heredia, le entregó una carta del mandatario tucumano en la que éste lo recomendaba ante una persona de influencia en Buenos Aires y le indicó que la entregara en cierta dirección. De regreso en la capital, el joven Alberdi llevó la carta que entregó su destinatario que no era otro que el riojano Juan Facundo Quiroga quien le recomendó estudiar en Estados Unidos y ofreció pagar todos los gastos, una propuesta de la que desistió cuando estaba a punto de partir. 

En febrero de 1835, Quiroga sería asesinado en Barranca Yaco y Juan Manuel de Rosas asumiría -con la suma del poder público- la gobernación de Buenos Aires por segunda vez. 

La Generación del ’37, los románticos del Plata
En Buenos Aires el tucumano se unió al Salón Literario, fundado por Marcos Sastre en la trastienda de su librería,  y al que solían concurrir un grupo de jóvenes que fueron conocidos como la Generación del 37, y que se proponían como herederos y continuadores del ideario que habría inspirado a los hacedores de la Revolución de Mayo.

Entre sus postulados figuraba el abandono de la herencia colonial española y la instauración de una democracia burguesa que garantizara el cumplimiento de los derechos ciudadanos. Literariamente, adherían al romanticismo inglés y francés.

Esta generación figurará como motor intelectual del proceso constitucional argentino y muchos de sus integrantes fueron exalumnos del Colegio de Ciencias Morales -actual Nacional de Buenos Aires- creado por Bernardino Rivadavia durante su presidencia: Esteban Echeverría, Vicente Fidel López, Juan María Gutiérrez, Miguel Cané (padre), José Mármol, Félix Frías, Carlos Tejedor, Luis Domínguez, Marco Avellaneda, Antonino Aberastain, Marcos Paz, integraron este movimiento. 

Domingo Faustino Sarmiento, una suerte de adherente externo del movimiento, en su libro Recuerdos de provincia se lamenta no haber salido favorecido en el sorteo para continuar sus estudios en ese colegio. 

“Como la fortuna no era el patrono de mi familia, no me tocó ser uno de los seis agraciados. ¡Qué día de tristeza para mis padres aquel en que nos dieron la fatal noticia del escrutinio! Mi madre lloraba en silencio, mi padre tenía la cabeza sepultada entre sus manos.”, apuntó el sanjuanino.

Si bien el grupo inicialmente, buscó acercarse al entonces gobernador, Juan Manuel de Rosas, cuya “buena fe” destacó Alberdi en el Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho, Rosas, sólo tardó seis meses en cerrar el salón, pero para entonces Esteban Echeverría ya había fundado la Asociación de Mayo, un movimiento al que adhirió el tucumano y en cuya acta fundacional declaraban que no eran unitarios ni federales, postulaban la creación de un gobierno central y un sistema de gobiernos municipales que garantizaran los derechos ciudadanos. 

El documento fue conocido como Dogma socialista de Mayo, y aspiraba a entroncar con los ideales de 1810.

“Los esclavos, o los hombres sometidos al poder absoluto, no tienen patria, porque la patria no se vincula a la tierra natal, sino en el libre ejercicio de los derechos ciudadanos”, escribió Echeverría a su regreso de Francia.

Entre la herencia literaria de la Generación del 37 figuran El matadero y La cautiva de Esteban Echeverría; El gigante Amapolas, de Alberdi; Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas, de Domingo Faustino Sarmiento; o Amalia de José Mármol.

Ese mismo año, Alberdi publicó el Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho, un diagnóstico de la situación nacional y sus posibles soluciones. Pensada para ser su tesis doctoral, fue influenciada por el historicismo (una doctrina que postulaba que el sistema jurídico era un elemento dinámico de la vida social) del  alemán Friedrich Carl von Savigny y sirvió como base de esa corriente en Argentina. 

El texto fue criticado por los exiliados en Montevideo quienes consideraban que ese ataque al despotismo era insuficiente al no hacer aludir directamente a Rosas.

Alberdi vivía junto a su amigo Juan María Gutiérrez en una habitación alquilada en la casa de Mariquita Sánchez de Thompson y usaba el mismo piano en el que se interpretó por primera vez el himno nacional para componer sus Minués Argentinos.

Además, editó La moda, un periódico semanal dedicado a divulgar las novedades que Europa ofrecía en materia de vestimenta femenina y masculina, música, poesía, literatura y costumbres.

Durante 26 números escribió tras el apodo Figarillo, un apodo que combinaba con la descripción que hizo de él Sarmiento al llamarlo “hombros de mosquito” y con el que intentaba desviar de su persona los ojos de la Mazorca atenta a frases como “los clamores cotidianos de la tiranía no podrán contra los progresos fatales de la libertad”.

Entre mazorqueros y exilados
En noviembre de 1838, Alberdi se negó a usar la divisa punzó tal cual establecía en decreto del gobernador Rosas que establecía que su portación era obligatoria para “profesores de derecho con estudio abierto, los de medicina y cirugía que estuvieren admitidos y recibidos, los practicantes y cursantes de las predichas facultades…y en suma todos los que, aun cuando no reciban sueldo del estado se consideren como empleados públicos, bien por la naturaleza de su ejercicio o profesión, bien por haber obtenido nombramiento del gobierno”.

Esto le valió figurar en la mira de la Sociedad Popular Restauradora, la Mazorca, que era dirigida por la esposa de Rosas, Encarnación Ezcurra. 

Este clima de persecuciones provocó la disolución del Salón Literario y su conversión en una logia bautizada La joven Argentina, de la que Alberdi escribió sus estatutos.

La presión hizo que Alberdi, al igual que la mayoría de los integrantes de la logia, siguiera el camino del exilio hacia la capital oriental: Montevideo donde llega en noviembre de 1838. En Buenos Aires quedaba una amante y un hijo recién nacido llamado Manuel. Jamás lo reconoció y en su testamento alude a él y lo llama “mi pariente”.

En la capital oriental ejerció como abogado. Fue un activo promotor de la intervención francesa contra el gobierno de Rosas en cuyo apoyo escribió numerosos artículos en periódicos como El iniciador, El corsario, El grito argentino y Muera Rosas muchos de los cuales firmó con los seudónimos Figarillo y Un vecino de esa ciudad

También escribió sus dos obras de teatro: La Revolución de Mayo y El gigante Amapolas, una comedia satírica sobre el rosismo.

Asimismo, ejerció como secretario del general Juan Lavalle, el líder militar unitario, de quien se alejó posteriormente debido a diferencias políticas. 

En 1843, el ejército de los blancos uruguayos al mando de Manuel Oribe y sostenido por Rosas inició el llamado Sitio Grande de Montevideo, rebautizada La nueva Troya

En ese momento decidió que París era un lugar menos peligroso por lo cual disfrazado de marinero francés huyó de la ciudad asediada acompañado por su amigo Juan María Gutiérrez.

En mayo de 1843, partió hacia Génova y llegó a París en septiembre donde visitó al general José de San Martín con quien mantuvo dos largas entrevistas que lo impresionaron por su austeridad vital y por la cantidad de preguntas que él le hizo sobre Argentina.

Durante su estancia parisina abrevó en varias obras clásicas e inspiracionales de las constituciones americanas como El espíritu de las leyes de Montesquieu.

Tras unos meses en Francia regresó a Sudamérica. En su escala en el Janeiro intentó, inútilmente, entrevistarse con el ex presidente Bernardino Rivadavia. 

Instalado en la chilena Valparaíso, finalmente revalidó su título tras presentar su tesis doctoral, Sobre la conveniencia y objetos de un Congreso General Americano, en la que postulaba la idea de una unión americana a través de herramientas como la unión aduanera.

El prestigio que ganó ejerciendo la abogacía le permitió comprar la finca Las Delicias. Sin olvidar la política, se encontró con Sarmiento quien lideraba la emigración argentina en Chile y se dedicó a escribir en la prensa de Valparaíso, otra vez, bajo el pertinaz seudónimo de Figarillo. Eso sí, evitaba escribir de política y trabajaba sobre temas costumbristas aunque deslizará pensamientos como que los Estados Unidos “no pelean por glorias ni laureles, pelean por ventajas, buscan mercados y quieren espacio en el Sur. El principio político de los Estados Unidos es expansivo y conquistador”.

Pese a lo cual estudió la constitución estadounidense pues, convencido de que Rosas caería algún día, sostenía que era necesario tener para ese entonces lo más saldado posible el debate acerca de una carta magna.

Las Bases de la Constitución
El 3 de febrero de 1852, las fuerzas entrerrianas, correntinas, orientales e imperiales al mando del “loco, traidor, salvage unitario” de Justo José de Urquiza aplastaron a las de la Confederación Argentina en los campos de Caseros. 

Juan Manuel de Rosas se embarca en la nave de guerra británica Conflict para ir a morir a las afueras de Southtampton.

Alberdi vio el momento y comenzó a escribir sobre la futura constitución. Tras dos semanas  de escritura, el resultado sería su obra más conocida: Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, un tratado de derecho público que editó la imprenta de El Mercurio, de Valparaíso en mayo de 1853. 

Poco tiempo después, sería reeditado con el agregado de un proyecto de constitucional inspirado en la nonata carta magna argentina de 1826 y en la estadounidense. 

Al mismo tiempo publicó Elementos de derecho público provincial argentino, un tratado complementario de Bases.

Hijo de su tiempo, la ideología reflejada en Bases es el liberalismo positivista que sintetizará en su lema “gobernar es poblar”. Todo el ideario alberdiano tiene como fundamento el liberalismo tanto político como económico.

“En vez de dejar esas tierras a los indios salvajes que hoy las poseen, ¿por qué no poblarlas de alemanes, ingleses y suizos?… ¿Quién casaría a su hermana o a su hija con un infanzón de la Araucanía y no mil veces con un zapatero inglés? Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre. Todos estos elementos nos han sido traídos de Europa, desde las ideas hasta la población europea”, escribió.

Alberdi envió su trabajo a Urquiza. “Su bien pensado libro es, a mi juicio, un medio de cooperación importantísimo. No ha podido ser escrito en una mejor oportunidad”, respondió el entrerriano.

A diferencia de Sarmiento que se había sumado al Ejército Grande que venció en Caseros, Alberdi permaneció en Valparaíso, ciudad a la que el sanjuanino regresó al poco tiempo desilusionado con Urquiza a quien denuncia por el fusilamiento de Martiniano Chilavert y la ejecución tras el combate, de doscientos prisioneros, que no eran “bandidos sino hombres…argentinos… gauchos, padres de familia, esposos, hijos, hermanos…parte de la poquísima población de estos países que desolan ustedes, general, los caudillos”.

Alberdi, por su parte defendióa Urquiza por lo cual el sanjuanino acusó al tucumano de agente urquicista, a lo que Alberdi le respondió calificándolo de “caudillo de la pluma producto típico de la América despoblada”.

Los insultos intercambiados entre ellos fueron memorables: “perro de todas las bodas en política”, “tonto estúpido”, “alma y cara de conejo”, fueron algunos de ellos. 

Desde Quillota Alberdi escribió sus Cartas quillotanas o Cartas sobre la prensa y la política militante en la República Argentina, en el que criticaba duramente a Sarmiento. 

Por su parte, el sanjuanino respondió con cinco folletos: Las ciento y una que fueron, a su vez, respondidos por Alberdi en Complicidad de la prensa en las guerras civiles de la República Argentina.

Sin embargo, al vencedor en la guerra y nuevo titular de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza, el trabajo de Alberdi le permitió contar con un corpus teórico que lo legitimara y, lo más importante, le permitiera entroncar con la tradición de los primeros gobiernos patrios y su lucha por la libertad. Había nacido la línea Mayo – Caseros

Para Alberdi la libertad política y económica conformaban una díada inseparable: “La constitución ha consagrado el principio de la libertad económica, por ser tradición política de la revolución de mayo de 1810 contra la dominación española, que hizo de esa libertad el motivo principal de guerra contra el sistema colonial o prohibitivo”

Reunidos en Santa Fé, los constituyentes usaron los textos alberdianos como inspiración y sancionaron la Constitución de la Nación Argentina el 1 de mayo de 1853. 

“El Gobierno no ha sido creado para hacer ganancia sino para hacer justicia. No ha sido creado para hacerse rico sino para ser guardián y centinela de los derechos del hombre”, escribió en las Bases.

“La Constitución que se han dado los pueblos argentinos es un criadero de oro y plata. Cada libertad es una boca mina, cada garantía es un venero…. La Constitución es un título de propiedad que os llama al goce de una opulencia de mañana. El que no sabe ser pobre a su tiempo, no sabe ser libre, porque no sabe ser rico”, apuntó en Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina.

Allí estipuló que las “capitales ociosas eran escuelas de vagancia, de donde salían, para desparramarse en el resto del territorio, los que se habían educado entre las fiestas, el juego y la disipación, en que vivían envueltos los virreyes, corruptores por sistema de gobierno. Nuestro pueblo no carece de pan, sino de educación, pues aquí tenemos un pauperismo mental. Nuestro pueblo argentino muere de hambre de instrucción, de sed de saber, de pobreza de conocimientos prácticos en el arte de enriquecer”.

Junto con Sistema económico y rentístico…  escribió De la integridad argentina bajo todos los gobiernos, dos ensayos en los que defendía las teorías de Adam Smith y David Ricardo y en las que denostaba el monopolio y el trabajo parasitario a los que asimilaba a la colonización española.

La nueva visión del viejo mundo
Tras asumir la presidencia, Urquiza le ofreció a Alberdi el cargo de ministro de Hacienda pero el tucumano prefirió un destino diplomático.  

Designado por el gobierno de Paraná como “encargado de negocios de la Confederación Argentina ante los gobiernos de Francia, Inglaterra, el Vaticano y España”, partió el 15 de abril de 1855 con la misión de lograr el reconocimiento de la Confederación Argentina bajo la nueva Constitución y evitar que las potencias entablaran relaciones con el ambiguo Estado de Buenos Aires, que se había escindido, un encargo que cumplió lo que le acarreó la enemistad del líder porteño, general Bartolomé Mitre.

Una de las características de la misión fue el permanente encuentro que tuvo con Mariano Balcarce, esposo de Merceditas, la hija de San Martín, su contraparte porteña con quien trabó una singular amistad en tanto paisanos y una feroz rivalidad en tanto rivales.

Tras un paso por Estados Unidos donde se entrevistó con el presidente Franklin Pierce, arribó a Londres, donde conoció a la reina Victoria y, finalmente, a París, allí vivirá durante 24 años.

En 1857 fue designado embajador de la Confederación en Londres, oportunidad que aprovechó para conocer a su antiguo enemigo, Juan Manuel de Rosas, en ocasión de un almuerzo en la casa de un funcionario británico. 

Rosas se encontraba en Londres para publicar un alegato en su defensa a causa del juicio que se le había iniciado desde Argentina tras su derrota en Caseros por lo cual Alberdi le aconsejó que escriba una memoria con su versión de los hechos de su gobierno. Además, le llamó la atención que hablara con “moderación y respeto” acerca “de todos los adversarios” y que le confesara que lo que poseía para vivir se lo debía a Urquiza.

En 1858 logró que España reconozca la independencia argentina y firmó un acuerdo con el gobierno de Isabel II que no fue ratificado en Argentina a causa de una serie de disputas en torno al principio del ius sanguinis para regular la nacionalidad. También firmaría dos tratados sobre comercio y navegación.

“Por el primero, España renuncia al territorio de la República Argentina que fue colonia; por el segundo, lo recupera como mercado libre”, explicaba.

Pavón y el Crimen de la Guerra
Tras la batalla de Pavón, en septiembre de 1861, en la que pese a que la caballería confederada arrolló a los porteños, Urquiza dejó el campo libre a Mitre y se retiró a su feudo entrerriano, el gobierno de Santiago Derqui estaba condenado. 

Retornada Buenos Aires a la patria, Mitre fue electo -al año siguiente- presidente de la República lo que devino en el cese de la actividad diplomática de Alberdi quien fue reemplazado por Mariano Balcarce.

De repente, Alberdi descubrió que no sólo se le adeudaban dos años de sueldos como embajador sino que el nuevo gobierno no sólo se negaba a pagar esa deuda sino que tampoco estaba dispuesto a costear su regreso. “El mitrismo es el rosismo cambiado de traje”, apuntó.

Pese a todo, en 1862, publicó en Francia su De la anarquía y sus dos causas principales, del gobierno y sus dos elementos necesarios en la República Argentina, con motivos de su reorganización por Buenos Aires, un análisis histórico de la problemática argentina.

Tuvo que quedarse en París. Sus únicos y escasos ingresos provenían del alquiler de su finca en Chile.

Esa situación lo llevó a escribir Belgrano y sus historiadores, una catilinaria contra Mitre, y Facundo y su biógrafo, una filípica contra Sarmiento. 

Posteriormente reunió ambas obras en Grandes y pequeños hombres del Plata donde demuele sistemáticamente todo aquello que sus enemigos alguna vez levantaron.

A Manuel Belgrano, el menos denostado, lo calificará de “derrotado permanente, al que Mitre, plagiario, vanidoso, deseoso de identificarse con él, lo hace el inventor de la bandera”. “Mitre calumnia y ultraja la democracia que pretende respetar”, denuncia.

Del Facundo sarmientino dirá que es la biografía de un “matador vulgar” y un “modelo incomparable de pedantismo y charlatanismo”, pues su autor “nada ve ni comprende en la naturaleza y fenómenos del poder político”. 

“Se puede decir, según esto, que hay dos Urquizas: el que ha hecho Dios, que es entrerriano, y el que ha hecho a medias su propia avaricia y la avaricia de sus cómplices de Buenos Aires: éste es el Urquiza porteño; el Urquiza hechizo, extraoficial, fruto de la política grande de Mitre”, fulmina Alberdi al entrerriano.

Hasta el unánime San Martín recibe lo suyo, cuando el tucumano habla de “raro general argentino, que empezó por defender a los españoles y acabó por defender a los chilenos y peruanos…sirvió a todo el mundo, sin excepción de su propio país quien le debió también la victoria de San Lorenzo, encuentro de caballería de unos 600 hombres”. 

En 1864 se inicia la Guerra de la triple alianza de Argentina, Brasil y Uruguay contra el Paraguay. El presidente argentino, Bartolomé Mitre, será el comandante en jefe de los aliados. 

Alberdi -al igual que José Hernández y Carlos Guido Spano- apoyará la causa guaraní y acusará a Mitre de perpetrar una “Guerra de la Triple Infamia”.

Atrás quedarán las críticas que hiciera desde las Bases… “el Paraguay continúa aislado del mundo exterior. Ese régimen es egoísta, escandaloso, bárbaro, de funesto ejemplo y de ningún provecho a la causa del progreso y cultura de esta parte de la América del Sud. Lejos de imitación, merece la hostilidad de todos los gobiernos patriotas de Sud-América”. 

Ése Alberdi que admiraba al Brasil, “ejemplar salvo por ser Imperio y no República” dará paso a otro que sostendrá que Paraguay es “país floreciente” y Brasil un “imperialismo que nos devorará”.

“Si es verdad que la civilización de este siglo tiene por emblemas las líneas de navegación por vapor, los telégrafos eléctricos, las fundiciones de metales, los astilleros y arsenales, los ferrocarriles , etc., los nuevos misioneros de civilización salidos de Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan, etc., etc., no sólo no tienen en su hogar esas piezas de civilización para llevar al Paraguay, sino que irían a conocerlas de vista por la primera vez en su vida en el ‘país salvaje’» de su cruzada civilizadora”.

En 1872, la escalada de los conflictos europeos y la impresión que le produjo la derrota paraguaya lo impulsaron a escribir El crimen de la guerra: “De la guerra es nacido el gobierno militar que es gobierno de la fuerza sustituida a la justicia y al derecho como principio de autoridad. No pudiendo hacer que lo que es justo sea fuerte se ha hecho que lo que es fuerte sea justo”, sintetizará en esa obra que buscaba convocar una liga internacional y permanente de por la paz. 

Alberdi no puede dejar de lado sus enconos personales. En un breve capítulo agregado al que titula La guerra o el cesarismo en el nuevo mundo, vuelve al ataque contra Urquiza, Mitre y Sarmiento, y, fundamentalmente, San Martín a quien acusa de haber regresado a Buenos Aires inspirado “no por su amor al suelo de su origen, sino al consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud América para las necesidades del comercio británico”, aunque “dejó la campaña a la mitad y a las provincias argentinas del norte en poder de los españoles, hasta que Bolívar las libertó en Ayacucho”.

“La vida de San Martín prueba dos cosas: que la revolución, más grande y elevada que él, no es obra suya, sino de causas de un orden superior, que merecen señalarse al culto y al respeto de la  juventud en la gestión de su vida política; y que la admiración y la imitación de San Martín no es el medio de elevar a las generaciones jóvenes de la República Argentina”, estos dichos motivaron la diferida y disparatada respuesta de Belisario Gache Pirán, ministro de Educación del presidente Juan Domingo Perón, quien ordenó el 4 de noviembre de 1946 la incineración de los ejemplares que quedaban de la edición oficial que, en 1934, se hizo de esa obra.

De vuelta al pago
Tras el mandato de Mitre, en 1868, asumió Sarmiento y el ansiado regreso debió esperar hasta 1879 cuando una alianza entre sus comprovincianos Julio Argentino Roca y Nicolás Avellaneda lanzó su candidatura a diputado nacional que fue votada in absentia. 

Tras 41 años ausente, llegó a Buenos Aires el 16 de septiembre de 1879 y ese mismo día se entrevistó con el presidente Avellaneda y con su ministro del Interior: Domingo Faustino Sarmiento quien al verlo exclamó: “¡A mis brazos, doctor Alberdi!”

El sanjuanino había expresado sus deseos de reconciliación y de acuerdo sostuvo que si éste era imposible habría que debatir “cuanto más elevada la discusión más profunda la enseñanza y todos saldremos ganando”.

“Sus luchas tenaces y ardientes polémicas eran las de dos enamorados de una misma dama, nada menos que la patria”, editorializó El Nacional.

Hasta su archienemigo Bartolomé Mitre se acercó a saludarlo y fue visitado por el gobernador bonaerense, Carlos Tejedor, su compañero de la Joven Argentina.

Su figura ecuménica hizo que muchos lo vieran sentado en el sillón de Rivadavia. El tercer tucumano consecutivo presidiendo la república.

El 24 de mayo de 1880 fue designado doctor honoris causa por la facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. 

Su estado de salud le impidió hacer uso de la palabra por lo cual Enrique García Merou, quien luego sería su biógrafo, leyó su disertación que fue posteriormente editada como La omnipotencia del Estado es la negación de la libertad individual.

Desde su rol de legislador fue testigo de la sublevación del gobernador bonaerense, Carlos Tejedor, contra el presidente Avellaneda, hasta ese entonces un mero huesped en la capital, quien trasladó la sede del gobierno al pueblo de Belgrano donde lo siguieron casi todos los senadores pero apenas 21 diputados.

Mientras el ejército nacional barría en Olivera, Barracas, Puente Alsina, Corrales a los porteños, y hacía realidad el viejo sueño alberdiano, el tucumano ecuménico y consagrado no dejaba disparate político por hacer: votó siempre con los derrotados, no fue a Belgrano, pese a haber sido consultado por Avellaneda tuvo reuniones ambiguas con Mitre y Sarmiento quienes lo habrían convencido de redactar un manifiesto a favor de los diputados que se quedaron en Buenos Aires, documento que tampoco firmó.

Demasiadas contradicciones, titubeos y torpezas que le hicieron ver la prudencia de retornar un tiempo a Europa.

Solo, triste y final
Avellaneda fue sucedido en la primera magistratura por otro tucumano, Julio Argentino Roca, quien dispuso que el Estado compilara y publicara las obras completas de Alberdi, al tiempo que lo propuso como embajador en Francia. 

Mitre se opuso a ambas iniciativas desde las páginas del diario La Nación, y si bien las obras completas fueron editadas, el nombramiento como embajador no fue aprobado por el Senado.

La campaña de don Bartolo fue atroz y La Nación llegó a publicar una carta escrita en 1833 en la que destacaba la existencia de tres errores de ortografía. “Ataques biliosos de viejo envidioso”, dijo en defensa de Alberdi el diario La Tribuna Nacional que ponía de relieve que Mitre jamás había pisado ni una universidad ni una escuela.

Alberdi escribió una respuesta pero no consiguió quien la publicase. En ella se preguntaba qué odio podía justificar la prolijidad de guardar la carta de un joven escrita hacía 50 años para avergonzarlo cuando fuera anciano. 

“La ignorancia no discierne, busca un tribuno y toma un tirano. La miseria no delibera, se vende… la democracia, tal como se ha ejercido hasta ahora, solo nos llevó a este triste destino”, se quejaba.

Esta campaña lo afectó profundamente y una úlcera gástrica que comenzó a ocasionarle vómitos de sangre lo impulsó a volver al país galo. El 3 de agosto de 1881 embarcó rumbo a Burdeos.

“A lo que le temo es a la soledad”, confesó antes de partir. En el viaje sufrió un accidente cerebro vascular isquémico que le impidió movilizar brazo y pierna.  Recién en París volvió a caminar arrastrando su pierna.

Con una salud que no deja de empeorar, en 1883 testó en favor de Angelina, su fiel ama de llaves, y en desmedro de su hijo y sus sobrinas.

Deprimido, casi inválido, con síntomas evidentes de paranoia e impedido de escribir por orden médica fue internado en un asilo de Neuilly-sur-Seine,un suburbio parisino, donde sólo lo visitaba Angelina y algún que otro amigo. “Todo era miseria y suciedad”, retrató uno de ellos el cuartito donde apenas cabía una cama. 

Las tumbas y las cenizas
Murió el 19 de junio de 1884, sus restos fueron velados en una Iglesia de Neuilly y fue sepultado en el cementerio local, donde permaneció en espera de ser ser trasladado a la parcela en Père Lachaise que él mismo había adquirido con busto y lápida y que nunca llegó a ocupar por decisión de sus albaceas.​

Esa tumba vacía aún existe, y entre sus vecinos espectrales se puede contar a Balzac, Bizet, Bourdieu, María Callas, Chopin, Comte, Delacroix, Molière, Jim Morrison, Edith Piaff, Rossini y, Oscar Wilde, entre otros.

Su cuerpo fue repatriado en 1889, en las postrimerías del gobierno de Miguel Juárez Celman. Sus restos fueron exhumados y embarcados en el vapor Azopardo que puso proa al Plata el 28 de mayo de 1889. 

Tras el homenaje en la catedral porteña, sus restos fueron trasladados a la bóveda de la familia Ledesma en el cementerio de la Recoleta, que los custodió hasta la conclusión del mausoleo donado por la municipalidad de Buenos Aires y a cuya construcción Mitre se opuso.

En 1991 su ataúd fue abierto para dejar al descubierto un cadáver momificado en el que aún adivinaban sus rasgos. 

Sus restos fueron llevados a Tucumán donde hoy reposan en un nicho construido en la casa de Gobierno. “La voluntad que no está educada para la paz no es capaz de libertad ni de gobierno”, dice su catafalco.

Cinco tumbas en suelos diferentes, pero no debería importarle demasiado pues para él “la patria no es el suelo… la patria es la libertad, el orden, la riqueza y la civilización”.

El 19 de diciembre de 1958 la Federación Argentina de Colegios de Abogados aprobó celebrar el Día del Abogado el 29 de agosto de cada año, en recuerdo del nacimiento de Juan Bautista Alberdi. 

Juan Bautista Alberdi - Seis piezas para piano
Piano: Iván Rolón




Publicado en Info Región el 29 de agosto de 2020

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