Juan José Valle, la sangre de la lealtad
Por Gerardo Cadierno. 9 de junio de 1956: Fracasa en el país la sublevación encabezada por el general peronista Juan José Valle, quien sería fusilado días más tarde junto a otros conjurados.
La revolución
1955, el presidente constitucional Juan Domingo Perón es expulsado tras un golpe de Estado y se exilia al Paraguay. El usurpador es el general Eduardo Lonardi, nacionalista moderado y católico profundo cuya política de “ni vencedores ni vencidos” resulta insuficiente para el ala dura de los golpistas.
Depuesto Lonardi, asume la presidencia el general Pedro Eugenio Aramburu mientras que el almirante Isaac Francisco Rojas continuará como vicepresidente.
Ahora sí que los partidarios del tirano prófugo iban a saber lo que era bueno: más de cien mil dirigentes obreros fueron destituidos y se desató la cacería donde centenares de funcionarios, dirigentes, empleados públicos, gremialistas, militantes fueron perseguidos, encarcelados y torturados.
El 5 de marzo de 1956, el decreto 4161 decide que “el Partido Peronista ofende el sentimiento democrático del pueblo argentino” por lo cual se prohíbe el uso “de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o de sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto, el de sus parientes, las expresiones peronismo, peronista, justicialismo, justicialista, tercera posición” y castiga con la cárcel nombrar a Juan Domingo Perón y a María Eva Duarte quienes pasarán a ser “el dictador depuesto” y “el tirano prófugo y su segunda esposa”.
Pasado el desconcierto inicial, sectores del peronismo liderados por los generales Valle y Miguel Tanco empiezan a conspirar y a montar una red para derrocar a los golpistas y propiciar el retorno de Perón.
La conspiración es un caos.
Infiltrada desde el principio, Aramburu y Rojas los dejan hacer, saben que los revolucionarios no son una amenaza, que están desarticulados, peor armados y no cuentan con planes de contingencia.
El 9 de junio se produjo el levantamiento que es sofocado en pocas horas. Las fuerzas gubernamentales los estaban esperando y los cazaron uno por uno.
Tal vez la proclama del levantamiento haya sido lo único que salió bien. Autores como Horacio González creen que está en ella la pluma del poeta Leopoldo Marechal: “Se vive en una cruda y despiadada tiranía; se persigue, se encarcela, se confina, se excluye de la vida cívica a la fuerza mayoritaria” para “retrotraer el país al más crudo coloniaje, mediante la entrega al capitalismo internacional de los resortes fundamentales de su economía”.
Los focos del alzamiento fueron Campo de Mayo, La Plata y La Pampa. Todos los levantamientos ocurrieron entre las 22 y las 24 del 9 de junio y se especula que el número de rebeldes -como máximo- pudo llegar a improbables quinientos hombres pero nada indica que fueran más de 200.
Sí se sabe que les falta coordinación, no tienen armas pesadas, que la inteligencia militar conoce todos sus planes, que están infiltrados. Que no tienen chance de triunfar.
Serán el ejemplo. Tal como hacía el presidente Agustín P. Justo con las patriadas yrigoyenistas de Pomar y Cattaneo en los tempranos 30: les daba soga y las reprimía con facilidad para demostrar su fortaleza. Pero esto será peor.
0.32 del 10 de junio. El gobierno establece la ley marcial. No sólo serán brutales las sentencias sino que serán ilegales de cabo a rabo al violar el principio de irretroactividad de la ley penal. Pocas horas después, firman el decreto 10363 que ordena fusilar a quienes violan la ley marcial.
Tras el fracaso de la asonada, Valle se oculta en San Telmo, le ofrecen asilarse en una embajada pero al atardecer del 12 de junio decide entregarse para poner fin a la matanza. Le ofrecen respetar su vida. Otra mentira. Pese a que encabezó el levantamiento antes de la instauración de la pena de muerte, lo fusilarán a las diez de la noche de ese día en el panal de Las Heras.
La ley marcial termina al día siguiente. El 14, Tanco y otros sublevados logran asilarse en la embajada de Haití en Buenos Aires. Los servicios de inteligencia del Estado (SIDE) a cargo del general Domingo Quaranta, invaden la legación para secuestrar a los asilados. Ni los nazis se animaron a romper la Convención de Viena. Arriesgando su vida, el embajador, el poeta Jean Briere, los salvará.
El saldo de esas jornadas de locura, traición y muerte fueron 18 militares y 13 civiles asesinados.
Miguel Bonasso contará que en una carta a John William Cooke, Perón criticó “el golpe militar frustrado”, que atribuyó a “la falta de prudencia que caracteriza a los militares” a quienes acusó de haberlo traicionado para conjeturar que, de no haberse ido del país, lo hubieran asesinado “para hacer méritos con los vencedores”
El hombre
Juan José Valle nació en Buenos Aires el 15 de marzo de 1904.
Ingresó al Colegio Militar al Colegio Militar junto a otro cadete con cuya historia se cruzaría muchas veces: Pedro Eugenio Aramburu de quien fue compañero hasta el grado de subteniente. Egresó en 1922 como oficial combatiente.
Ingeniero militar a los 22 años, su capacidad lo llevó ser profesor de la Escuela Superior Técnica.
Conservador, fue uno de los tenientes que adhirió con fervor al golpe de estado que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930.
Tras ese golpe, la dictadura de José Félix Uriburu reinstauró la pena de muerte para para ejecutar, entre otros, a los militantes anarquistas Severino Di Giovanni y Paulino Scarfo. Fue un 1 de febrero de 1931 en la penitenciaría de la avenida Las Heras.
Destinado en la comisión de Adquisiciones en el exterior, se radica en París, Francia, donde continuó su capacitación profesional. Posteriormente fue jefe del Batallón 4 de Zapadores Pontoneros en Concepción del Uruguay y luego subdirector de la Escuela de Zapadores —actual Escuela de Ingenieros—, la misma que a partir de 2006 lleva su nombre, inspector de Ingenieros y director general de esa rama hasta la finalización de su carrera con el golpe de estado de septiembre de 1955.
Su gestión al frente de la escuela fue prolífica. Bajo su mando, se finalizaron el Colegio Militar de la Nación, el Hospital Militar Central y el Edificio Libertador.
Casado con Dora Cristina Prieto, de familia rica y conservadora emparentada con el caudillo de Avellaneda de la década infame Alberto Barceló, en 1936 tendrá a Susana, su única hija.
Los Valle llevan una vida acomodada y son grandes amigos de los Aramburu con quienes comparten no sólo veranos marplatenses sino, también, negocios en una empresa constructora que montarán con otros generales.
“Papá era de los pocos militares no nazis. Su formación era otra, en donde la izquierda no asustaba. Estudió en La Sorbona, vio de cerca el fascismo en Italia y lo rechazó sin miramientos. Era un hombre que rara vez se vestía de uniforme, no tenía custodia, ni coche propio, ni chofer, ni miedo (…). Prefería hablar con los sectores civiles del peronismo, con los trabajadores, con el pueblo, que reunirse con los militares”, lo retratará su hija Susana.
Primero en su promoción, Valle integraba la Junta de Calificaciones del Ejército, un cargo desde el que favoreció el ascenso a general de su amigo Aramburu. Premonitorio, el presidente Juan Domingo Perón le advirtió: “Este hombre le va a pagar muy mal. Estos favores siempre se pagan caros”.
El 16 de septiembre de 1955, tras el golpe, Perón hace circular en el seno del ejército una carta en la que ofreció entregar el Gobierno.
Acto seguido, se constituyó una Junta Militar de 17 generales -entre los cuales estaba Valle- para iniciar negociaciones con los golpistas.
El 23 asumió Lonardi quien fue removido por Pedro Eugenio Aramburu quien asumió el 13 de noviembre. Presidente de facto, Aramburu dio de baja a Valle y dispuso su internación en el buque-prisión Washington.
Allí, junto al general Raúl Tanco y otros oficiales, acordaron diseñar un movimiento insurgente para detener la persecución al peronismo; retornar a la democracia restituir la Constitución de 1949.
La Libertadora le impone un arresto domiciliario y lo envía a 60 kilómetros de la Capital Federal. Se fuga y junto a su familia deambulan, prófugos, de casa en casa mientras se reúne clandestinamente con camaradas más jóvenes, como los coroneles Cortines e Yrigoyen y el teniente coronel Cogorno. También entra en contacto con dirigentes sindicales como Andrés Framini y Armando Cabo.
Según su legajo, el 14 de mayo de 1956 fue declarado “en rebeldía” y tras el fracaso del movimiento del 10 de junio de 1956 se entrega para ser fusilado el 12 de junio en el penal de Las Heras.
Cuando llevaba diez días de fusilado, Aramburu firma el Decreto Nº 11.148 por el cual se “deja constancia” de que Valle había sido dado de baja el 14 de mayo.
En su legajo consta también (y sin foliar) su partida de defunción. En ella consta que su muerte tuvo lugar en “Las Heras tres mil cuatrocientos” el 12 de junio de 1956, a las 22, a causa de una “herida de bala”.
La muerte
Tras el fracaso de la asonada el dirigente socialista Américo Ghioldi disparó una frase premonitoria: “Se acabó la leche de la clemencia”.
El soldado Blas Closs, el infante de marina Bernardino Rodríguez y el inspector de policía provincial Rafael Fernández cayeron a causa de las balas de los insurrectos, mientras que la represión se cobra la vida de Ramón Raúl Videla, Carlos Yrigoyen, Rolando Zaneta y Miguel Angel Mouriño.
Siete muertos en combate que serían el prólogo de una tragedia que culminaría con el fusilamiento de Valle. El 10 de junio, en Lanús, habían sido ejecutados el teniente coronel José Albino Yrigoyen, el capitán Jorge Miguel Costales y los civiles Dante Hipólito Lugo, Clemente Brauls y Osvaldo Alberto Albedro.
Esa misma noche en los basurales de José León Suárez, habían ejecutado a cinco civiles algunos de los cuales no tenían ni idea del intento revolucionario: Carlos Alberto Lizazo, Nicolas Carranza, Francisco Garibotti, Mario Brión y Vicente Rodríguez.
El 11, sería el momento de los pelotones de fusilamiento, En La Plata ejecutan al teniente coronel Oscar Lorenzo Cogorno y en Campo de Mayo fusilan a los coroneles Eduardo Alcibíades Cortines y Ricardo Santiago Ibazeta, los capitanes Néstor Dardo Cano y Eloy Luis Caro, el teniente primero Jorge Leopoldo Noriega y el teniente de banda Néstor Marcelo Videla.
Por su parte, siete suboficiales -cuatro en la escuela de Mecánica del Ejército y tres en la Penitenciaría- completarán la grilla de asesinados: Hugo Eladio Quiroga, Miguel Angel Paolini, Ernesto Garecca, José Miguel Rodríguez, Luciano Isaías Rojas, Isauro Costa y Luis Pugnetti.
Otra vez en La Plata, sería el momento del subteniente de reserva Alberto Juan Abadie. El régimen necesita sangre, para lograrla juzga y condena a los detenidos por violar una ley marcial proclamada con posterioridad al hecho juzgado.
Por eso el Ejecutivo decide proseguir con las ejecuciones pese a que el Consejo de Guerra presidido por el general Juan Carlos Lorio considera “no hacer lugar a la pena de muerte” para los militares rebeldes que actuaron en Campo de Mayo.
Sorprendido, Lorio decide contactar con Aramburu. “El presidente duerme” es la sorprendente respuesta. Susana, la esposa de Ibazeta, decide desobedecer la orden de su marido e intentar una gestión de última hora. “El presidente duerme”, le responden.
Dora, la esposa de Valle quiere hablar con Aramburu, cuenta con el recuerdo de la amistad familiar, los veranos en Mar del Plata y con la palabra del entonces capitán Francisco Paco Manrique, dada a un amigo común, de que su vida sería respetada. “El presidente duerme”, obtiene por respuesta.
El periodista José Gobello, que había sido diputado nacional y estaba preso en la cárcel de Caseros escribirá:
“La luna se ha escondido de frío o de vergüenza,
ya sobre los gatillos los dedos se estremecen
una esperanza absurda se aferra a los teléfonos
y el presidente duerme”
Antes de enfrentar el pelotón, Valle renuncia al Ejército, pide ser fusilado de civil y rechaza al confesor que le han asignado, Iñaki de Aspiazu, por ser capellán militar. En su lugar, solicita la presencia de Alberto Devoto, el apóstol de los pobres, por ese entonces párroco de Santa Elena en la calle Seguí donde los Valle eran feligreses.
Devoto, al verlo, se emociona. “Ustedes son todos unos macaneadores. ¿No están proclamando que la otra vida es mejor?”, lo cacha Valle para , luego, consolarlo: “No llore, padre, si usted me enseñó que en la otra vida se está mejor. ¡No me haga dudar ahora!”
Susana, su hija, pudo despedirse de él. Cuenta que su padre, cómplice, le pidió “un pucho” y que le explicó por qué decidió entregarse en vez de asilarse en una embajada: “¿Cómo podría mirar con honor a la cara de las esposas y madres de mis soldados asesinados? Yo no soy un revolucionario de café”.
“Después viene un milico y me da 12 mil pesos. Yo le dije: métase la plata en el culo. Pero mi papá dijo: ‘Llevalo, no se la vamos a dejar a éstos. Dásela a tu mamá”, indica el reo quien al ver a su hija lagrimear le espeta; “Si vas a llorar, andate, porque esto no es tan grave como vos suponés; vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas”
“Susanita, si derramás una sola lágrima no sos digna de llamarte Valle”, la conminó.
Entra un oficial e informa: “es hora”.
Su hija contará que mientras su padre caminaba tranquilo, al pelotón se le doblaban las piernas hasta que uno de los “soldaditos” salió de la fila y le juró llorando “yo no lo mato”, por lo que tuvieron que retirarlo con una ataque de nervios.
“Después, me fui. Ellos lo fusilaron, yo me lo llevé en el corazón”, concluye la hija.
Eran las 22. 20 del 12 de junio de 1956.
“Fue ejecutado el ex general Juan José Valle, cabecilla del movimiento terrorista sofocado”, diría con su burocrático laconismo un comunicado.
La Libertadora será, ahora La Fusiladora, se lo ganó con sangre. Alguien escribirá que Aramburu y Rojas siquiera fueron capaces de guardar el estilo de Lavalle quien fusiló a Manuel Dorrego, su amigo y camarada de armas en el Alto Perú y Brasil, en los campos, al amanecer y de cara al sol. Éstos lo hacían en un patio carcelario y en la noche.
El legado en cuatro cartas
“Dentro de pocas horas usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado.
Debo a mi Patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y de militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido….Con fusilarme a mí bastaba. Pero no, han querido ustedes, escarmentar al pueblo, cobrarse la impopularidad confesada por el mismo Rojas, vengarse de los sabotajes, cubrir el fracaso de las investigaciones, desvirtuadas al día siguiente en solicitadas de los diarios y desahogar una vez más su odio al pueblo. De aquí esta inconcebible y monstruosa ola de asesinatos.
Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados”…
“Es asombroso que ustedes, los más beneficiados por el régimen depuesto, y sus más fervorosos aduladores, hagan gala ahora de una crueldad como no hay memoria. Nosotros defendemos al pueblo, al que ustedes le están imponiendo el libertinaje de una minoría oligárquica, en pugna con la verdadera libertad de la mayoría, y un liberalismo rancio y laico en contra de las tradiciones de nuestro país. Todo el mundo sabe que la crueldad en los castigos la dicta el odio, sólo el odio de clases o el miedo. Como tienen ustedes los días contados, para librarse del propio terror, siembran terror”.
Carta de Juan José Valle a Pedro Eugenio Aramburu
“Querida Mía:
Con más sangre se ahogan los gritos de libertad, he sacrificado toda mi vida para el país y el ejército, y hoy la cierran con una alevosa injusticia.
Sé serena y fuerte. Dios te ayudará y yo desde el más allá seguiré velando por ustedes. No te avergüences nunca de la muerte de tu esposo, pues la causa por la que he luchado es la más humana y justa: la del Pueblo de mi Patria….
No me dan tiempo siquiera a despedirme de ti con un gran beso.
Aquí te lo envió. Pongo en él mi corazón, que ha sido siempre de mi mujercita querida. En los últimos momentos no quiero tener amargura con los hombres que se olvidan de todo lo que es humano.
Mi viejila, perdóname este final de nuestra vida. Pido a Dios que te reconforte pronto para seguir luchando por nuestra hija y por vos misma. Un tropel de emocionadas palabras son las de mi despedida definitiva. Que Dios te proteja y en la resignación encuentres alivio a esta tortura….
Besos y besos de tu Juanjo. Adiós mi amor.”
Carta de Juan José Valle a Dora Prieto, su esposa
“Querida Mamá:
Tus últimos años reciben este golpe. Sé fuerte y entera como siempre. Tu hijo como en toda su vida ha cumplido con su deber y muere por una causa noble. Tené orgullo por ello. Las pasiones de los hombres los enceguecen y olvidan hasta a Dios. Es Él que nos juzga y estoy seguro que a mí me querrá en su seno, porque no he hecho nunca mal a nadie y por ser leal con mi pueblo, caigo. He honrado el apellido que heredé de mi padre, puedes estar satisfecha. Camina ahora más que nunca con la frente alta, sos la madre de un argentino que cumplió con su deber….
Fuerte, mamita querida. Fe en Dios.
Muchos besos de tu hijo que te adora. Juanjo”
Carta de Juan José Valle a su madre
Sé fuerte. Te debes a tu madre. Sé muy compañera de ella y ayúdala a pasar este triste momento. No te avergüences de tu padre, muere por una causa justa: algún día te enorgullecerás de ello….
Te deseo muchas felicidades en tu vida; y algún día a tus hijos cuéntales del abuelo que no vieron y que supo defender una noble causa. No muero como un cualquiera, muero como un hombre de honor.
….Nuestro honor no ha sido manchado jamás y con orgullo puedes ostentar nuestro nombre. Mi linda pequeña, trabaja con fe en la vida y en tus fuerzas…
Susanita, te quiero y siempre cuidaré de ti. En estos papeles están todos mis besos que hubiera deseado darte, mi linda, coraje y a luchar con la frente alta en la vida.”
Carta de Juan José Valle a Susana, su hija
Jorge Cedrón, Operación Masacre
Estrenada el 27 de septiembre de 1973 y basada en el libro homónimo escrito por Rodolfo Walsh.
Dirigida por Jorge Cedrón, y protagonizada por Norma Aleandro, Carlos Carella, Víctor Laplace, Ana María Picchio, Walter Vidarte y Julio Troxler quien fue un sobreviviente de la masacre.
Troxler fue asesinado por la Triple A en 1974.
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