Apuntes en sangre roja para leer un atardecer en lluvia
Por Gerardo Cadierno. Sergei Esénin y Vladimir Maiakovski fueron los grandes poetas de la Revolución Rusa.
Esénin nació en una aldea, frente a una iglesia, en una casa donde monjes, ciegos y peregrinos se reunían en torno al canto sacro.
Maiakovski vio su primera luz en un hogar difícil del duro Cáucaso.
Ambos llegarán al Moscú del Octubre rojo donde vivirán entre escándalos, alcohol y peleas.
Esénin se destacará en el movimiento imaginista creado para enfrentar a los futuristas de Maiakovski.
Adorado por los círculos literarios se casará con la mítica bailarina norteamericana Isadora Duncan, un amor publicitado en Estados Unidos como el romance de la diva y el poeta campesino hasta que, ebrio de alcohol y nostalgias, regresa a a Rusia para enlazar con Sofía Andréyevna Tolstáya, la nieta del autor de Guerra y Paz, Lev Tolstoy.
Ella será la encargada de internarlo en una clínica psiquiátrica.
Maiakovski, por su lado, será un feroz propagandista de la revolución, en Moscú vivirá con su amante y musa, Lilia Brik y el marido de ésta, Ósip.
Ambos poetas viajaron por el mundo y fueron las voces líricas de los bolcheviques, eran los bardos del materialismo dialéctico que contaron cómo sólo en diez días habían destrozado un imperio de mil años.
El día de los Inocentes de 1925 Esénin fue hallado colgado de una tubería de su habitación del Hotel Angleterre, en Leningrado.
El llamado último poeta de la aldea se despidió a través de un poema escrito con su sangre roja y suicida:
“Adiós, amigo mío,
sin estrechar la mano ni palabra
no te entristezcas y ninguna
melancolía sobre las cejas
morir en esta vida no es nuevo,
pero tampoco es nuevo el vivir.”
Vladimir Maiacovski, su amigo y rival, le respondía con reproche:
“En esta vida morir es fácil
lo difícil es crear vida...”
Y se preguntaba en sus versos de homenaje:
“¿Para qué aumentar
el número de suicidas?
Mejor aumentar
la calidad de la tinta.
Ahora
se han cerrado sus labios
para siempre.
Inoportuno
y penoso
es hablar de estos misterios.”
En 1930, un Maiacovski al que en los círculos cercanos a Koba Stalin acusaban de “desviacionista burgués” escribiría:
“Como quien dice,
el incidente ha terminado.
El barco del amor se ha estrellado
contra la vida cotidiana.”
Luego, se descerrajaría un tiro ahí, justo en su corazón, en su corazón rojo de sangre roja.
Y en tu voz, solo un pálido adios
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