Chindasvinto

 


Por Gerardo Cadierno. Mala suerte la de los visigodos, pese a que salvaron a Roma cuando juntos derrotaron a Atila en los Campos Cataláunicos -lo cual no los privó de saquearla dos veces- y reinaron en las Hispanias por cuatro siglos, hoy no son más que un puñado de palabras y una lista de 33 reyes cuyo obligatorio recitado la transformó en el azote de los estudiantes españoles.

El que nos interesa es el vigésimonoveno (era el 26, pero, hace poco, le aparecieron tres reyes más) rey de esta lista: Chindasvinto, quien accedió al trono tras conspirar con éxito contra Tulga, su antecesor para legarlo a Recesvinto, su hijo.

De Chindasvinto (Khindaswinth en gótico) los historiadores nos enseñan que por su ilegitimidad siempre se dedicó a fortalecer la autoridad real contra la avaricia de nobles y clérigos, y que ni bien subió al trono despenó a 700 nobles para que quede claro quien mandaba.

También cuentan que durante su reinado tuvieron lugar las primeras incursiones de los piratas musulmanes contra lo que sería Al Andalus.

Inició el trabajo que llevaría al Liber ludiciorum, la compilación del cuerpo de leyes visigodas también conocida como Liber Gothorum, mientras sofocaba con crueldad las rebeliones que surgían por la piel de toro.

Tal vez atormentado ante su destino en el más allá, en sus últimos años se ocupó de apaciguar la justicia divina y de ensanchar las arcas del clero para lo cual fundó el monasterio de San Román de Hornija donde debería reposar junto a su esposa, Riciberga.

Murió a los 90 y fue Eugenio de Toledo el autor de un impiadoso y oportunista epitafio donde lo define como "autor de crímenes, impío, obsceno, infame, torpe e inicuo."

Pero lo importante de Chindasvinto no figura en las crónicas como la Albendense ni en el erudito y monumental Decline and Fall: su nombre sirvió para que Amparo bautizase al dragón de sus primeros cuentos.

Chindasvinto fue el dragón, inmenso y glorioso, pero amigable, que supo tirar del trineo de Papá Noel cuando los renos quisieron pasar una Navidad con su familia.

También fue quien reemplazó al sol cuando éste decidió irse enamorado tras una estrella pizpireta y el que le marcó el camino a los tres reyes que fueron desde Asturies a conocer a un rapacín que nacería en Belén.

Así que cada vez que leamos el nombre de Chidasvinto recordemos no sólo al invicto vencedor de vascos y lusitanos sino, especialmente, al alado y flamígero amigo de Amparo (y luego de Emilio, aunque el tuvo su propia ave fénix: Rudecinda) con quien voló en tantos cuentos que tuve la dicha de poder contarle mientras ella viajaba al reino de los sueños. 

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