Tifón
Por Gerardo Cadierno. Tras la destrucción de los gigantes a manos de los olímpicos, la Madre Tierra decidió generar un instrumento de venganza para lo cual yació con el tenebroso Tártaro con quien parió hijos innúmeros.
El menor de ellos, parido en las cuevas coricianas de Cilicia, fue Tifón.
Cuenta el siempre prudente Hesíodo, que Tifón fue el mayor monstruo jamás concebido. Bajos sus muslos, infinitas serpientes y sus cabezas lo transportaban y sus brazos extendidos alcanzaban leguas de distancia. Su cabeza de asno salvaje apoyaba su frente en las estrellas y sus alas desplegadas oscurecían las tierras conocidas y, también, las otras. Su mirada era de fuego y su boca erupcionaba rocas fundidas.
Cuando Tifón avanzó hacia el Olimpo, los dioses huyeron en tropel hacia Egipto. Temerosos, mutaron en animales, y, vanidosos, se hicieron adorar en las tierras del Delta.
Así fue que surgieron Zeus -Ammon como macho cabrío, Hermes-Thoth como ibis, Hera-Isis como vaca, o Ártemis-Pasht como gata.
Hay quienes -incrédulos- sostienen que no fueron los dioses quienes migraron sino sus sacerdotes asustados ante un volcán enojado en la egea isla de Tera que algunos fabuladores como Platón llamaron Atlántida.
También hay quienes insisten en identificar este tropel con el relato babilonio de la creación -Enuna Elishh- en el que la diosa Tianmat, su consorte Apsu y su hijo Mummi (es decir, confusión si mi acadio no está muy oxidado) soltaron una horda de monstruos liderada por Kingu para que asesinen a la nueva tríada divina compuesta por Ea, Anu y Bel quienes tras una confusión y huida inicial se reagruparon para que Bel aplaste el cráneo de Tianmat con una maza y partirlo en dos como a un pez plano.
Pero retomando el hilo, sólo Atenea, la de la alta cimera, permaneció firme y en su firmeza expuso la cobardía de Zeus quien, avergonzado, reasumió su majestad y lanzó su rayo contra Tifón para, luego, golpearlo con la hoz de pedernal con la cual su padre Cronos, castró a su abuelo Urano para hacer que su sangre fecunde a la Madre Tierra con monstruos y plagas.
Herido y gritando, Tifón huyó al norte sirio, al monte Casio. Ese monte (al que ahora llamamos Jebel-el Akra y los hititas llamaron Hazzi) fue donde Jamarbi ordenó su hijo Ullikummi que asesine a los 70 dioses del cielo. El dios del sol, el de la tormenta y la diosa de la belleza no pudieron impedir los ataques del gigante que amontonaba montañas para llegar al cielo hasta que Ea, diosa de la sabiduría, al igual que Atenea, le cortó los pies con el mismo cuchillo que había separado cielo de tierra para, luego, desmoronarlo en estrépito a la profundidad del mar.
En Casio, Tifón emboscó al crónida a quien envolvió con sus ofidios, le robó la hoz con la cual le cortó los tendones de manos y pies, y lo arrastró a a la cueva coriciana donde ocultó los divinos tendones en una piel de oso al cuidado de su hermana con cola de serpiente, Delfine.
Todos sabemos que coriciano significa bolsa de cuero y en bolsas de cuero guardaba Éolo los vientos, vientos a los que se representa con colas de serpiente. No escapará a la comprensión -tampoco- los parecidos entre Tifón y Pitón, padre de pitonisa y entre Delfos y Delfine, así como tampoco que en Delfos la pitonisa trazaba futuros al son de humos intoxicantes como los que exhalaba Tifón.
Esos vientos recuerdan al cruel sirocco tan temido en Libia y Grecia por su espeluznante olor y sus consecuencias en cosechas y animales y al que los egipcios retrataban como un asno salvaje. También los egipcios decían que Tifón no era otra cosas que el aliento infame de Seth, el aliento que mutiló a Osiris antes de que Osiris lo matase.
La noticia de la derrota divina llenó de consternación a los dioses, hasta que Hermes y Pan trazaron un plan para rescatarlo. Así fue que, furtivos, se dirigieron a la cueva donde Pan espantó a Delfine con gritos espantosos mientras que Hermes recuperaba los tendones para colocarlos, nuevamente, en Zeus.
La historia cuenta que supieron dónde estaban los tendones gracias a Cadmo quien engatusó a Delfine con promesas de que si se los enseñaba él podría usarlos como cuerdas para su lira y así cantarle para aliviar sus dolores monstrencos.
Con este engaño, la gran diosa fue humllada y fue languideciendo hasta ser nada más que un recuerdo deformado de algo que, quizás, nunca fue.
Recuperado, Zeus volvió desde el Olimpo en un carro tirado por caballos alados y lanzando rayos contra Tifón quien huyó al monte Nisa donde las parcas lo engañaron ofreciéndole aparentes manzanas de vida que, en realidad, fueron su condena de muerte.
Pero antes de morir, Tifón fue a Tracia donde amontonó montañas para arrojárselas al crónida quien se defendió golpeándolas con sus rayos y devolviéndoselas letales al monstruo cuya sangre tiñó un monte de rojo al que hoy conocemos como Hemo. Herido de muerte, Tifón fue a Sicilia donde Zeus lo sepultó arrojando sobre él al monte Etna que aún hoy vomita fuego y escoria.
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