We shall fight
Sir Winston Churchill
"El éxito no es el final y el fracaso no es fatal.
Es el coraje para continuar lo que cuenta."
En 1915, tras el fracaso y masacre de Anzacs en los Dardanelos y Gallipolli este hombre -un prometedor lord del Almirantazgo- era un cadáver político. Navegó en la intrascendencia hasta que, casi anciano, la historia, pero la historia grande, la de verdad, tocó a su puerta. Y él estuvo allí, de pie, erguido descendiente de Beowulf y Alfred, hijo de Brunnanburth y Stamford Bridge.
Ese día, y los que siguieron, él se entregó a su destino y prometió sangre, sudor y lágrimas y victoria. Y cumplió.
Ya en el bronce y en medio de la victoria y de un mundo nuevo, perdió las elecciones y se fue a su casa a escribir obras que eran su reflejo: monumentales, eruditas y de un solo filo y, ya que estaba, se ganó un Nobel de Literatura, mientras tanto, y para no aburrirse, ganó nuevamente las elecciones y volvió como Primer Ministro.
A los 80 dejó el cargo, aunque siguió ganando y ocupando su escaño hasta los 90.
Bebedor empedernido, fumador contumaz y sibarita reconocido, murió a los 90 el 24 de enero de 1965 exactamente 70 años después que su padre, tal como profetizaba habitualmente.
Rodeado de toda su familia, resopló: "Estoy aburrido de todo" y se murió puntualmente a las ocho de la mañana.
El suyo fue el último funeral de Estado del Reino Unido y estaba previsto y organizado desde 1953 cuando Churchill sufrió un ACV. Su obstinación en no morir obligó a contínuas revisiones.
Duró cuatro días, durante tres fue velado en Westminster Hall donde coronan a los reyes, al cuarto día fue transportado a la catedral de San Pablo donde tuvo lugar el oficio fúnebre, Tras ello navegó por el Támesis hasta Waterloo y, finalmente, enterrado en el cementerio de San Martín.
Con representantes de 120 países, el cortejo estuvo integrado por 6,000 personas y fue encabezado por la Reina. Como escolta intervinieron 18 batallones militares, 16 aviones de combate de la RAF y por medio millón de ciudadanos que los guardaron a la vera de los caminos.
Otros 350 millones vieron por TV el funeral de Estado más grande de la historia para el más grande del siglo XX.
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