El último vikingo
Por Gerardo Cadierno. Harald nació en la noruega villa de Ringerike en 1015 y ,allí, donde fue bautizado en el catolicismo en obediencia a Roma por lo cual a diferencia de sus mayores vikings ya no creía en el Padre de Todo, Freya y Thor, ni en el Valhala con sus valkyrias y el Ragnarök.
Las sagas nos cuentan que fue conocido como Hardrada -duro gobernante- y que a los 15 años luchó en la batalla de Stiklestad ésa que coincidió con un eclipse solar de disímiles presagios.
Allí combatió junto a su medio hermano Olaf, quien aún no había sido canonizado sino que era un pretendiente que reclamaba el trono noruego que le había arrebatado el rey danés Knut, el Grande, dos años antes.
Derrotados, Harald huyó a través de las montañas suecas hasta la Rusia que tenía su trono en Kiev y en la que reinaba el Gran Príncipe Yaroslav, el Sabio, cuya esposa, Ingegerd, era pariente lejana de Harald.
El poeta e historiador islandés Snorri Sturluson lo describió en el siglo XIII como “más grande que otros hombres y más fuerte”, de cabellos y barba claros, un largo bigote y destacó que una de sus cejas era “más alta que la otra”.
Capitán de Kiev, peleó contra los polacos, los chudes de Estonia, bizantinos, pechenegos y otros nómadas esteparios que vulneraban las fronteras de su señor, hasta que al cabo de unos años, Harald y un grupo de alrededor de 500 hombres emigraron a la mítica Miklagard, es decir, Constantinopla, capital del Imperio Romano de Oriente donde se sumaron a la guardia varega, una unidad creada en el 988 por el emperador Basilio II y que estaba completamente compuesta por nórdicos que le servían directamente como su escolta personal.
Los poetas Snorri Sturluson y Þjóðólfr Arnórsson refieren que luchó contra piratas árabes en el Mediterráneo, en Anatolia, en el Tigris y el Éufrates en Mesopotamia, y que habría capturado ochenta fortalezas.
También enumeran que luchó -nuevamente- contra los pechenegos al servicio del emperador bizantino Miguel IV, el Paflagonio, para quien expulsó a los sarracenos de Sicilia, tras lo cual peregrinó a Jerusalem donde limpió las rutas de peregrinación de bandidos y participó de la reconstrucción de la iglesia del Santo Sepulcro.
El muerto que no fué
Fue en la campaña de Sicilia donde las sagas relataron una estratagema que logró que Harald, aún muerto, tomase una fortaleza.
Tras conquistar tres castillos, asedia un cuarto que se presentaba como inexpugnable y, para colmo, donde el noruego enferma y se retira lejos del sitio.
Al ver esa situación, los defensores despachan espías quienes advierten a sus señores que la muerte del líder invasor es inminente.
A los pocos días, llega una embajada varega que informa de la muerte de su comandante y que ruega que le concedan ser enterrado en tierra sagrada dentro del castillo.
Los sitiados aceptaron en la convicción que tan ilustre muerto sería pródigo en dones y favores, y envían en procesión a una comitiva para recoger el ataúd de Harald y llevarlo dentro de la ciudad acompañado de los varegos enlutados y engalanados.
Una vez dentro de la fortaleza, depositan el catafalco entre sus puertas, tras lo cual Harald sale armado del ataúd y junto a sus hombres masacró a todos los defensores y se apoderó de un enorme botín.
En 1041, estuvo en la batalla de Ostrovo donde sofocaron el levantamiento búlgaro dirigido por Piotr Delyan, donde obtuvo el mote de Bolgara brennir, Devastador de Bulgaria.
Distinguido como manglabitas, spatharokandidatos y strategikon por su participación en “en dieciocho batallas grandes”, su posición en la corte se deterioró tras la muerte de Miguel IV en el marco de los conflictos entre su sucesor, Miguel V, Calafates, y su madrastra la emperatriz viuda, Zoe Porfirogeneta.
Adiós a Constantinopla
Sabemos que un día Harald fue encarcelado pero no conocemos bien por qué.
Algunos afirman que fue arrestado por defraudar al tesoro; otros por solicitar un matrimonio real, y, otros, por el despecho de Zoe, la emperatriz .
También hay quienes hablan de violación o de asesinato. Lo cierto es que huyó de la cárcel y que se sumó con sus hombres a la revuelta que acabó con Miguel V cegado y exiliado a un monasterio. Algunos sostienen que quien arrancó los ojos de su señor fue el propio Harald.
Curiosamente, tras la boda, Yaroslav atacó Constantinopla y algunos consideran que la información sobre los puntos flacos de las defensas del imperio fueron parte del compromiso de casamiento, un compromiso que llevaba varios años y que ponía a Harald, un pretendiente destronado, con Enrique I de Francia, Andrés I de Hungría y la hija de Constantino IX, otros monarcas en obediencia a Roma con quienes emparentaba Yaroslav por vía de matrimonio lo que pone en evidencia la importancia que daban los monarcas europeos a tener buenas relaciones con la ortodoxa Kiev.
En busca de las coronas perdidas
Previsor, durante, su servicio bizantino Harald había enviado remesas de su tesoro, obtenido en las batallas y en los saqueos palaciegos que seguían a la caída de cada emperador, a Kiev donde Yaroslav las custodiaba.
Con ese tesoro buscaría recuperar su reino perdido donde ahora gobernaba Magnus el Bueno, hijo ilegítimo de Olaf, su hermano, quien además, pujaba por acceder al trono vacante de Dinamarca.
Aliado con el rey sueco Anund Jacob, otro de sus parientes, Harald asaltó la costa danesa, sometió al país y se aprestó para volver a Noruega que -contra sus expectativas- no estaba dispuesta a sublevarse en su favor.
El deseo de Harald de restaurar el Imperio del Mar del Norte lo llevó a encarar una campaña anual contra Dinamarca desde 1048 hasta 1064 y pese que saqueó Jutlandia e incendió Hedeby, una de las ciudades mejor protegidas y más pobladas de Escandinavia ala que arruinó para siempre, jamás pudo sentarse en el trono danés.
El mar también fue escenario de esta disputa y los escaldos recuerdan la batalla de Niså, en 1062, cuando se enfrentaron 600 naves en un encuentro que había sido acordado como si se tratara de un duelo, y que, pese a la masacre terminó en tablas.
Tras un acuerdo de paz en el que no hubo ni vencedores ni vencidos, Harald se dedicó a consolidar su poder en Noruega: a los campesinos les sacó lo poco que les quedaba mediante mutilaciones e incendios y a los nobles un tercio de sus hombres con lo que formó el ejército real: el thyrd con lo que despojó de recursos a los señores de la guerra que no tardaron en rebelarse, en especial Einar Thambarskelfir y los descendientes de Haakon Sigurdsson que controlaban el norte hasta que cayó bajo las espadas de los sicarios de Harald, quien allí habría dado sentido a su apodo de Hardrada -’el gobernante duro’- a pesar que Harald prefería ser conocido con el capilar epíteto de Hárfagri -‘hermoso cabello’- también conocido como Fairhair o Finehair.
Un rey despiadado,pero progresista
Aunque no todas fueron masacres, también desarrolló una moneda noruega, integró a su país en el comercio internacional con Kiev, Bizancio, Escocia e Irlanda; fundó Oslo y propagó el cristianismo.
Six feet under
Descartada Dinamarca y pacificada Noruega, Harald posó nuevamente sus ojos en Inglaterra para lo cual desempolvó reclamos dinásticos y viejos tratados, y se dispuso a aprovechar la muerte sin herederos de su rey, Eduardo, el Confesor.
Pero el destino de Harald venía torcido, pues mientras él se aprestaba a partir, el Witenagemot había elegido rey a Harold Godwinson, conde de Wessex, y quien ya había vencido al hijo del vikingo Magnus, aliado de Gruffydd ap Llywelyn, el último rey celta de Gales.
Sin embargo, Harald se alió con Tostig Godwinson, hermano de Harold, quien se había declarado en rebeldía tras haber despojado del condado de Northumbria.
Al enterarse de la caída de York, el rey inglés dejó una guardia al sur y en marchas forzadas llegó al norte donde -otra vez la suerte- encontró a las fuerzas invasoras divididas y desprevenidas pues estaban ocupadas en repartir botines y títulos.
Allí se produjo el episodio que Jorge Luis Borges contará en varias ocasiones creando su propia versión de la crónica de Snorri Sturlusson: “Veinte jinetes se allegaron a las filas del invasor; los hombres, y también los caballos, estaban revestidos de hierro. Uno de los jinetes gritó: —¿Está aquí el conde Tostig? —No niego estar aquí —dijo el conde. —Si verdaderamente eres Tostig —dijo el jinete— vengo a decirte que tu hermano te ofrece su perdón y una tercera parte del reino. —Si acepto —dijo Tostig— ¿qué dará al rey Harald Sigurdarson? —No se ha olvidado de él —contestó el jinete—. Le dará seis pies de tierra inglesa y, ya que es tan alto, uno más. —Entonces —dijo Tostig— dile a tu rey que pelearemos hasta morir.
Los jinetes se fueron. Harald Sigurdarson preguntó, pensativo: —¿Quién era ese caballero que habló tan bien? —Era Harold, hijo de Godwin.”
Sturlusson también cuenta que mientras Harold se acercaba al campamento invasor pudo ver caer al noruego de su caballo y dijo a sus hombres: “parece grande, pero también que la suerte lo ha abandonado.”
Tras el encuentro, el islandés contará un diálogo entre los invasores que es omitido por Borges: “- De esto no me había dado cuenta, porque se habían acercado tanto a nuestro ejército que este Harold se arriesgaba a no poder volver para contar la masacre de nuestros hombres” – dijo el rey de Noruega, a lo que Tostig respondió: – Es cierto que estos jefes fueron realmente imprudentes, y tal vez sea como usted dice, pero yo vi, por un lado, que me iba a ofrecer la paz y una gran posesión, y por otro lado, si yo lo desenmascaraba me convertía en su asesino, y prefiero, si uno de los dos debe morir, que él sea mi asesino y no yo el suyo.”
Por su parte, Hardrada cerró con esta réplica el juego de espejos que propuso el islandés: “Era un hombre pequeño, pero bien apoyado en sus estribos”, concluyó el rey sobre su par de Inglaterra.
Lo que siguió fue la mítica batalla de Stamford Bridge donde un solo noruego defendió el puente contra los ingleses para permitir que los vikingos formen su muro de escudos.
Tenía 51 años.
“El Rey sajón, que ofrece al rey noruego
los siete pies de tierra y que ejecuta
antes que el sol decline, la promesa”,
Aunque hubo una invasión danesa en 1075 liderada por el rey Sweyn Strithsson, Stamford Bridge marcó el final de las era de las grandes invasiones vikingas, tras casi tres siglos dominando las rutas marinas.
La batalla fue dura y la derrota cruel, apenas 25 barcos regresaron a Noruega con un décimo de los guerreros que habían partido, mientras que el rey inglés desandaba sus pasos hacia el sur para morir unas semanas en Hastings a manos de los normandos de Guillermo poniendo fin a la dinastía sajona que había empezado con Alfredo, el Grande.
Cuentan que el cadáver de Harold estaba tan destrozado que sólo pudo reconocerlo su segunda esposa, Edwina, Cuello de Cisne, y una hija de ambos, Gytha de Wessex, se casó con Vladímir II Monómaco, gran príncipe de Kiev y descendiente de Yaroslav, el Sabio, en cuya corte se refugió una vez Harald Finehair.
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