Julieta Lanteri, la primera
Por Gerardo Cadierno. 25 de febrero de 1932. Tras agonizar durante unos días, muere Julieta Lanteri. Estaba a punto de cumplir 59 años cuando un auto la atropelló.
Es probable que muchos de quienes la auxiliaron y atendieron no supieran ante quién estaban y todo lo que le deben.
Ese 25 de febrero, Julieta Lanteri se moría sin ver su sueño -o tal vez a causa de él- que las mujeres fueran sujetos de pleno derecho.
Nacida el 22 de marzo de 1873 como Giulia Maddalena Angela Lanteri en la localidad ligúrica de R̂ a Briga, donde se habla el brigasco, una variedad del xeneize, esa lengua romance en la que aún hoy conversan cerca de medio millón de personas desde Génova a La Boca.
Cuando Julieta nació en el mástil de la plaza ondeaba la tricolor italiana y en los mapas se anunciaba como Briga Marítima. Sin embargo, desde 1947 ondea la tricolor francesa y sus carteles anuncian que el viajante llegó a La Brigue.
Al cumplir los seis, viajó, junto a sus padres y Regina, su hermana menor, a Buenos Aires. La Reina del Plata no era ajena para su padre, Antonio, quien ya había vivido en la ciudad donde se casó y enviudó antes de regresar a su tierra. Producto de ese matrimonio, había heredado una casona en el 1167 de la porteña avenida Santa Fe.Propietario y rentista, y, probablemente, carbonario y liberal, pudo vivir con alguna comodidad y estimular en sus hijas la vocación por el estudio.
“Las mujeres debemos quedarnos en nuestras casas a zurcir medias, a remendar ropas, a barrer y a cocinar, mientras que los hombres se ocupan de política y de dictar leyes”, decía un libro de lectura de la época. En ese contexto, las niñas Lanteri iniciaron sus estudios primarios.
La doctora Lanteri
En 1884, se mudaron a la flamante capital bonaerense: La Plata. Allí, a partir del 86, hará el secundario, en el Nacional, donde fue la primera mujer en pisar sus aulas y la primera en lograr salir con su título de bachiller, un diploma que la habilitaba para ingresar a la universidad.
Y así fue que en 1891 ingresó a la facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Vedada a las mujeres, requirió de un permiso especial firmado por el decano, Leopoldo Montes de Oca.
En ese entonces, los peninsulares representaban a la mitad de los extranjeros y de su colectividad de casi medio millón de personas, apenas algo menos de cinco mil ejercían profesiones liberales, entre ellos Julieta buscará un lugar.
En 1898 se graduó de farmacéutica y poco más tarde realizó prácticas de obstetricia en la Escuela de Parteras.
En 1904, mientras aún estudiaba, y junto con Cecilia Grierson, Elvira Rawson, Sara Justo y las hermanas Elvira y Ernestina López funda la Asociación de Universitarias Argentinas desde la que buscan que más mujeres accedan a la educación universitaria y practiquen las profesiones. Dos años más tarde, funda el Centro Feminista de Librepensamiento y Liga Nacional de Mujeres Librepensadoras.
“La mujer médica no daría nada qué decir si a través de sus correrías por aulas y salas de disección pudiese conservar la dignidad que es el mejor adorno del sexo. La dignidad y el pudor”, pontificaba una revista del mundo galeno,
Para más INRI, el hecho de poseer un título no implicaba que las mujeres pudieran ejercer sus profesiones pues la Corte Suprema de Justicia en un dictamen de 1891 establecía que “mientras dure el matrimonio, la mujer carece de capacidad civil”.
En 1907, con ocho puntos, aprueba su tesis doctoral que había sido dirigida por Mariano Paunero: Contribución al estudio del deciduoma maligno. Entre los testigos de su defensa estaba Pedro Lagleyze, el decano que la había autorizado a trabajar en la maternidad del Clínicas, pero ad honorem.
Será la primera italiana que alcanzará un título universitario en la Argentina, la cuarta médica recibida en la UBA, tras Cecilia Grierson, Elvira Rawson y Lola Ubeda.
Al finalizar la carrera, se perfeccionó en el hospital Ramos Mejía. Especializada en enfermedades psíquicas de la mujer y el niño, en 1909 solicitó adscribirse a la cátedra de enfermedades mentales pedido que le negaron. ¿La razón? “al ser italiana no reúne los requisitos”.
En 1910, con la ayuda de Angélica Barreda, la primera abogada argentina, presentó ante el juzgado 4, secretaría 8 el pedido de nacionalización. El juez falló favorablemente y en sus consideraciones comparó la situación de Lanteri con la de las mujeres en sociedades más avanzadas como la estadounidense e inglesa, donde las mujeres tienen derechos políticos y civiles “sin llegar a los extremos de las feministas”.
Por su parte, el fiscal de primera instancia se opuso al sostener que la ley sobre ciudadanía de 1869 no establecía que la mujer pudiese obtenerla porque por nuestras leyes, le estaba vedado el ejercicio de los derechos políticos. Lanteri apeló el fallo a lo que el fiscal opuso que “al ser casada no puede estar en juicio sin autorización marital”.
En efecto, el 6 de junio de 1910, se había casado -sólo por civil- con Alberto Renshaw, un descendiente de estadounidenses, trece años menor que ella y de escasa fortuna con quien tuvo dos hijos: María del Carmen y Juan Bautista.
Pese a que ella aceptó sumar el apellido de su esposo al propio, se negó a usar la preposición de. Él la admiraba profundamente y la acompañó en su militancia.
De hecho, y aunque el matrimonio fue bastante efímero, Renshaw, nunca le negó a Lanteri la firma a la hora de consentir muchos de sus actos tal como indicaba el código de 1869 que consideraba a las mujeres como incapaces por lo que requerían tutela paterna, primero, y la de los maridos, después.
Tras la autorización de Renshaw, el fiscal de Cámara Horacio Rodríguez Larreta (tío abuelo del actual jefe de Gobierno porteño), se pronunció el 15 de julio de 1911 a favor de su naturalización al considerar que la constitución no establecía diferencias de sexo a la hora de otorgar la ciudadanía.
La sentencia ordenaba que “se le reconozca, haya y tenga por tal ciudadano de la República Argentina”. Prestemos atención al término “ciudadano” tal como ella lo hará en apenas unos meses.
Con la carta en la mano, volvió a pedir la adscripción a la cátedra que fue, otra vez, rechazada. Nunca le dieron una explicación. Tampoco se la dieron a Grierson cuando le denegaron la posibilidad de ejercer la cirugía o solicitó el cargo de profesora sustituta en Obstetricia.
El centenario con cara de mujer
En 1906, asistió al Congreso Internacional del Libre Pensamiento realizado en Buenos Aires y del que también participaron Raquel Camaña, Elvira Rawson de Dellepiane, Petrona Eyle, Sara Justo, Cecilia Grierson y Adelia Di Carlo.
En el evento la impresionan las posturas de María Abella quien proponía leyes que garantizaran la vida de las mujeres y de los niños nacidos fuera del matrimonio. En realidad, de lo que se hablaba, en era de conquistar derechos para las mujeres, como, por ejemplo, no morir por aborto clandestino.
Tras el evento, Julieta se sumó al Centro Feminista, impulsado por Alicia Moreau de Justo, y fundó la Liga Argentina de Mujeres Librepensadoras, asociación que presidió.
“La influencia del varón se ha dejado sentir siempre, y en todas las cosas y en su infinita pequeñez la mujer ha sido llamada a crear nada y ni siquiera a mejorar aquellas cosas más íntimas de su exclusiva incumbencia “el trabajo de su parto (….) El hombre piensa, estudia y trabaja y jamás siente saciedad del saber ¿por qué la mujer se detiene?”, sostendrá en una conferencia en la Asociación Obstétrica Nacional, durante 1907.
En 1908 propuso la organización del Primer Congreso Femenino Internacional, que se celebró en el Buenos Aires del centenario y del que fue secretaria. Ese congreso era la respuesta al Congreso Patriótico de Señoras que proponía una acción “pacificadora, educadora y controladora” para afirmar que las mujeres no debían tener derecho a votar, pues el sufragio era cosa de varones.
Fue así que entre el 18 y 23 de mayo de 1910, en el salón de la Unione Operai Italiani, centenares de mujeres de Argentina, Sudamérica y Europa se reunieron para discutir sobre su estado y condición, tras lo cual demandaron educación laica, mixta e igual para ambos sexos; independencia económica de las mujeres y acceso a la ciudadanía política; igualdad salarial y en materia de derechos civiles; divorcio absoluto y abolición de la prostitución.
De ese modo, la Argentina de 1910 fue el primer escenario del mundo en el que se exhibió la problemática global de las mujeres.
Su ponencia sobre la prostitución a la que define como el “mayor dolor y mayor vergüenza” para la mujer, causó alarma: “La falta de previsión y de amor que muestran las leyes y las costumbres, creadas por la preponderancia del pensamiento masculino en la orientación de los destinos del pueblo”.
Además, formulaba “un voto de protesta contra la tolerancia de los gobiernos al sostener y explotar la prostitución femenina y que no se preocupan de extirparla.”
Hija del positivismo, Lanteri consideraba que “la prostitución debe desaparecer, pues, la educación racional que se dé tanto al varón como a la mujer y que está ya en los programas de caso todos los gobiernos, dará a la humanidad del futuro el convencimiento de que en su evolución ascendente hacia un ideal de sinceridad, de pureza y de amor, el hombre, en sus dos manifestaciones sexuales, tiende a aprender a dominar sus instintos, que hoy por hoy lo igualan a la bestia, para llevarlo al desarrollo de sus facultades más nobles que están en las esferas del pensamiento y del sentimiento, únicas facultades que caracterizarán y que caracterizan ya, al verdadero hombre.”
Lamentablemente, no acertó.
Además, sostuvo “que la mujer es apta para ejercer sus derechos políticos y civiles”, por lo cual pidió “que se le reconozca el derecho al sufragio” .
Un año después, en 1911, Lanteri funda la Liga Pro derechos de la Mujer; junto a Alfonsina Storni, Carolina Muzzili, y Alicia Moreau de Justo con quienes, además, integrarán la Liga contra la trata de blancas, encabezada por Petrona Eyle y que buscaba combatir ese flagelo del primer tercio largo del siglo XX cuyos ecos habían llegado a las capitales europeas desde las que aconsejaban a las jóvenes, incluso a las que no tenían intenciones de llegar al Plata, no salir solas de noche porque podían ser secuestradas y terminar en algún burdel argentino.
En el Buenos Aires de hombres solos, había 10.000 prostitutas.
Lanteri, junto a Raquel Camana, opera una rotativa. |
En 1912 organizó en Buenos Aires el Primer Congreso del Niño, un evento novedoso a nivel mundial. No sólo presidió el congreso sino que ese mismo año fundó y encabezó la Liga por los Derechos del Niño junto con su amiga Raquel Camaña.
“El pueblo que sea capaz de sostener debidamente a todo niño que venga al mundo y a toda madre que tenga un hijo, no debe temer el porvenir, pues éste le pertenece, por el hecho de haberlo conquistado en generosidad y grandeza de alma. El hijo amado y educado no será entonces la presa fácil de gobiernos insensatos que usan la máquina humana cómo pueden usar un cañón o una ametralladora y ponen la vida misma al servicio de intereses mezquinos”, escribirá en la revista Nuestra causa.
Lanteri no sólo litigaba, atendía un hogar, organizaba congresos y fundaba asociaciones sino que además, ejercía la medicina en forma particular en su consultorio de Avenida de Mayo 981.
El primer voto de las hijas de Lilith
La sanción de la ley Sáenz Peña que instauró el voto secreto y obligatorio para todos los ciudadanos trajo entre sus modificaciones el empleo del padrón militar para los comicios como herramienta para mantener el registro electoral actualizado y en manos de un poder del Estado independiente de la lucha partidaria.
Estamos en 1911 y los registros electorales aún son potestad de cada distrito, fue así que la Municipalidad de Buenos Aires en vista de las elecciones de concejales que se aproximaban llamó a “los ciudadanos mayores, residentes en la ciudad, que tuvieran un comercio o industria o ejercieran una profesión liberal y pagasen impuestos” para que actualizaran sus datos en el padrón electoral, tal como establecía la ley 5098 que prescribía la renovación cuatrienal del registro electoral.
Para una experta en tomar las ocasiones calvas por las trenzas como Lanteri, la ocasión vino pintiparada pues se percató que la convocatoria no consideró necesario redundar en materia de sexo por lo cual aprovechó el vacío y ahí fue, lo más oronda, el 16 de julio de 1911 a solicitar su inscripción como electora.
Munida de una copia de la ley 5098 y con su carta de ciudadanía en la mano, logró que un empleado gris le entregue un comprobante donde constaba la “Inscripción Municipal. Sección 2ª, Mesa 1.Doctora Julieta Lanteri de Renshaw, de nacionalidad naturalizada, profesión médica. Domicilio en calle Suipacha Nª782 y que paga impuesto…. De $…. ha sido inscripta bajo en Nº 80”.
El caso se judicializó y el fallo favorable de primera instancia fue refrendado por la Cámara Federal: “Como juez tengo el deber de declarar que su derecho a la ciudadanía está consagrado por la Constitución y, en consecuencia, que la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que las leyes, que reglamentan su ejercicio, acuerdan a los ciudadanos varones, con las únicas restricciones que, expresamente, determinen dichas leyes, porque ningún habitante está privado de lo que ellas no prohíben”, ordena la sentencia.
Fue así que el 26 de noviembre de 1911, la ciudadana argentina Julieta Lanteri votó en el atrio de la parroquia San Juan Evangelista de La Boca, barrio que, nuevamente, había mostrado al mundo sus dientes, tal como hizo en 1904 al consagrar a Alfredo Palacios como primer diputado socialista de América.
El presidente de la mesa donde votó Lanteri no era otro que el historiador y político Adolfo Saldías -autor de la monumental Historia de la Confederación Argentina– quien la saludó con deferencia y se felicitó “por ser el firmante del documento del primer sufragio de una mujer en el país y en Sudamérica”.
Julieta Lanteri, primera mujer en votar en América latina en 1911 Como presidente de mesa Adolfo Saldías |
Experta en agitación, la votante se ocupó de que La Nación y La Prensa, estuviesen al tanto de la jugada que fue reflejada al día siguiente, lo que impulsó al Concejo Deliberante porteño a sancionar una ordenanza que establecía que el empadronamiento se basaba en el registro del servicio militar, por lo cual las mujeres quedaban excluidas. Ni lerda ni perezosa, Lanteri se presentó en el registro militar de la ciudad para solicitar su enrolamiento. El pedido escaló hasta el mismo ministro de Guerra y Marina quien, finalmente, rechazó la solicitud
Toda lucha es política
Tras las prostitutas, si había un sector explotado hasta la saciedad era el de las lavanderas, trabajadoras de uno de los escasos oficios que empleaban mujeres. Fueron las trabajadoras de La Higiénica quienes la eligieron como asesora frente a la patronal tras verla cómo había defendido a las obreras gráficas, junto con la socialista Carolina Muzzilli, para que logren tener un convenio colectivo.
“No admito amos ni quiero ser patrona. Todos somos iguales. No quiero propiedades ni quiero matar para conservarlas. La tierra entera es nuestra patria”, bramaba “La Lanteri”, tal como empezaban a nombrarla despectivamente algunos diarios.
Con la sanción, en febrero de 1912, de la ley 8871, la ley Sáenz Peña, llegaba el voto secreto y obligatorio bajo padrón el artificio de inscribirse en los registros había desaparecido. Habría que pensar en otra cosa.
Por ejemplo, en ser candidata.
“Siendo ciudadana argentina, por nacionalización y, en virtud de sentencia de la Corte Suprema, no figura mi nombre en el padrón electoral, no obstante las gestiones que he realizado con tal propósito. Creo, sin embargo, que ello no constituye impedimento alguno para la obtención del cargo de diputado, y ya que la Constitución Nacional emplea la designación genérica de ciudadano sin excluir a las personas de mi sexo, no exigiendo nada más que condiciones de residencia, edad y honorabilidad, dentro de las cuales me encuentro, concordando con ello la ley electoral, que no cita a la mujer en ninguna de sus excepciones”, alegaba el escrito que presentó a la justicia electoral para apuntarse como candidata a diputada.
Para motorizar esa primera candidatura de una mujer a un cargo electivo en la historia argentina, promovió, el 14 abril de 1919, la creación del comité ejecutivo provisional del Partido Feminista Nacional, del que sería secretaria y desde el que se convocaba a “todas las mujeres de buena voluntad que lo desearan, para sostener el programa del sufragio universal.”
La plataforma del nuevo partido era de avanzada: la licencia de 30 días por maternidad, subsidio estatal por hijo, protección a los huérfanos; prohibición de la producción y venta de bebidas alcohólicas (a tono con los programas de las izquierdas de principios de siglo), abolición de la prostitución, sufragio universal, igualdad de derechos para hijos legítimos e ilegítimos; jornada laboral máxima de seis para la mujer; igualdad de salario para trabajos equivalentes para los dos sexos; jubilación y pensión para todo trabajador; abolición de la pena de muerte, divorcio absoluto y representación proporcional de las minorías.
“¿Cómo se comportará la mujer dueña de su voto y capacitada para usarlo de la manera que estime conveniente? Lo primero que atraerá su atención serán las propias necesidades y las de su prole, y dictará leyes que protejan la vida y la (vuelvan) soportable, cosa que ya resulta una verdadera desesperación. (…) Cómo estas innovaciones están ligadas fundamentalmente a la parte económica de los pueblos, seguramente que la mujer trabajará por una más equitativa distribución de la riqueza y una mayor responsabilidad moral por parte de los dos sexos”, declaraba en una entrevista a Nuestra causa.
Como parte de la estrategia de campaña, el 2 de agosto de 1919 Julieta y un grupo de compañeras se presentaron ante las autoridades castrenses con la exigencia de ser inscriptas en el registro de enrolamiento y cumplir con el servicio militar para garantizar su inscripción en el padrón electoral. Tras el previsible rechazo del pedido, presentaron en un recurso para cumplir con el servicio militar obligatorio. El proceso duró una década y llegó a la Corte Suprema que falló en contra de la vía castrense de acceso a la ciudadanía.
La campaña fue intensa y duró tres meses, a lo largo de los cuales Lanteri dio más de cien conferencias y charlas en las que soportaba la intolerancia y las burlas machistas.Su lema de campaña era: “En el Parlamento una banca me espera, llévenme a ella”.
“Mi candidatura es una afirmación de mi conciencia que me dice que cumplo con mi deber, una afirmación de mi independencia que satisface mi espíritu y no se somete a falsas cadenas de esclavitud moral e intelectual, y una afirmación de mi sexo, del cual estoy orgullosa y para el cual quiero luchar”, proclamó en su lanzamiento que provocó títulos burlones como el diario La Época que sostuvo que Lanteri trabajaba “en busca de los votos masculinos para defender los derechos de la mujer”.
Finalmente, el 7 de marzo de 1920 se votó. De algo más de 150 mil votos válidos emitidos, Julieta Lanteri obtuvo 1.730. Todos varones y, entre ellos, el del escritor Juan Manuel Gálvez quien “como no quería votar a los conservadores ni por los radicales”, prefirió apoyar a “la intrépida doctora Lanteri.”
Tras la elección aseguró: “No me importan los números, me importa únicamente su significación. Mis proyectos son seguir machacando sin cesar. Mi candidatura es una afirmación de mi conciencia que me dice que cumplo con mi deber, una afirmación de mi independencia que satisface mi espíritu y no se somete a falsas cadenas de esclavitud moral e intelectual, y una afirmación de mi sexo, del cual estoy orgullosa y para el cual quiero luchar.”
“Aunque su actitud ha encontrado resistencias, aunque el electorado no haya respondido como debía, porque solo ha sabido tener como ideal los intereses de partido, nada le importa. Ella saldrá de nuevo a la palestra para disputar votos en las próximas elecciones municipales”, vaticina una periodista de Nuestra causa.
Mientras tanto, y siguiendo el ejemplo de sufragistas de otras latitudes, las diversas agrupaciones por los derechos de las mujeres protagonizaron simulacros de comicios para generar conciencia y demostrar la decisión de acudir a las urnas.
Así el partido Feminista Nacional junto a la Unión Feminista Nacional, liderada por Moreau de Justo y el Comité Pro Sufragio Femenino, dirigido por la radical Elvira Rawson, unieron fuerzas para organizar estos eventos que se llevaban a cabo los mismo días de las elecciones.
Alrededor de cinco mil mujeres llegaron hasta las urnas que poblaban plazas y locales radicales, socialistas y hasta de la tilinga y derechista Liga Patriótica. No hubo sección electoral porteña sin una mesa con una urna llena de votos femeninos.
Pese a que esta acción se volvería a repetir en las municipales de noviembre, Lanteri no estaba muy de acuerdo con estos métodos: "Las mujeres que luchamos de verdad […] repudiamos toda clase de farsa y todo simulacro, cualquiera sea el pretexto que se tome para justificarlo”, declaró a La Nación.
Simulacro de voto femenino en 1920 .Preside Elvira Rawson de Dellepiane |
La elección para concejales porteños de noviembre de 1920 fue un trago amargo pues la junta electoral porteña no reconoció la lista que encabezaba sino que, además, ordenó que tampoco se computen los votos para Alicia Riglos de Berón de Astrada que integraba las listas del socialismo. “En cuanto a la lista del Partido Feminista Nacional, la Honorable Junta resuelve: no oficializarla ni computar los votos […] de Berón de Astrada, por las mismas razones”, ordena el fallo.
Lanteri insistirá con la vía electoral: en 1922, será candidata a diputada nacional en las listas socialistas independientes, volverá a ser rechazada en las elecciones para concejales de ese mismo año y se presentará para una banca de diputada en 1924 y 1926.
Lo magro de los resultados electorales no debe confundir, la causa avanzaba...
En 1919 el diputado radical santafesino Rogelio Araya presentó el primer proyecto de ley para habilitar el sufragio femenino, le seguirán seis más; entre 1920 y 1921, en San Juan, Mendoza y Santa Fe las mujeres lograron el derecho al voto para cargos locales.
Además, fueron recibidas por el presidente Marcelo T. de Alvear quien en 1924, impulsó la modificación de la legislación laboral a favor de la “madre trabajadora” y dos años más tarde, la sanción de la ley 11.357 que amplió los derechos civiles de las mujeres que dejaban de ser consideradas “incapaces” .
“Mis proyectos son seguir marchando sin cesar. No importa que el hierro este frío aún; ya se calentará. (…) La mujer poseerá derechos cívicos y estará representada de acuerdo con ellos en los organismos de gobierno”, vaticinaba Lanteri a Crítica en 1928.
Muerte sin final
Tras el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 contra el presidente Hipólito Yrigoyen, Lanteri consideró prudente desensillar hasta que aclare, especialmente teniendo en cuenta las pretensiones fascistas del régimen que no dudaba en reimplantar la pena de muerte mediante un bando militar.
Tras dos años de ostracismo, empezó a considerar el retorno al ruedo al convocar el régimen a elecciones para todos los cargos en 1932 y en ese contexto llamó a un encuentro para reorganizar el feminismo previsto para el 24 de febrero. Nunca llegó a realizarse, el 23 fue atropellada cuando caminaba por la esquina de Diagonal Norte y Suipacha.
A causa del golpe sufrió una fractura de cráneo. Trasladada al hospital Rawson, murió dos días después. Tenía 58 años.
Habría sido un accidente más en el tráfico porteño si no fuera que el conductor del auto que la atropelló, David Klappenbach, integraba la Legión Cívica, una murga paramilitar de niños bien y lúmpenes con veleidades fascistas que apoyaban la dictadura de José Félix Uriburu y se divertían realizando pogroms en el Once.
Además, Adelia di Carlo, periodista de Nuestra causa y El mundo había advertido que Lanteri temía por su integridad y que había sido amenazada. Caratulado por la policía,como “accidente”, aparecieron detalles que movieron a la sospecha: la huída tras el choque, el informe policial con tachas y enmiendas del nombre del conductor y de la patente del vehículo, los antecedentes de matón de Klapenbach a quien se lo sospechaba de haber cometido numerosos asesinatos de obreros y anarquistas y la extraña mecánica de la colisión entre un “vehículo estacionado que daba marcha atrás”, subió a la acera y embistió con fuerza mortal a una mujer que caminaba por la vereda.
Tras la publicación de estos informes, la casa de Di Carlo fue saqueada por personal de civil de la policía Federal. Por supuesto el caso fue cerrado.
“Cuando se escriba la historia del feminismo en nuestro país se hablará de su símbolo y su encarnación viviente en la doctora Lanteri, una gran exponente de perseverancia y de elevación en la misión impuesta”, la despidió Di Carlo ante el millar de personas que asistieron a su funeral.
Julieta dejó deudas por cerca de 3000 pesos. Para honrar los compromisos con los acreedores se subastaron las pertenencias que le quedaban en su casa de Berazategui -emplazada en el solar que hoy ocupa una panadería- una silla, un reloj, unos cuantos libros, algunos pares de zapatos, una plancha y una máquina de fotos. Se recaudaron $104,20.
El Museo Histórico y Natural de la capital del vidrio conserva algunos de sus objetos.
“Arden fogatas de emancipación femenina, venciendo rancios prejuicios y dejando de implorar sus derechos. Éstos no se mendigan, se conquistan”, escribió en 1922.
No es un mal epitafio.
Canción sin Miedo - Mujeres del Chaco
Soy la niña
que subiste por la fuerzas
soy la madre
que ahora llora por sus muertas
y soy esa que te hará
pagar las cuentas.
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