Apuntes para una protohistoria de una ciudad


Por Gerardo Cadierno. Buenos Aires no nació Buenos Aires, tampoco Santa María del Buen Ayre ni de los Buenos Aires. No es que la ciudad no nació ciudad. 

La ciudad nació embretada en una empalizada de troncos deformes y barro y nació puerto con el nombre de Nuestra Señora del Buen Ayre.

Apenas un puñado de extremeños y andaluces matizados con algún vasco alumbraron, en un lugar que aún se desconoce, una ranchada pobre en recursos y rica en nombres que se suplantaron y deformaron. La ciudad nació sin lugar.

Fue así que el granadino Pedro de Mendoza se llegó tan ambicioso como sifilítico a ese paraje a hacerse un imperio.

El poblamiento se hizo en nombre de una política de abrir las puertas a las riquezas que las provincias de arriba generaban y para frenar a un Portugal empeñado en ponerles un candado. 

Fue así que algunos barquitos encallaron en una costa de limo y sedimento, y decidieron montar un puerto que se arrogaría con el tiempo la representación de una patria más antigua y profunda.

Quién sabe por qué se eligió ese lugar, el más inviable, pobre y lejano de todos, con una costa borrosa, sin un puerto y abierta a un mar de pampa y horizonte que primero asombra, luego seduce y, finalmente, ahoga.

El parimiento no fue sin dolor. Uno de los primeros topónimos que se impuso fue el de Matanza en conmeración de una masacre prolija que le hicieron a los querandíes, tal vez en la laguna de Rocha, para que supieran quién mandaba. Luego, asediados por indios y hambre, muchos de esos recién llegados se dedicaron a comerse los unos a los otros en una perfecta anticipación de lo que vendría después. La ciudad nació llena de muerte.

Al poco tiempo, alguien se percató que la ciudad era inviable y mandó vaciarla de los espectros que aún deambulaban y la pampa se encargó de engullirla.

Hasta que los portugueses se pusieron más codiciosos y alguien recordó que hubo una vez una ciudad y decidió hacerla de nuevo. 

Entonces, esta vez sí, la fundaron con poste y acta, reparto de tierras y cabildo, y ya sin tanto ibérico y con mucho asunceño. 

Y una mujer con derecho de vecindad: Ana Díaz.

Fueron paraguayos los que parieron a esta improbable París. Son paraguayos los que hoy la mantienen.

Y en esa nueva asunción eligieron un lugar muy cercano e igual de malo. La ciudad renació en la persistencia del error.

El nuevo nombre fue La Trinidad -tampoco Santísima Trinidad, sino Trinidad a secas- y con un puerto al que se rebautizó multiplicando vientos como Santa María de Buenos Ayres. La ciudad renació con otro nombre.

"En el nombre de la Santísima Trinidad, padre é hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, que vive y reyna por siempre jamás amen, y de la gloriosísima Virgen Santa Maria, su madre, y de todos los santos y santas de la corte del cielo, yo Juan Garcia Garay, teniente de Governador y Capitan General y Justicia mayor y alguacil mayor en todas estas provincias, ... digo, que en cumplimiento de lo capitulado y asentado con su magestad por el dicho señor Adelantado Juan Ortiz de Zárate, y en lugar del dicho señor Adelantado Juan de Torres de Vera y Aragon, su sucesor, y en nombre de la magestad Real del Rey don Felipe nuestro señor, hoy sábado, dia del señor San Bernabé, once dias del mes de junio del año del nacimiento de nuestro señor Jesucristo de mil y quinientos ochenta años, estando en este puerto de Santa Maria de Buenos Ayres, que es en la provincia del Rio de la Plata, intitulada la nueva Vizcaya, é fundo en el dicho asiento é puerto una ciudad, la cual pueblo con los soldados y gente que al presente tengo, é traido para ello, la yglesia de la cual pongo su advocacion de la Santísima Trinidad, la cual sea é ha de ser yglesia mayor é perroquial, contenida y señalada en lata que tengo fecha de la dicha ciudad y la dicha ciudad mando se intitule la ciudad de la Trinidad por que conforme á derecho en las tales ciudades alliende de los governadores y justicias mayores, á de haver alcaldes ordinarios para que hagan y administren justicia, y regidores para el govierno y otros oficiales y en nueva poblacion, á mi como justicia mayor me compete el derecho de coelegir y establecer y nomerar y señalar y dar principio de su año y señalar el remate y dia en que han de acabar y ser otros elegidos..."

Juan de Garay

Puerta de salida de metal, burro y sebo, fue puerta de entrada de quimeras como Eldorado y la ciudad de los Césares, y de contrabando. Los contrabandistas se hicieron comerciantes y monopolistas del "comprar por dos y vender por ocho" y sostenían el crecimiento de una aldea inviable. La ciudad recibía locos audaces y los transformaba en hombres de negocios dudosos. La ciudad creció en la ilegalidad.

El pueblo inviable crecía y alguien decidió hacerlo cabecera del reyno del Plata. Eso supuso la llegada de funcionarios, burócratas,vividores y vivillos y la creación de una corte lejana asediada por horizontes.

Triste destino el de los asignados a esa ciudad ajena a la piedra. Alguien dijo que se "colgaría de un árbol si pudiera encontrar uno lo suficientemente alto y fuerte". Las buenas intenciones dejaron paso a la desilusión y al deseo de marchar a cualquier otro destino, así que visto lo visto lo mejor era no hacerse mala sangre y participar de las ganancias. La ciudad aceptaba a todo aquel que no perturbara.

Aldus verthoont hem de stadt Buenos Ayrros geleegen in Rio de la Plata, pintura holandesa circa 1628.

Contrabando, codicia y negocios ocultos daban sustento a una ciudad que había elegido su nombre paradojal: Buenos Aires.

Y así se formó una ciudad de hombres que hablaban sin decir, cuya palabra estaba disponible sólo en su mirada. Una ciudad celosa de sus secretos, llena de claroscuros, hostil a otros ojos que la reconocieran en sus perfiles inéditos y dispuesta a gastar lo que no tenía con tal de salvar las apariencias.

Una sociedad que se jactaba de estar conformada por hombres libres cuando -en realidad- estaba amasada por gente profundamente individualista que se consolaba en el culto a la amistad y al coraje.

A ese puerto imposible comenzaron a llegar un día legiones de aventureros, desesperados, esperanzados, ambiciosos, desheredados, oprimidos, perseguidos... a esa ciudad llegaron mis abuelos y de esa ciudad partí un día para poder volver a esa misma ciudad a parirle nuevos hijos que me den nuevo sentido.


Mercedes Sosa, Serenata para la tierra de uno
Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos.
Porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías y
por la edad de tu dolor
Por tu esperanza interminable, mi amor
yo quiero vivir en vos.


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