El abrazo

Por Gerardo Cadierno. No pude evitar mirar. De hecho, creo que ellos, en cierta forma, miraban en busca de miradas que aprobaran o desaprobaran su abrazo o al menos intentaban buscar en otros ojos algún reflejo que los ayudara a entender los propios.

Ninguno de los dos superaba los 14 o 15 años y eran sus primeras noches fuera de casa, esas noches que prometen libertad para los hijos y angustias para los padres.

Estaban –ella y él- sentados en un banco, rodeados de amigos discretamente alejados con quienes compartían el calor y alguna cerveza clandestina.

El la abrazaba con torpeza inicial y buscaba señales que le indicaran que cumplía con las reglas del abrazo amante. Pero también, exploraba complicidades ante las cuales exhibir su conquista, su primera conquista, su primer abrazo, su estreno en esto del amor, un amor que se presentaba –al igual que la vida- entero y único.

Mientras los brazos de él la rodeaban con fuerza, ella también miraba y su mirada también buscaba complicidades. Buscaba en los ojos de otros la condescendencia hacia él, que nadie lo despertara de su sueño de ser el primero, que nadie le advirtiera que ella ya no era ignorante en abrazos y noches.

Con amor, delicadeza, respeto y paciencia, ella se acomodaba disimuladamente para intentar enseñarle pero preservándolo del consejo inoportuno e impertinente. Escondía su experiencia para evitarle una frustración inútil, una herida a su temprano e inconsciente orgullo masculino que nacía a fuerza de infrecuentes afeitadas o exageradas conversaciones sobre tratos ajenos con mujeres lejanas.

Hubo un instante en el que todos fuimos cómplices, en el que todos supimos la verdad y en el que decidimos conjurarnos en silencio para que ninguna revelación superflua opacara ese abrazo.

Sólo compartimos miradas durante unos pasos, yo estaba apurado dirigiéndome hacia compromisos más importantes y urgentes que abrazos torpes y primerizos. Sin embargo, en esos pasos reconocí ternura, dulzura, orgullo, iniciación, condescendencia, respeto, inocencia y creí verme reflejado el ellos.

En él y en ella, y en sus miradas.

Pero lo dicho, yo caminaba apurado hacia compromisos de adultos, compromisos de esos que –como todos sabemos- son realmente importantes. 


Gabo Ferro, Costurera y carpintero
"Yo la amare y la protegeré
de todo el terror de la naturaleza.
Ella me amara y coserá para mi
los mejores vestidos para mis muñecas,
ella será sabia y sabrá sonreír
cuando le griten niño costurera.
Dirá que nada importa si estamos enteros,
niño costurera y niña carpintero."



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