Mientras cocino
Por Gerardo Cadierno. Cocino, y, mientras cocino, pienso en las enormes diferencias entre invitar a una cena y cocinarle a alguien.
Para invitar a una cena sólo hace falta una billetera, un azar de agenda y un cierto sentido de la sofisticación (hablo del sentido original del término: sofisticado en tanto artificioso y aparente)
En cambio, cocinar requiere sabiduría, generosidad y trabajo. Es decir, amor.
Por eso se puede invitar a cualquiera, pero no se le debe cocinar a cualquiera.
Sólo es merecedor de nuestra cocina quien es capaz de apreciarla, quien es capaz de comprender el milagro de algo tan sencillo -y, a la vez, tan repleto de múltiples sentidos- como el logro de unas papas con sal, pimientas y aceite de oliva.
Si le cocinás a alguien capaz de sentirlo, no importa qué pase después: le habrás cocinado a la persona correcta, más allá de que, luego, no se anime a repetir el milagro y se refugie en la comodidad de una previsible invitación a cenar a algún lugar de pretendida elegancia.
Como agua para chocolate, Ana Gabriel
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