Resistir, para la palabra


Por Gerardo Cadierno. Estamos en una época de infinitas oscuridades, donde las antiguas teogonías se resisten a admitir que ya no iluminan y las nuevas aún no han definido las adjetivaciones de sus lúmenes.

Este época, como tantas, será una era de resistencias:

Pero estimo que no serán resistencias masivas, de voces y puños, sino resistencias aisladas y desconexas, aunque guiadas por un hilo invisible: el custodiar ciertos valores -digo valor y digo valioso, digo valor y digo valentía instintiva para no seguir con mansedumbre bovina lo que se supone debe ser- aunque no los reconozcamos ni conozcamos del todo bien.

Resistencias seculares y silenciosas como las de los monjes de Lindisfarne que custodiaban a un tal Aristóteles sin conocerlo.

Como guardar la sabiduría de Averroes en un anaquel a la espera de ser rescatada.

Como esa resistencia de minerva (la minúscula es pertinente) de don Arturo Cuadrado que desde este lado del mar hizo millones de insensatos ríos de libertad en forma de letra de molde para inundar sus Españas de poesía.

Como esos campesinos de Gedrosia y Aracosia que guardan piedras que les son ajenas a la espera de la mano indicada para custodiarlas.

"Resistir para custodiar,
custodiar para aprender,
aprender para iluminar tímidamente,
como ese candil que toma fuerza."

O los abuelos que cavaron pozos para enterrar sus libros y que sus nietos recuperen sus dignidades.

O quienes en Tomboctú custodian los zulos donde guardan los pergaminos negros en que se cuenta otra historia de África negra.

Recuerdo ese anciano reumático que cuando supo que su Irlanda era patria libre caminó, reumático, diez dias con sus noches bajo la permanente lluvia, para presentarse en la biblioteca del Trinity College para presentar una "vieja historia que merecería ser bien escrita".

Resistir para custodiar, custodiar para aprender, aprender para iluminar tímidamente, como ese candil que toma fuerza.

Como esas bibliotecas que en sus rincones disimulan a Parménides de Elea, Platón, San Agustín, Kant, Schopenhauer, Benjamin, Ibn Jaldún, Nietzche, Foucault, Avicena, Descartes, Macedonio, el rabí Hilllel, Omar Khayam y tantos otros que -prudentes- optaron por pasar desconocidos.

Digo, no sé es lo que me parece.


Paco Ibáñez interpreta Me queda la palabra, de Blas de Otero
Palau de la Música, Barcelona, 2008


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