Navidad sin tregua


“Pro nobis egenum, et foeno cubantem,
piis foveamus amplexibus:
sic nos amantem quis non redamaret?

Venite adoremus,
venite adoremus,
venite adoremus, Dominum.”

Adeste fideles (Fragmento)


Por nosotros pobre y acostado en la paja,
démosle calor con nuestros cariñosos abrazos.
¿Quien no amaría a quien así nos ama?

Venid, adoremos,
venid, adoremos,
venid, adoremos al Señor.”

Adeste fideles (Fragmento)

Por Gerardo Cadierno. Apenas iban cinco meses de la Primera Guerra Mundial y ya se sabía que “la guerra que acabaría con todas las guerras” no sería esa aventura breve y heroica que habían celebrado las masas cuando se inició. 

El ataque alemán había sido repelido en el Marne y los invasores retrocedieron al valle del Aisne donde se fortificaron. Mientras tanto, al norte, ambas fuerzas trataban de flanquearse entre sí sin lograrlo hasta que desde el Canal de la Mancha hasta Suiza todo quedó en punto muerto.

Los frentes se habían estancado y millones de soldados se hacinaban entre el fango, la podredumbre y el cieno de kilómetros de túneles asfixiantes ricos en ratas y enfermedades como el pie de trinchera que se cobró un tributo de miles de dedos amputados.

Frente a ellos, una estrechísima franja de tierra muerta, sembrada de cadáveres y soldados que agonizaban durante días tras haber fracasado en el intento de ganar algún metro. Era la tierra de nadie, y tras ella, otro agusanado socavón de muerte: la trinchera enemiga.

Fue durante la Navidad de 1914 cuando en las trincheras de Flandes se produjo un alto el fuego no oficial entre las tropas alemanas y las británicas, tras fracasar un pedido similar hecho por el papa Benedicto XV el 7 de diciembre y que había sido descartado de plano por los altos mandos. “Que las armas puedan callarse al menos la noche en que los ángeles cantaron”, había pedido el sucesor de Pedro.

Nadie podría precisar cómo surgió, pero sí sabemos que fue entre las tropas que ignoraron las numerosas advertencias en contra de confraternizar con el enemigo. 

En algunos casos se habla de gritos de trinchera a trinchera donde pactaron un módico cese del fuego, otros de villancicos -en especial Noche de paz y Adeste fideles– que se terminaron cantando en conjunto y en tres idiomas, o de salidas -pino navideño en mano- para saludarse y fumar y brindar juntos. 

Tal vez haya sido todo eso.

Sin embargo, esta no fue ni la primera forma de confraternizar entre las tropas enemigas pues había una serie de normas no escritas ni acordadas pero que se respetaban a rajatabla: no disparar cuando el enemigo iba a las letrinas, pues un soldado no debía morir con los pantalones bajos; o respetar los momentos de las comidas.

Hay testimonios de treguas regulares cada noche para recuperar a los soldados muertos para que pudieran ser sepultados, un espacio en el que soldados franceses y alemanes se intercambiaban cartas y diarios, una costumbre que un promisorio Charles de Gaulle calificó de “lamentable” y que para el comandante del X ejército francés, Victor d’Urbal, acarreaba “desafortunadas consecuencias”.

A veces, la distancia entre las trincheras apenas superaba los 30 metros lo cual hacía que los soldados se gritaran entre ellos. Muchos alemanes habían vivido en Inglaterra y pedían noticias sobre fútbol o preguntaban por algún conocido. Tampoco era raro que una armónica alemana acompañara a alguna balada escocesa o que bromearan entre ellos. Pero, tal vez, pocas veces se hayan registrado diálogos como este: -Cuándo mierda nos vamos de acá, la puta que los parió, se quejaron desde una trinchera inglesa. -Cuando los corramos a patadas en el culo hasta Londres, se oyó desde la alemana. Todo en estricto rioplantese con sus puteadas canónicas. Sí, dos argentos en la guerra.

No disparen, es Navidad
Los indicios apuntan que la iniciativa surgió en el bando teutón cuando algunos soldados alemanes se aventuraron en tierra de nadie portando carteles en inglés con un pedido: “No disparen”. 

Las evidencias señalan que mientras que el alto mando británico había ordenado que el día de Navidad no tuviese celebraciones especiales, los oficiales alemanes coincidieron en la importancia que tendría para la moral de sus tropas contar con una celebración para lo cual distribuyeron árboles, velas y golosinas llegadas desde Alemania. “En Nochebuena, si podemos evitarlo, no sonará ningún disparo desde nuestras posiciones”, apuntó el teniente Kurt Zehmisch.

En esos encuentros los soldados intercambiaron comida -en especial champagne o whisky, y chocolates- y regalos que les habían enviado desde sus casas, se mostraban fotos familiares o se arrancaban botones de sus uniformes para intercambiarlos como recuerdos,

El ilustrador británico Bruce Bairnsfather escribió: “No me habría perdido ese día de Navidad único y extraño por nada … Vi a un oficial alemán mirar mis botones … Saqué mis alicates y con unos pocos cortes hábiles, le saqué un par y los guardé en mi bolsillo. Luego, le di dos de los míos a cambio … Lo último que vi fue a uno de mis artilleros, que era peluquero en la vida civil, cortando el cabello anormalmente largo de un ‘boche’ dócil, que estaba arrodillado pacientemente en el suelo mientras las tijeras le subían por la nuca.”

Por su parte, Henry Williamson, por entonces soldado de la Brigada de Fusileros de Londres, le cuenta a a su madre que en su pipa hay tabaco alemán de “un soldado alemán vivo” porque británicos y alemanes “se encontraron, intercambiaron recuerdos y se dieron la mano.” 

También sabemos que acordaron prolongar la tregua para enterrar a sus muertos y que no fueron raras las celebraciones conjuntas en memoria de los caídos o el envío de delegaciones para expresar sus respetos. Es conocido el caso en Ypres donde un capellán escocés leyó el salmo 23 en inglés y alemán.

“Esto que les cuento puede parecer increíble, pero es la verdad. Apenas empezó a amanecer, los ingleses comenzaron a hacernos gestos con las manos y a salir de sus trincheras. Nuestra gente encendió velas en un pino que colocaron sobre la trinchera e hicieron sonar las campanas. Todo el mundo empezó a moverse a su antojo fuera de las trincheras y a nadie se le pasó por la cabeza volver a disparar”, cuenta el soldado alemán Josef Enzel en una carta a sus padres en la que ponía de relieve que “alemanes e ingleses, hasta este momento feroces enemigos, encajaban las manos, charlaban e intercambiaban objetos.”

“Primero los alemanes cantaban uno de sus villancicos y luego nosotros cantábamos uno de los nuestros […] Pensé que era algo realmente extraordinario: dos naciones juntas cantando el mismo villancico en mitad de una guerra”, escribía el soldado británico Graham Williams.

En una carta publicada en el Daily Mail, tras su muerte en acción el 30 de diciembre de 1914, el capitán Robert Patrick Miles del Royal Irish Rifles, señalará que fue el acontecimiento “más extraordinario imaginable” al que describió como “una especie de tregua no organizada ni autorizada pero perfectamente entendida y observada escrupulosamente” y cuya iniciativa atribuye a los alemanes que “poco después del anochecer” comenzaron a gritar: “Feliz Navidad, ingleses”.

Miles precisa que la tregua es local porque “se oyen disparos a izquierda y derecha” y que, prudentes, no permitieron que la confraternización fuera “demasiado cerca” de sus líneas.

Por su parte, el teniente alemán Johannes Niemann recuerda su sorpresa cuando a través de sus binoculares descubrió a sus soldados “intercambiando cigarrillos, aguardientes y chocolate con el enemigo.”

Villancicos y fútbol, siempre el fútbol
Llewelyn Wyn Griffith registró que, tras intercambiar villancicos durante la noche, al amanecer del día de Navidad una “avalancha de hombres de ambos lados” surgieron de las trincheras para protagonizar “un intercambio febril de recuerdos” y que no faltaron “ofertas para mantener un alto el fuego durante el día y jugar un partido de fútbol” que no llegó a concretarse pues el comandante de su brigada los amenazó con sanciones por insubordinación e insistió en reanudar los disparos esa misma tarde.

En Comines, el soldado francés Gervais Morillon apuntó que “los ‘boches’ ondeaban una bandera blanca” y se dirigieron hacia ellos “desarmados, comandados por un oficial” y precisó que si bien ellos no estaban “limpios”, los alemanes eran “asquerosamente sucios”.

“Te estoy diciendo esto, pero no se lo digas a nadie. No debemos mencionarlo incluso a otros soldados”, pide.


También fue Comines, la ciudad hacia la cual Carl Mühlegg, un soldado bávaro, caminó algo más de una docena de kilómetros para comprar un pequeño abeto antes volver con su batallón, donde invitó a su comandante a encender las velas de los árboles para, luego, encontrarse con sus pares franceses.

“Los alemanes enviaban luces de estrellas y cantaban; se detuvieron, así que los vitoreamos y comenzamos a cantar Land of Hope and Glory y Men of Harlech y ellos nos ovacionaron. Así continuamos hasta las primeras horas de la mañana”, testimonia Robert Keating.

Otro infante francés, Gustave Berthier, destacó que los alemanes “dijeron que no querían disparar” porque “estaban cansados de hacer la guerra” y que sus diferencias no eran con los franceses sino “con los ingleses.”

Una de las acciones más recordadas de esta tregua se dio en la zona de Dixmude donde los soldados belgas pidieron a los invasores germanos que entregasen cartas a sus familias que se encontraban en el territorio ocupado por los ejércitos del Káiser. A su vez, los alemanes pidieron a los belgas que se acercara un capellán al que le devolvieron un cáliz encontrado por ellos durante una batalla. Este tráfico se mantuvo a través de una soga que atravesaba el canal del Yser.

“Cuando las campanas de Navidad sonaron en las aldeas de los Vosgos… las tropas alemanas y francesas hicieron la paz espontáneamente y cesaron las hostilidades; se visitaron entre sí a través de túneles en desuso, e intercambiaron vino, coñac y cigarrillos por pan negro de Westfalia, galletas y jamón”, cuenta el alemán Richard Schirrmann a quien este suceso lo llevó a pensar qué pasaría si “los jóvenes pensativos de todos los países podrían contar con lugares de reunión adecuados para conocerse”. 

En 1919, tras la guerra, Schirrmann fundó la Asociación Alemana de Albergues Juveniles.

Un partido, todos los partidos
En 1968, el teniente alemán Johannes Niemann, del regimiento 133,  contó en el documental Christmas Day passed quietly de la BBC Radio,  que un soldado escocés apareció con un balón y en unos pocos minutos se estaba disputando un auténtico partido”.

De repente, un subalterno se tiró dentro del refugio subterráneo para decirnos que soldados tanto alemanes como escoceses habían salido de sus trincheras y estaban confraternizando por todo el frente. Saqué mis prismáticos con precaución sobre los parapetos. Y vi la increíble imagen de nuestros soldados intercambiando cigarrillos, aguardiente y chocolate con el enemigo, relataba.

En un momento dado, un soldado escocés apareció con un balón de fútbol que parecía surgir de la nada y, en cuestión de unos pocos minutos, se estaba disputando un auténtico partido. Los escoceses marcaron su portería con sus extraños cascos y nosotros hicimos lo propio con los nuestros. No era nada sencillo jugar sobre el terreno helado, pero continuamos, cumpliendo rigurosamente las reglas, salvo en los detalles de que duró una hora y de que no hubo árbitro”.

Muchos de los pases se marcharon demasiado largos, pero todos los futbolistas amateurs, a pesar de que tenían que estar muy cansados, jugaron con un enorme entusiasmo, detallaba Niemann, quien se sorprendió al confirmar una leyenda sobre los habitantes de Alba: Los alemanes realmente nos ruborizamos cuando un golpe de viento reveló que los escoceses no llevaban calzoncillos bajo sus faldas, y silbábamos cada vez que veíamos el trasero de uno de nuestros enemigos del día anterior.

Por su parte, el cabo George Ashurst relataba que “mientras unos cuantos alemanes se divertían deslizándose por un pequeño estanque helado justo en la parte trasera de sus trincheras, bastantes de nuestros chicos utilizaban un saco de arena para jugar al fútbol”.

De este modo, se introduce uno de los temas fundamentales para concoer qué pasó en esa tregua: ¿de dónde apareció la indispensable pelota?

En el National Football Museum de Manchester se exhibe el diario del teniente británico Charles Brockbank, donde se precisa que 
había una multitud entre las trincheras y alguien sacó una pequeña pelota de goma, así que por supuesto empezó un partido de fútbol.

Sin embargo, el soldado Collier, de los Argyll, presenta una versión más plebeya y verosímil que me lleva a ciertos partidos de aula del Nacional de Adrogué: alguno de los hombres del pelotón habían hecho una bola con papel, trapos y cuerdas, y eso fue lo que utilizaron de balón durante unos 20 minutos, hasta que se hizo añicos y se acabó el encuentro. 

El fusilero galés Bertie Felstead, quien murió en 2001 a los 106 años, recuerda: “No fue un partido propiamente. Podía haber 50 personas de cada lado. Yo jugué porque me gustaba el fútbol. No sé cuanto duró, probablemente media hora, pero nadie contaba los goles”. 

Otros testigos sostienen que el encuentro duró alrededor de dos horas, entre las dos y las cuatro de la tarde. Es posible que tengan razón pues como explicaba el sargento británico Clement Barker, se montaron partidos en al menos tres o cuatro puntos del frente.

El teniente Niemann siempre sostuvo que el marcador final fue un 3-2 para los alemanes, una versión que ratifican algunas cartas y que se popularizó especialmente después de que el escritor Robert Graves, que había servido en los Royal Welch Fusiliers, la diera por buena en su relato Christmas Truce, de 1962 y que se conoció en el mundo hispanoparlante como Adios a todo esto.

“Mientras tanto, el capitán Pomeroy vuelve a salir con su linterna y organiza un partido de futbol de Navidad: saque inicial a las diez y media… La tierra de nadie nos había parecido tener diez kilómetros de ancho cuando los que hacíamos la patrulla nocturna nos arrastrábamos por allí, pero ahora vimos que no tenía más anchura que dos campos de futbol. Nosotros proporcionamos el balón y colocamos camillas para hacer de porterías, y el reverendo Jolly, nuestro capellán, hizo de árbitro. Nos ganaron por tres a dos, pero es que el capellán mostró demasiada caridad cristiana: el extremo izquierdo alemán marcó el gol definitivo cuando estaba totalmente fuera de juego y así lo admitió en cuanto sonó el silbato”, escribía Graves.

El teniente Kurt Zehmisch, del 134º regimiento de infantería de Sajonia contaba: “Entendimos que era una especie de alto el fuego. Vimos que los ingleses venían y empezamos a hablar. De repente, algunos vinieron con una pelota de fútbol y se armó en un animado partido.  Qué maravilloso, maravilloso y extraño”. 

Así relata esos encuentros en el que los arcos estaban delimitados con los cascos o se usaba como pelota una lata de comida. 

Qué maravillosamente fabuloso y qué extraño fue. Los oficiales ingleses sentían lo mismo. La Navidad, la celebración del amor, logró juntar a enemigos a muerte por un día… Les dije que tampoco queríamos disparar el segundo día de Navidad -el 25 de diciembre-, y ellos lo aceptaron.

Entre las nuevas evidencias y acceso a testimonios inéditos, Mike Dash concluyó en 2011 que “esa Navidad se jugó al fútbol, especialmente entre soldados de la misma nacionalidad y, al menos en tres o cuatro lugares entre las tropas de los ejércitos enemigos.”

En la enumeración de Dash figuran el encuentro entre los efectivos del 133º del reino de Sajonia contra “tropas escocesas”; el de los montañeses de Argyll y Sutherland contra un grupo de alemanes a los que no identifica con mayor precisión aunque detalla que escoceses ganaron 4 a 1. También cuenta que en las cercanías de Ypres un regimiento de artilleros británicos se midió contra un equipo de “prusianos y de Hannover” cerca de Ypres, así como que los fusileros de Lancashire jugaron contra unos alemanes cerca de Le Touquet utilizando una lata de ración de carne como la pelota.

Además, Paer Thermaernius reveló que identificó informes sobre 29 encuentros aunque no aporta demasiados detalles. 

Mi nombre es Tom Palmer y soy soldado escocés del Imperio Británico. Solo tengo una orden: matar alemanes. Y hoy, día de Navidad de 1914, he jugado al fútbol con ellos”, anota un participante.

Por su parte el coronel británico Jeb Seely anotó en su diario que en Navidad fue “invitado a un partido de fútbol entre sajones e ingleses en el día de Año Nuevo”, aunque no agrega más información sobre el evento lo que nos lleva a suponer que no se disputó.

Guerra y paz, navideña
Este espíritu navideño no fue compartido por los mandos que, tras superar su desconcierto inicial, decidieron acabar con esta situación. De ese modo, el comandante supremo de las fuerzas germanas, Erich von Falkenhayn, amenazó iniciar consejos de guerras, mientras que el comandante del III cuerpo británico, el general Horace Smith-Dorrien, ordenó la vuelta al combate y prohibió “los contactos amistosos con el enemigo, los armisticios oficiosos y el intercambio de tabaco u otros productos”.

“Los trajimos para matar alemanes, no para hacer amigos”, le reprochaba un oficial a Bertie Felstead, quien murió en julio de 2001 a los 106 años . Según él, en su zona la paz duró sólo un par de horas.

Otro opositor fervoroso a estas treguas fue un joven cabo enrolado en el 16º de infantería de reserva bávara a pesar de haber nacido en la austríaca Linz: Adolf Hitler.

Un capitán de los fusileros galeses de apellido Stockwell, detalló en su diario que a las 8.30 del 26 de diciembre realizó tres disparos al aire para advertir al enemigo que la paz había acabado, tras lo cual el oficial alemán - con quien había charlado el día anterior .lo saludó marcialmente antes que las armas volvieran a su siembra de muerte.

“Caballeros, nuestro comandante ha ordenado reiniciar el fuego a partir de la medianoche. Es para nosotros un honor avisarles con antelación”, advertía el teniente de un regimiento alemán a sus enemigos.

Cuando llegó la hora de volver a la guerra el capitán Edward Hulse contó que el encuentro terminó con la tradicional canción escocesa del adiós: Auld lang syne. “Todos, ingleses, escoceses, irlandeses, prusianos, württenbergers, etc., nos unimos. Fue absolutamente asombroso, y si lo hubiera visto en el cine habría jurado que era falso.”

Pipas de la paz
La censura a la que se sometían la información de guerra ocultó estos hechos durante una semana hasta que, en el por entonces neutral Estados Unidos, The New York Times los reveló el 31 de diciembre. 

Roto el silencio, los diarios británicos decidieron poner en valor “una de las mayores sorpresas de una guerra sorprendente” y publicaron numerosos relatos en primera persona tomando como fuente las cartas que éstos enviaban a sus familias, cartas que -obviamente- también eran prolijamente revisadas y censuradas. 

Las primeras fotografías fueron publicadas el 8 de enero y las tomas de británicos, alemanes y franceses compartiendo esperanzas, coparon las primeras planas del Sketch y el Mirror que se permitió lamentarse porque el “absurdo y la tragedia” de la guerra volvería a comenzar, mientras que el Times ponía de relieve la “falta de maldad” de los soldados rasos.


Con algunos periódicos criticando a los soldados que abrazaban a su enemigo y sin fotografías, la cobertura en Alemania fue moderada, mientras que en la tierra de los derechos del hombre, Francia, la censura fue total y la noticia sólo se expandió gracias a los relatos de los soldados que regresaban del frente, en especial los heridos que poblaban los hospitales de sangre.

Cuestión de estado, la prensa francesa publicó avisos gubernamentales en los que advertía que confraternizar con el enemigo era, sencillamente, “traición”, pero la fuerza del rumor fue tal que a principios de enero debió hacer lugar a una versión oficial sobre la tregua en la que se la relativizaba al localizarla en “algunos sectores del frente controlado por los británicos” y que se había limitado a un “intercambio de canciones” que no impidieron las acciones bélicas previstas.

La tregua navideña no se limitó al frente occidental. En el frente oriental y -según parece- por iniciativa de los mandos medios austrohúngaros se pactó una cese del fuego con las tropas rusas que fue aceptado y, tras el cual, hubo un encuentro en la tierra de nadie.

También en la región de Galitzia las tropas austriacas recibieron para Navidad la orden de no disparar “a menos que se les provocara”, actitud que el ejército ruso no tomó con reciprocidad.

En ese mismo frente, y durante el asedio ruso a la ciudad de Przemyśl, los sitiadores depositaron tres árboles de Navidad en la tierra de nadie con una nota sorprendente: “Les deseamos a ustedes, los héroes de Przemyśl, una Feliz Navidad y esperamos que podamos llegar a un acuerdo pacífico lo antes posible”. Según los diversos testimonios, en los intercambios los austriacos solían aportar tabaco y aguardiente, mientras que los rusos entregaban pan y carne.

Una curiosidad de esta tregua es que se dio en dos tiempos pues las iglesias ortodoxas orientales aún usan el calendario juliano y por lo tanto su 25 de diciembre cae -para los usuarios del calendario gregoriano, de uso en occidente- el 7 de enero.

En algunos sectores la tregua se alargó hasta año nuevo y en otros hasta febrero.

La reacción de las cúpulas fue atroz: declararon motín, encarcelaron soldados, implementaron juicios sumarios…

En los años que siguieron se ordenaron bombardeos de artillería en la víspera de Navidad para asegurarse de que no hubiera más reblandecimientos y las tropas eran desplazadas el frente para evitar que se familiaricen con el enemigo.

Al año siguiente, las treguas fueron muchas menos en extensión y duración y en 1916 fueron inexistentes pues las pérdidas humanas contadas en cientos de miles de vidas en batallas como Somme y Verdun , el uso de gases venenosos y las penurias de las poblaciones civiles tras las líneas, terminaron de arrancar lo que quedaba de humanidad en esas tumbas a cielo abierto conocidas como trincheras.

Así pasó esa Navidad, feliz y futbolera, en medio de una guerra que porfió hasta noviembre de 1918 para vomitar -según datos oficiales- 9 millones de soldados y 7 millones de civiles muertos durante los combates. Además, 6 millones de personas murieron por hambre y enfermedades y hubo más de 20 millones de heridos. Eso sin contar la famosa, y mal llamada, gripe española que duplicó las muertes de la guerra. Una verdadera orgía de muerte a la que el fútbol no volvió a importunar. 

El creador de Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, consideró a la tregua de 1914 como “el único episodio humano en medio de todas las atrocidades que mancharon la memoria de la guerra”.

Los altos mandos, tambien. Por eso decidieron que había que matar al humano que habitaba en el hombre. Y lo mataron.

El 21 de noviembre de 2005, el último superviviente de la tregua, Alfred Anderson, murió en Newtyle, Escocia, a los 109 años.

Joyeux Noël (en Argentina, Noche de paz)
Christian Carion, 2005
Con Daniel Brühl, Guillaume Canet, Diane Kruger, Benno Fürmann, Gary Lewis, Bernard Le Coq, Suzanne Flon, Andy Serkis.
Candidata al Óscar y al Globo de Oro como Mejor Película en lengua no inglesa. Candidata al BAFTA a la Mejor Película extranjera.
"Es fácil morir por tu país. Lo difícil en matar por él"




Paul McCartney, Pipas de la paz
Lanzado a fines de 1983 alcanzó el número uno en las listas.
El título juega con las pipas y las gaitas (pipes) escocesas que protagonizaron estos sucesos.



Publicado en InfoRegión el 24 de diciembre de 2019



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