El caballero negro de Malta
Por Gerardo Cadierno. La lápida en el cementerio británico de Buenos Aires es de un laconismo espartano: “Aquí yace un héroe”, la leyenda grabada le hace justicia pero no lo explica.
Parte de esa historia comenzó a escribirse un 2 de julio de 1944, a cuatro jornadas del Día D, “el día más largo de la historia” y en los cielos de Normandía cuando dos Spitfire de la Real Fuerza Aérea británica (RAF por sus siglas en inglés) enfrentaron a cuarenta aviones alemanes.
Lejos de recular, los ‘escupidores de fuego’ atacaron a los teutones de frente para obligarlos a romper formación, dispersarlos, perseguirlos y, finalmente, abatir dos aviones de la orgullosa unidad Richthofen de la Luftwaffe que optó por retirarse y dejarle libre el cielo a los dos pilotos.
Uno era británico, Kenneth Charney, y otro, francés, Pierre Clostermann. Pero la verdad era otra: Charney era un argentino nacido en Quilmes, y Clostermann, era brasileño, de Curitiba.
Clostermann escribirá, en 1982, una carta abierta a los pilotos argentinos de las Malvinas: “Nunca en la historia de las guerras desde 1914, tuvieron los aviadores que afrontar una conjunción tan terrorífica de obstáculos mortales, ni aun los de la RAF sobre Londres en 1940 o los de la Luftwaffe en 1945. Su valor ha deslumbrado no sólo al pueblo argentino sino que somos muchos los que en el mundo estamos orgullosos que sean nuestros hermanos pilotos” , recalca.
Pero volvamos a nuestro paisano, Kenneth Langley Charney nació en 1920 en Quilmes y, como su nombre lo indica, era hijo de Harry, un ejecutivo de la Anglo Mexican Petroleum quien, por su posición, conoció a varias celebridades de la aviación como Antoine de Saint Exupéry, el autor de El principito, que fue piloto en la línea postal que operaba en la Patagonia.
Cuando Kenneth llegó al mundo, Harry hacía poco que había regresado de pelear por su país en los campos de Flandes, donde fue condecorado.
De carácter feroz, sus padres lo envían como pulpilo al colegio Aldemham de Inglaterra que, al año, lo mandó de regreso a causa de su mala conducta por lo cual su padres deciden internarlo en el San Jorge de Quilmes, donde tuvo otro paso fugaz.
En la Bahía de su infancia no dejaba travesura sin hacer. Y hasta fue capaz de, con apenas diez años, sacarle el auto al padre y ser detenido en la Avenida Alem por los asombrados policías.
En 1934, Harry se empleó como gerente de la Shell, lo que motivó que la familia se mudara a Hurlingham. Al poco tiempo, Ken consiguió trabajo en el frigorífico Swift de Rosario.
Ese chico ingobernable cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, fue parte de los más de cinco mil argentinos que cruzaron la mar para combatir al nazismo.
De Malta a Normandía
Entró en combate en el marco de la titánica defensa de Malta de donde derribó a su primer enemigo, un Macchi 202 italiano, abatido el 1 de julio de 1943, allí conoció la gloria y conquistó un apodo: el Caballero Negro de Malta.
Participó en cerca de 300 misiones de combate integrado en los escuadrones 91, 185, 602 y 132 de la RAF.
Ya en Normandía, el 2 de julio protagonizó junto a su subordinado Clostermann el épico combate contra un escuadrón de Focke-Wulff alemanes, y el 7 de agosto será quien descubra las columnas blindadas nazis que intentan retirarse de la bolsa de Falaise.
“¡Envíen a toda la Fuerza Aérea!”, pidió por radio cuando vió los tanques rodando. Certeros, dejaron fuera de combate a 165 tanques del V Ejército Pánzer.
Con una docena de derribos -algunos elevan esa cuenta a 14- y 16 enemigos dañados, fue el más eficaz de los aviadores argentinos que formaron parte de los “tan pocos” a los que “tantos debieron tanto.”
Su apodo hacía referencia a Eduardo de Woodstock, duque de Cornualles, príncipe de Gales y príncipe de Aquitania, el Príncipe Negro, primogénito del rey Eduardo III de Inglaterra y padre de Ricardo II. Al igual que el príncipe, el caballero atacaba de frente, dispersaba, perseguía y abatía.
Reputado piloto, el Squad Leader Charney tuvo a sus órdenes a Clostermann quien -brasileño al fin – logró entre 15 y 18 derribos durante la contienda.
La fama del quilmeño hizo que fuera recibido en Buckingham por el rey Jorge VI, acompañado por el embajador argentino, Miguel Ángel Cárcano, uno de los pocos diplomáticos que permaneció en Londres durante los bombardeos del 40. Allí, el rey lo condecoró por su combate en Normandía con la Distinguished Flying Cross, la máxima condecoración del arma aérea británica.
Tras numerosas misiones, el caballero de Quilmes, fue destinado junto al 132 a la lejana Ceylán a bordo del HMS Smitter para participar del frente del sudeste asiático y abordar la invasión de Malasia y la recuperación de Singapur ocupadas por las tropas del imperio del sol naciente.
El fin de la guerra le impedirá entrar en combate.
Todo terminó
“Nunca fue capaz de adaptarse a la vida civil. Decía que entre 1942 y 1945 había vivido 50 vidas. Se lo veía cansado y hastiado”, precisa su amigo Michael Leonard quien recuerda que el estrés de guerra lo separó de su primera mujer, Pamela Forster, la madre de sus dos hijas que viven en Estados Unidos tras el matrimonio de Pamela con un diplomático norteamericano.
El 3 de junio 1982 la muerte lo encontró en La Massana, Andorra, a causa de una cirrosis mezclada con un cáncer originado -dicen- por su exposición a la radioactividad durante experimentos nucleares en las islas Navidad.
June, su segunda mujer, se fue del principado pirenaico tan rápido que no llegó a colocar una placa.Alguien logró seguir su pista hasta la sudafricana Durban de donde -se cree- era oriunda.
Dado por desaparecido, un escritor argentino, Claudio Meunier, encontró su tumba justo a tiempo para evitar que sus restos terminaran en el osario del cementerio dela Quera en La Massana a causa de la falta de pago por el nichocuya cuenta nadie abonaba desde 1988. 1.291 euros era la suma que amenzaba la tumba del héroe.
Meunier organizó su repatriación a la Argentina adonde regresó el 9 de mayo de 2015 para ser sepultado en el Cementerio Británico de la Chacarita con los honores militares argentinos y del Reino Unido. Entre los presentes, un as que combatió en Malvinas, el tucumano Luis Cervera.
Pese a que la idea original era inhumarlo en la Bahía Blanca de sus correrías infantiles, posteriormente se decidió que descanse junto con los compañeros con los que defendieron los cielos contra la atrocidad nazi.
Un diario de Andorra lo llamó “el héroe sin nombre del nicho 209” y los vecinos de la necrópolis cuando supieron de él le dedicaron una placa: “Aquí fue enterrado Kenneth Langley Charney, héroe de la Segunda Guerra Mundial.”
Ceremonia de repatriación del as argentino de la Segunda Guerra Mundial, el sábado 9 de mayo de 2015 en el Cementerio Británico de Chacarita.
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